“La revolución del siglo XXI será por el cuidado del planeta y la recuperación de valores comunitarios”.
Manuel Olimón.
Si alguien conocía a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana ese era el padre Manuel Olimón Nolasco. Un jerarca por su tamaño intelectual, más que por su posición eclesiástica, la cual le quedaba corta.
Admirado por intelectuales, incomprendido por las masas. El doctor en historia, fundador de la Universidad Pontificia y uno de los artífices de la reforma constitucional al artículo 130 en 1992, falleció en la capital de Escocia, en la ‘Atenas del Norte’, entre los viejos edificios que contrastan con el gran desarrollo urbanístico, los prados y un mar lapislázuli apacible. Un paraíso que puede ofrecer en un solo día las cuatro estaciones del año.
Su labor como político dejó huella en la era Salinista, donde Olimón Nolasco cultivó amistades muy destacables de aquel entonces. Luego su vocación por la historia le hizo escollar hasta alcanzar en calidad de corresponsal un lugar en la Academia Mexicana de Historia.
Varias obras de mucha sapiencia escribió Manuel Olimón, pero de entre todas destaca por su originalidad “La búsqueda de Juan Diego”, un trabajo de investigación documental que cuestiona la exitencia misma del indio del Tepeyac, e incluso la aparición sobrenatural en un ayate de la Virgen Morena. Lo que le valió represalias abiertas y subrepticias por parte de la alta jerarquía católica, con la que el cura mantenía una relación por correspondencia –que llegaba hasta El Vaticano– previo a la canonización y ulterior beatificación de Juan Diego.
Empero, aunque el sacerdote católico increpaba al clero, nunca renegó de su religión o su culto por la Virgen María. En Jala mandó pintar los muros de la Basílica Lateranense con los colores marianos, aunque muchos lo criticaban de ser filial al PAN, cosa totalmente falsa, pues lejos de eso, el entonces párrroco se enfrentó con las autoridades municipales –entonces de extracción panista– para limpiar de los vicios como el alcohol, el tabaco y el ruido excesivo de las bandas los lugares adyacentes al templo durante las fiestas religiosas a Nuestra Señora de la Asunción.
Sacó del templo el órgano para introducir el piano. Remplazó la flores artificiales por naturales y quitó las sillas de plástico para armonizar la arquitectura de la parroquia con su historia. También dejó de oficiar misas para las ‘quinceañeras’, arguyendo que las jovencitas veían en este rito un acto más de egocentrismo y etiqueta social, en lugar de un sacramento.
En esta misma etapa en que estuvo como párroco de la iglesia de Jala, Manuel Olimón promovió la restauración de la llamada Basílica Lateranense, le imprimió un aire fresco al catesismo y corrigió –sin que fuese escuchado por los feligreses– el libreto de La Judea o representación de la pasión y muerte de Jesucristo, suprimiendo pasajes que no están escritos en la Biblia.
Como escritor Olimón Nolasco fue pulcro. Su prosa es rica en tecnisismos y frases en latín. Su conocimiento en filosofía e historia es inconmesurable. Su legado se puede encontrar en olimon.org.
Hasta siempre Manuel Olimón Nolasco.
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