Omar G. Nieves
La tecnología nos ha cambiado la vida; que ni qué. Lo importante es saber si ha sido para bien o para mal; o, para no ser tan rigoristas, conocer hasta dónde el cambio nos ha beneficiado o perjudicado.
Su servidor forma parte de una generación que, como muchos, vivió la época en que no había computadoras, teléfonos, aparatos electrodomésticos y las televisiones eran a blanco y negro.
A los de mi generación, nos toco vivir la dinámica social de antaño, y experimentar a lo largo de los años cómo se cambian los hábitos y costumbres debido a los avances de la ciencia.
Somos parte de un mundo entremezclado por las viejas tradiciones y la moda de nuestros días. A nosotros nos tocó, para empezar, comprar los primeros casetes que sustituyeron a los viejos discos de acetato, aquellos que mi tío Chico le gustaba poner en una consola enorme como preciosa que mi abuela conservaba. Cuando se atoraba la cinta en la grabadora, recuerdo que teníamos que enrollarla nuevamente con un lápiz o una pluma. No pasaron muchos años cuando estos casetes pasaron a la historia para cederle el turno a los discos compactos, tan delicados, que con tan solo tocarlos se rayan. Ya ni los discos se usan.
Nosotros fuimos los que desafortunadamente abandonamos los juegos en las calles: las canicas, el changáis, los quemados, el cero por chapucero, las cascaritas de fut; y aunque parezca extraño, también nos tocó jugar el matarile y las barbitas de conejo. Aquellos juegos de los que hace poco habló en un artículo el profesor Ernesto Parra Flores, fueron despreciados masivamente por la niñez que se dejó seducir por los videojuegos.
No sabemos en qué momento pasó, pero nuestras madres también cambiaron el trabajo en la casa. Según eso, ahora tienen más herramientas para hacer las labores domésticas en menos tiempo y con más holgura, ¡Pero yo las veo igual de atareadas!, y hasta con más estrés. Era común verlas caminar para «ir al mandado» y «hacer cola» en la tortillería, donde aprovechaban muy bien el tiempo para ponerse al corriente de las noticias del día. ¡Qué quieren ir ahora al molino! No se diga de tortear. Una llamada por teléfono basta para que a la puerta de la casa lleguen las tortillas bien calientitas.
El teléfono sí que nos ha servido bastante. Si en aquellos años mi abuela hubiera contado con este aparatito, y mi tío tuviera el plan ilimitado de llamadas que hoy tiene para comunicarse desde Estados Unidos, mi abuela no habría escrito esas cartas con tanto esmero y cariño, y recibiría al cartero como hoy muchos lo atienden cuando llega con el recibo de teléfono: «Chin, ¡Otra vez el recibo de pago!». En cambio antes el cartero era esperado con gusto, como cuando se espera al novio o a la novia.
Lo que sucede con estos planes de teléfono y con la facilidad que tenemos ahora para comunicarnos a cada rato, es que se pierde el interés, el deseo, el afán por hablar con aquella persona, que hasta en ratos se vuelve un fastidio. Al menos, cuando se trata de correo electrónico, es más fácil la selección múltiple para borrarlos de inmediato.
Como siempre hemos vivido en zona rural, el campo y la agricultura fueron el mejor gimnasio que pudimos tener. Ahí nos forjamos en la siembra y cosecha de maíz, en la pizca de chile y abonando la tierra. O también en la construcción, que es un empleo que es común desempeñar en estos lugares. Estos trajines, y la alimentación que se acostumbraba entonces, nos mantenían en forma y con buen estado de salud. Luego los rufianes empresarios que viven en la ciudad, y uno que otro paisano, comenzaron a llegar con sus productos empaquetados. «Era la novedad», y como toda novedad, hasta hoy, sigue atrayendo a los incautos que vamos a consumir lo último, lo más moderno, lo que nos dicen que es «lo mejor para nosotros». Ahí está una de las causas de la obesidad.
Empero, los jóvenes corpulentos que suelen ir al gimnasio y que, en el mejor de los casos, siguen una rutina de ejercicios personalizada, y en el peor, los engordan como a las vacas y pollos con proteínas alteradas y anabólicos; esos, por muy «mamados» que están, no aguantan lo que un albañil panzón o un jornalero hace en un día de trabajo.
En conclusión: A nosotros nos tocó vivir lo viejo y lo nuevo. Sabemos cómo nuestros viejitos batallaron para obtener el sustento, y cómo tenemos que hacer hoy para tenerlo. Tal vez la tecnología nos esté ahorrando energías y nos esté brindando mayores comodidades en el trabajo y un mejor confort en nuestro hogar; pero como humanos estamos perdiendo. Nos estamos volviendo máquinas; y el internet, sobre todo, nos está desperdigando. Así como a una mazorca se le deshoja y se le desgrana para moler el maíz; así nos está moliendo la tecnología. Somos una masa amorfa cuyo destino se sigue escribiendo.
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