En las islas Salomón en el sur del Pacífico, algunos lugareños practican una forma única de talar los árboles.
Si un árbol es demasiado grande para ser talado con un hacha, los nativos lo hacen caer a gritos.
Leñadores con poderes especiales se suben a un árbol exactamente al amanecer y de pronto le gritan con toda la fuerza de sus pulmones.
Lo hacen durante 30 días, el árbol muere y se derrumba.
La teoría es que los gritos matan el espíritu del árbol, según los isleños siempre da resultado.
¡Qué extraños y encantadores hábitos los de la jungla! Gritarle a los árboles.
¡Qué Primitivo! Lástima que no tengan las ventajas de la tecnología moderna.
Nosotros, la gente “educada, urbana y moderna”, le gritamos al tráfico, a los árbitros, a las facturas y a las máquinas.
Las máquinas y los parientes se llevan la mayor parte de los gritos. Yo no sé para qué sirven, las máquinas y las cosas siguen en su sitio.
En cuanto a las personas, bueno quizás los isleños de Salomón tengan razón, gritar a las cosas vivas tiende a matar el espíritu que hay en ellas.
Los palos y las piedras pueden romper nuestros huesos, pero las palabras y los gritos pueden romper nuestros corazones.
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