Un hombre tocó en la puerta del paraíso:
– ¿Quién eres? – se le preguntó del interior.
– Soy un hebreo -, responde; pero la puerta permaneció cerrada. Tocó otra vez y dijo:
– Soy un cristiano -; pero la puerta permaneció nuevamente cerrada.
El hombre tocó por tercera vez y se le preguntó nuevamente:
– ¿Quién eres?
– Soy un musulmán -. Pero la puerta no se abrió. Toca una vez más.
– ¿Quién eres? – se le pregunta.
– Soy un alma limpia -, respondió. Y la puerta se abrió de par en par.
El diálogo anterior es una transcripción de místico y poeta musulmán, Mansur Al Hallaj, quien murió primero crucificado y después decapitado, dejando un extraordinario testimonio de fe y de amor.
De sus escritos tomamos esta parábola sugestiva. La verdadera pertenencia religiosa no se mide – como remachaban los profetas bíblicos – por la adhesión exterior a los actos de culto, por la ostentación, sino por la íntima fidelidad, por la pureza del corazón, por el amor laborioso.
Es esta elección de vida la que abre las puertas del reino de los cielos. Pero quisiera añadir otro testimonio musulmán (también para presentar un rostro diverso del Islamismo respecto al fundamentalista que conocemos).
El místico Rumi (1207-1273), fundador de los monjes musulmanes ambulantes, decía: “La verdad era un espejo que, al caer se rompe. Cada uno tomó un pedazo, viendo reflejada la propia imagen, creyendo poseer la verdad completa”. Pero el misterio glorioso de la verdad nos precede: por eso debemos destruir toda arrogancia ideológica y espiritual y escuchar también al otro con su bagaje, su acervo de verdad descubierta por él.
Cierto, esto no significa que todas las ideas y las creencias representen automáticamente fragmentos, partes de verdad, ya que son posibles los espejismos, las ilusiones y los obcecamientos o confusiones. La autenticidad brillará a través del amor, de la donación a Dios y al hermano, de la búsqueda humilde y apasionante de la verdad.
Discussion about this post