Reconozco, no soy muy veloz; pero aquella noche de otoño sentí que corrí como una saeta. ¡Seguro hubiera ganado una medalla de oro! El pánico se había apoderado de nosotros cuando escuchamos que se abría la puerta. Todos hicimos lo mismo. Los demás detuvieron su marcha en la siguiente cuadra. Yo paré en los límites del siguiente barrio.
Éramos estudiantes universitarios en ese entonces. Apenas sabíamos rasgar un poco la guitarra, pero tratábamos de armonizar lo mejor posible los sonidos. Saúl Robles era nuestro guía y solíamos llevar serenata a la amiga o a la novia de fulano o de zutano.
“Despierta”, “Tres Regalos”, “Perfidia”, “Cerca del mar” y “Corazón de roca”, eran las canciones más comunes. Pero cuando se trataba de algún cumpleaños incluíamos desde luego “Las Mañanitas”, “Clavelitos”, y otras.
Con suma paciencia, Saúl dedicaba gran parte de su tiempo a enseñarnos los acordes, no sin antes mostrarnos las partes de la guitarra. La impaciencia se imponía a veces, pero a base de tesón logramos aprender primero los “círculos” menos difíciles: Do, Re, Sol y La.
Entre ese grupo recuerdo a mi entrañable amigo Chito Montero García, quien cursaba la carrera de ingeniero agrónomo. También formaba parte su primo Armando García – quien además era muy bueno para jugar fútbol –. No fueron pocas las ocasiones en que también nos acompañó “Chico Fierrolo”, muy bueno para cantar, por cierto, al igual que Lupe Ledesma. Todos nos asistíamos en la Casa del Estudiante de Tepic.
Era la casa de Saúl el punto de concentración. Ahí ensayábamos; pero aún así a la hora de la hora cometíamos errores; sin embargo, creo que no se escuchaba mal.
A las 11 de la noche iniciábamos el recorrido. Llevábamos serenatas a las novias. Saúl nos pedía total silencio antes de apostarnos sobre la ventana o la puerta. A una seña empezaba la serenata; pero a veces el temor nos invadía… temor a causar enojo o descontento a los padres.
Aquella vez tocábamos “Tres Regalos” cuando escuchamos que se abría la puerta. No concluimos la canción. Conocíamos la mala fama del señor, pero esa vez no le dimos la oportunidad para que descargara su furia. Eso sí nuestros corazones latieron con más fuerza ante el riesgo de ser agredidos…
A veces sucedía lo contrario. Nos agradecían ofreciéndonos alguna bebida caliente o un tequila. Tiempos hermosos aquellos. Desgraciadamente en nuestros días ya quedan muy pocos Romeos y muy pocas Julietas. Ya se ha ido perdiendo la cultura serenatera. Muy pocos hombres “modernos” se preocupan por cultivar tantos y tan hermosos detalles y gestos de adulación y méritos para ganarse el corazón de la mujer.
Algunos pocos señores – muy poquitos por cierto –, aún gustan de experimentar este tipo de arrobamientos y satisfacciones tan íntimas: Llegar a la ventana de su adorada y en medio de mil suspiros del alma; ¡llevarle serenata!; ¡cantar con su propia voz!
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