Report-arce
Una semana recorriendo mis imágenes interiores que conservo en buen estado, las de blanco y negro de generaciones pasadas, las que en colecciones o pinturas la belleza de principios del siglo XX es la señorial, nostálgica plaza principal.
Durante decenios ha sido fotografiada en sus tantos misterios, lugar esencial en nuestra historia ixtleca. Nosotros los que nacimos en esta patria chica y de amplio corazón estamos embelesados cuando tenemos el recuerdo impregnado en nuestra piel.
Voy en busca de mi venerado lugar por donde han respirado tantos y tantas en desfiles, eventos multicolores, recibimientos, estrados, juegos, personajes, desvelos, amigos… Voy en busca del alma de antepasados y el rostro, uno de los que descubre nuestra identidad de pueblo antiguo.
Un jardinero riega pequeños árboles abundantes en las hexagonales de hierba, ficus y palmeras enanas. La manguera la deja en otra posición y se escucha música para atraer compradores en la tienda Todo a cinco pesos.
Son las 9:11 horas y se levantan las cortinas de metal y se abren las puertas en los giros comerciales cuando pocos han llegado a sentarse para ingresar al planeta del ocio entre las sombras. Escogen los adictos de ver pasar el tiempo por episodios una de las veinticinco bancas de fierro pintado de blanco. Saludo a mi hermano Manuel “Chiqui”.
A esta plaza se le conoce como la grande, principal o Eulogio Parra que con porte valiente en su estatua de aleaciones, inaugurado en septiembre de 1977, lanza sus ojos al horizonte del infinito resguardando este centro cuando inicia la procesión de transeúntes y comienza un día jueves para recorrerlo. Elektra abierto y su territorio de motocicletas exhibidas, la multiplicación de pantallas.
Me pone triste porque allí era la entrada al cine Ixtlán y los pasadizos a luneta y balcón. La entrada cuando la cartelera hechizante de próximas películas que emocionaban tanto. Vico y compañía colocan su mostrador, laptop, máquina de quinielas y de sueños, la mesa del boletaje.
Es la hora de Fantashion, Mercería centro de novedades, Ellas, nieves de garrafa De Placita, Farmacia de similares que circundan en la limitación de la calle Allende. Por la Avenida Hidalgo hay pocos autos deslizados y se torna la atmósfera de mucha tranquilidad que hay pocos pichones ante el hastío de la mañana.
En el sonido modular se escucha una canción desconocida de José Alfredo Jiménez cuando voy caminando junto a los portales de lo que era la calle Juárez y me invade los olores de orines y aserrín de otroras cantinas de puertas cortas y de movimientos ligeros, de espejos tras la barra y calendarios de mujeres desnudas cuando El Nilo, El Ranchito y El Silvias.
Evoco y sonrío cuando entraba a lo pecaminoso cuando le traía la comida a mi padre que era cantinero. Pronto me sacaba porque veía que despertaba el lívido y después no podía dormir. Ya abrió La Central con su ropa y calzado, el Banamex con pocos clientes y su cajero desolado. Sigo caminando y me recuerdo que estos portales fueron de una rehabilitación a la plaza que culminó en 1975, observo la placa del acontecimiento.
Me siento junto al portal redondo y trato de provocar que me llegue el nombre de cómo se llamaba la corta calle donde era el estacionamiento de los taxis en los años sesentas. Observo la huaracherìa y zapatería La Baratera, Telecable y Movistar, Dávalos en su negocio de fotografía y video. Me aborda un vecino para preguntarme qué estoy haciendo y si ya abrió Coppel para dar el abono.
Los espacios para la tradicional nieve de garrafa “El Nilo” recuerdo al orangután y Cantinflas abrazado de un farol y mis cigarros prohibidos Fiesta; el local Ruiz que estaba enfrente de la Avenida. Camino para el monumento a La Bandera y de vitropiso medio plomo y el asta negra invadió aquella fuente de mis desvelos.
Hay un verso “Piensa oh patria querida que el cielo un soldado en cada hijo te dio”. 24 de febrero de 1985; pronto me llega como un torrente lo del terremoto en la Ciudad de México, una semana después que volé a Nicaragua. Están escondidos los faroles entre los árboles que lucen el podado por las pasadas fiestas patrias.
Estoy junto al puesto de una vendedora huichola que me sigue ofreciendo pulseras. Me siento y enfrente el Café Colón y Cinemas que poco duró el gusto estar en sus salas porque aparenta ser un cadáver que lo ocupa un local de pizzas y cerveza. Voy a la sombra del Kiosco y está una pareja que me ven pasar y no se animan a detenerme porque seguramente me ven muy convencido de la religión o tengo la cara de demonio o declarado ateo.
Esperan conquistar con la campaña tres preguntas para Dios y reparten folletos La Atalaya. Sigo en mis caminos de antes y viene mi madre que aunque era totalmente católica recibía gustosa pasquines que yo devoraba para conocerlos mejor. Observo la horripilante escalera que no tiene ninguna coincidencia con la hermosura de este kiosco que fue traído de Francia en 1907 y fue el escenario principal para la conmemoración del Centenario de la Independencia en 1910.
Me imagino la gente con sus gritos y sus esperanzas en este lugar de ricos y pobres al ondear las banderas cuando ya se comenzaban los vientos incipientes a llenarse de pólvora de libertad y el apoyo de mi pueblo valeroso a los ideales maderistas; con sus árboles floridos y sus altas palmeras y los pasillos de una plaza hermosa que por desgracia lo fue perdiendo hasta ser una plancha de adoquines, que solamente la presencia de la gente enciende su fuego que estaba escondido.
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