Report-arce
- ► A golpe de pico y barras se están yendo en sórdidas angustias al pasado absoluto, al cono de luz pasado. Sucesos que lloraremos después al verlos fotografiados edificios, lugares y pobladores. Dolerá entender que fueron cuerpos ya no permitidos en el tiempo y espacio.
IXTLÁN DEL RÍO.- Si la memoria y las tinieblas del recuerdo no me fallan, tendría cinco años cuando por primera vez mi madre me llevó a conocer el Mercado. Cruzamos las calles Allende y Morelos para llegar a la esquina donde estaba en pleno la reunión de sabores y la asamblea de olores en el mundo de colores y formas.
También se podía ir por la 5 de Mayo libre y sin estorbos, las banquetas limpias y la calle de empedrado, libre de autos, cuando bien valía decir buenos días. Se abría como un teatro con sus personajes de las materias primas de la vida. Entrabamos por la principal porque había tres entradas, por la Aldama y por la Morelos.
Trato de leer la placa, porque ya entiendo los símbolos de los alfabetos. La seis de la mañana y apenas se veía que desde el umbral del oeste llegaba el alba. La entrada y una señora con una tina llena de nopales cortados, en cuadritos y sin espinas. Una rueda de pan y el murmullo constelado de vendedores y compradores.
Concierto de frutas limpias y ordenadas, las verduras con su olor a tierra y agua, frescas como el col, las zanahorias anaranjadas y los racimos de rábanos picantes. Olores penetrantes de las especias a granel, chiles secos y pimienta.
Estaba el padre de Minero, el que hoy tiene el local del pescado y camarón a la entrada, precisamente en ese lugar. Con una bolsa de ixte mi madre acomodaba lo que iba comprando. Después la carnicería de Roberto “El Chancaco”, por la pepena, el huesito y chicharrones.
Lo que ya no había, lo íbamos a comprar con don Amador Martínez. Teníamos el encuentro con los espacios y que eran banderas de inocencias y de ojos más abiertos ante el espectáculo fenomenal de los grandes moles de carne de res y puerco estaban balanceándose en los garabatos y los congeladores blancos eran la atracción cuando salían otros pedazos rojizos de músculos fríos.
Nos envolvía los aromas penetrantes e incitadores del menudo caliente, la hierbabuena y las malteadas novedosas del chocolate, azúcar y leche con el rociado de canela en polvo en el local de don Pascual. Toño mi hermano a veces pedía dos porque era probar el cielo y tocar a Dios en nuestro territorio de las pobrezas. Yo no me dejaba pedía otro más.
Asistir a uno de los lugares más hechizantes cuando era una orgia de comer, porque estaban los churros al salir y ese batido de harina, manteca que embutían en una enorme jeringa de metal para rociar en un cazo que hervía en su capacidad para el chillido cuando ya estaban listos para cazarlos y cortarlos y después revolcarlos en una cama azucarada.
Era una atracción aparte de ir al circo. Regresar ya desayunado o llegar, todavía teníamos hambre, al mercado nuevo y estar sentado en uno de los locales más significativos: las gorditas con atole de una familia del profesor Francisco Espinosa. Esperar el turno para servirte y caliente el atole y uno con ganas de sorberle y morder la delicia redonda.
El regreso con el cargamento; la acumulación de tantas latitudes, la siembra y cosecha de semillas, el criar, alimentar y ordeñar en los establos a las vacas. El tiempo artesanal que se va diluyendo en la era pre Aurrerá y Soriana. Después de casi medio siglo, en diciembre cumpliría 51 años. Este recuerdo será demolido para construcción de otro Mercado que combine tecnología y tradición.
Habrá otros niños de cinco años que la madre los llevará al local nuevo, con los mismos vendedores de ahora, quizás otros vendiendo otros sabores y olores y alguien escribirá una historia de su primera vez.
Discussion about this post