A Mariela le costó trabajo dejar la cama. Había pasado una mala noche, con pesadillas; y su mamá ahí estaba, tratando de despertarla para que se fuese a la escuela.
A los diez minutos, doña Chabela – su madre – volvió a despertarla, esta vez con más premura. Se estaba haciendo tarde.
Mariela se levantó rápidamente; apenas sí se lavó su cara. Se zampó el desayuno en un abrir y cerrar de ojos; pero su madre seguía insistiendo:
- Come más despacio, que te vas a ahogar.
Con las prisas del momento la muchacha contestó de mal modo.
- Sí ya lo sé, no empieces a regañarme.
Tuvo que soportar las preguntas de rigor: ¿Llevas el almuerzo?, ¿Te cepillaste los dientes?, ¿Tienes listos los libros?
Más impaciente aún, Mariela contestaba levantando la voz.
- ¡Ya te dije que sí! Ella sonrió suavemente y le dijo:
- Anda, dame un besito y ve con cuidado a la escuela.
Alzó los hombros con fastidio y le dijo medio enfadada:
- ¡Mamá!, ya es tarde ¡no tengo tiempo para eso!
- Está bien hija, ve de prisa, que Dios te proteja.
Con las prisas y el enfado Mariela pasó por alto un leve destello de tristeza en su mirada mientras iba corriendo hacia la escuela. Estuvo a punto de regresarse y darle un beso a su mamá. Sintió un nudo en el corazón, pero sus compañeros comenzaron a llamarla y fue hacia ellos.
¿Con qué excusa regresaría? ¿Que iba a darle un beso a su mamá?… ¡Se hubieran reído de ella!
De todas formas, al regresar a casa después de las clases, Mariela vería a doña Chabela en la puerta de su casa esperándola como siempre.
El día se pasó volando en la escuela, entre clase y clase, juegos y almuerzo, y a Mariela se le había olvidado el incidente de la mañana. Sin embargo esta vez, apenas sonó el timbre salió corriendo a su casa sin entretenerse. Desde la esquina esperaba divisar la figura de su madre en la puerta; pero no había nadie esta vez.
Mariela supuso que estaría adentro entretenida con algo, pero extrañó de momento su presencia tan segura. Antes de tocar el timbre, su padre salió de la puerta… Pero, ¿Era ese su padre? Aquel hombre era mucho mayor de lo que siempre le había parecido; los hombros caídos, los ojos hinchados y un profundo halo de tristeza lo rodeaba.
El corazón de Mariela empezó a latir alocadamente presintiendo algo. Apenas pudo balbucear:
- ¿Qué pasa? Papá, ¿Mamá está bien?. Y en un suspiro le contestó:
- Tu mamá sufrió un ataque al corazón esta mañana, su muerte fue instantánea, nadie se enteró, hasta que vinieron a visitarla y la encontraron ahí tendida en el pasillo, fue muy rápido, hija, se fue nuestro ángel.
Un sollozo salió de su garganta y no pudo seguir hablando.
- ¿Mi mamá? ¡¡¡Mamáááááááááááááááá!!! ¡Dios perdóname!; dile que me perdone, aún soy una chiquilla pretendiendo ser un mujer, dile por favor que ella es lo que más quiero en esta vida, y que prometo valorar a las personas que comparten conmigo mi existencia, no malhumorarme con ellas sin ningún motivo, y que les daré mil besos, día a día, por todos los que no pude darle a ella. Cuídala por mí, mi Dios, que cuando me toque la hora de partir de este mundo venga a mi pecho y me arrope como siempre lo hizo.
Triste historia ¿Verdad?… ¿Saben?… disfruten a sus madres todos los días de su existencia. Nunca sabremos hasta cuándo tendremos la dicha de su presencia mortal. Y si ya no está con nosotros, no te preocupes; una mamá es muy necia y nunca te dejará solo, te quiere muchisísimo.
Pasa esta historia a todas las personas que conozcas; quizá no se ha dado cuenta de lo que hoy tiene y podría perder mañana, y ya será demasiado tarde para darse cuenta. Valoremos cada momento a nuestros seres queridos, y querámoslos mucho ahora en vida, no sea que mañana nos arrepintamos de todo el daño que quizá le causamos sin querer. Las madres son irremplazables. A veces las historias tristes te hacen pensar y ser mejores… Inténtalo tú también.
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