La visión de que el gobierno es equiparable a una empresa no es nueva. Ni tampoco el que empresarios como Antonio Echevarría García pretendan administrar bien los recursos del pueblo. Los dueños de grandes consorcios como el Grupo Álica manejan bien las finanzas; y no solo eso, también suelen exigir mejores resultados a sus empleados. La eficiencia para nombrar a funcionarios que tengan la capacidad de dirigir un departamento, una secretaría o una dirección del Ejecutivo, y la eficacia para que esa misma capacidad dé buenos resultados son exigencias de quienes manejan grandes sumas de capital.
El problema de tener esta concepción del gobierno surge cuando se combinan los intereses de una camarilla con los del pueblo; es decir, no con toda la colectividad, sino con gran parte de esta; o las minorías que son desplazadas y minimizadas hasta reducirlas, o de plano, desaparecerlas.
Eso es lo que puede ocurrir por ejemplo con los medios de comunicación que a expensas de vivir del erario público, de un gobierno complaciente, podrían quedar relegados por quien con certeza le otorgará el bastón de mando ideológico a sus allegados. La radio, la televisión y los medios impresos y digitales quedarían en manos de quienes hoy se sirven del actual régimen, y que le hacen una campaña exclusiva a Toñito Echevarría.
Son esos que recelan de otros medios de comunicación diferentes porque se creen que tienen el monopolio de una eventual jefatura de prensa. Quienes instruyen al candidato para que pose con distinción para las cámaras y lentes del Grupo Álica, que se clavan en cualquier espacio dónde su mecenas es avistado por otro reportero extraño, ajeno al corporativo.
Es ahí donde el gobierno se aleja del ejercicio democrático para convertirse en una dictadura. Tal como en Cuba o Corea del Norte, como en Venezuela o China, los gobiernos donde el capital decide qué tiene mayor prominencia ideológica, derivan en una autocracia donde aclamadores como los que por cierto también se dan en regímenes corruptos como el actual, ocultan la verdad a los ciudadanos para presentar un fenómeno desvirtuado de la realidad.
Entre estos y ellos no hay diferencias. Se le llama gatopardismo.
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