Fue tanta la vergüenza que empecé a balbucear. No podía hilar las palabras. “Perdonpeme; ¿Puede trapearmene un traigador?”, creo le dije. La empleada del Oxxo simplemente se limitó a sonreír. Fue evidente mi turbación, pero seguramente me entendió porque a los pocos instantes apareció con un trapeador. Ella misma limpió el piso y con una franela secó el mostrador. Tardó varios minutos, pero después todo volvió a la normalidad.
Yo había sido el culpable de ese desastre. Alguna vez me había sucedido algo similar, pero esta vez me sentí sumamente avergonzado, porque ocurrió en un lugar muy concurrido; y además no eran pocos los clientes que a esa hora se encontraban en el citado establecimiento ubicado en la contra esquina de la clínica 28 del Seguro Social – conocida como Unidad de Medicina Ambulatoria, la UMMA -.
El chocolate quedó esparcido sobre el piso y el mostrador, pero parte del líquido se desparramó en mis zapatos y pantalón; y creo que alcanzó a mojar también la bata roja de la cajera.
El incidente se registró el fin de semana pasado. Había que ingerir alguna bebida, un panecillo, o de perdis unas galletas, antes de pasar a la sesión de hemodiálisis; por eso decidimos introducirnos al Oxxo. Nos dirigimos a las máquinas y llenamos dos vasos de chocolate. Luego tomamos unos submarinos y unas barritas – digo, para ayudar un poquito a la economía de la empresa Marinela -.
Abastecidos de estos alimentos – ¡Tan nutritivos! – nos encaminamos enseguida a la caja. Delante de nosotros estaban cuatro clientes, y atrás había otros cuatro. Llegó mi turno. Coloqué los vasos de chocolate y las galletas en el mostrador. La cajera empezó a sacar la cuenta y nos indicó el costo. Me disponía a pagar cuando justo en ese instante ocurrió el incidente. Con la mano derecha derribé accidentalmente uno de los vasos. Todo el líquido se vació, quedando esparcido en el piso y en el mostrador.
Rojo – o quizás negro – de vergüenza – quise resarcir el daño, pero hubiese preferido desaparecer del mapa; esconderme en cualquier lugar, incluso en el congelador. Sentía la mirada de todos en ese instante y tanto las empleadas del Oxxo como los clientes seguramente criticaron mi torpeza; y pa´cabarla de amolar al querer meter el cambio en mis bolsillos se me resbaló una moneda – la cual por cierto fue a parar hasta el área donde se despachan los hot dogs. Y luego al tratar de recogerla, ¡que se me caen llaves!, es decir, ¡Un vil desastre!….
Mis reflejos definitivamente están fallando; y además ¡Todo se me olvida!… Por cierto, La otra vez fuimos al centro mi hijo César y yo. Estacionamos la vieja Explorer junto a la paletería. Yo me dirigí a la presidencia mientras él acudía comprar un par de calcetines y otras cosillas. Poco fue lo que me tardé y decidí regresar a casa. Encendí la camioneta y no fue sino hasta que llegué a mi domicilio cuando me acordé que había dejado a mi Casarín allá en el centro… ¿Será todo esto síntoma de la vejez?
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