Francisco Javier Nieves Aguilar
Pan recién horneado, sabroso y calientito; listo para disfrutarse acompañado de una taza de café o un espumoso chocolate. Doña Paula acomoda cada pieza en su lugar: conchas y elotitos, empanadas y polvorones, novias y hojaldrados, donas y pastelitos; sin faltar los deliciosos bolillos.
No son pocos los que suelen acudir a la esquina de la avenida Hidalgo y la calle Cinco de Mayo para comprar el rico pan que desde hace 44 años vende la señora Paula Méndez García, en Ixtlán del Río.
Proveniente de una familia de condición humilde, doña Paula ha forjado su vida y la de sus hijos a base de tenacidad y empeño. Luchando contra vicisitudes y frustraciones ha logrado enfrentar la pobreza en forma honorable y admirable.
“Yo me siento muy orgullosa porque eduqué y formé a mis hijos con muchas limitaciones; pero ahí están. Gracias a Dios todos son gente de bien y no andan causando lástimas, como yo”, dice esta mujer de tez morena y espigada de estatura.
Buscando atenuar un tanto sus limitaciones, la señora Méndez se desempeñó durante varios años como asistente del profesor Antonio Sánchez, quien era propietario de una tienda de ropa, exclusiva de la marca “Medalla”, cuyo establecimiento estaba instalado justamente en la esquina de las calles Hidalgo y Allende, en el mero corazón de Ixtlán.
Y fue la necesidad también la que la orilló a buscar otras alternativas de sustento. Fue así como se le ocurrió vender pan, por las calles. Con un canasto en forma de rueda hecho a base de palma, doña Paula tenía que recorrer arteria por arteria para vender la mayor cantidad de pan. A veces sorteando el peligro de los perros o exponiéndose al escarnio de pandillas callejeras.
Esa actividad la convirtió también en una improvisada malabarista pues tenía que sostener la rueda de pan en su cabeza. Los bolillos los cargaba en su diestra y los pastelitos en su mano izquierda; siempre casa por casa, ofertando el pan que se elaboraba en la Panadería “La Espiga de Oro”, de Don Juan Sánchez y cuyo negocio pasó luego a manos de los hijos de éste, Lolo y Chuy.
Después logró adquirir con muchos trabajos una destartalada carreta de madera con llantas de bicicleta y la cual empujaba con cierta dificultad, pues las calles no estaban pavimentadas como ahora.
Durante algún tiempo probó suerte vendiendo pan en su carreta que instalaba diariamente en la vecindad de doña Fidencia, dueña de la “Tienda la Fama”; pero como las ganancias eran escasas optó por plantarse en el exterior del entonces famoso “Café Nápoles”.
Con el tiempo decidió establecerse en la esquina de Cinco de Mayo e Hidalgo, donde opera un conocido hotel, pero no arriba de la banqueta, sino abajo, al lado de una señora que vendía elotes; pero el peligro de los autos la obligó a instalarse por encima de la acera, replegada a la pared.
Nacida el 28 de abril de 1940, doña Paula Méndez García lleva ya treinta y tantos años vendiendo pan en el mismo sitio. Sentada en un pequeño banco, ofrece al paseante sus bolillos y empanadas, conchitas y ciudadelas, polvorones y pastelillos, teleras y cuernitos… pan grandote, pan chiquito.
Llueva, truene o relampagueé, la señora Méndez no falta a su cita, la mayoría de las veces asistida por sus vástagos Dioscelina y María Teresa Méndez, así como por sus hijos de crianza Eliseo Sánchez y Antonio Méndez, al igual que su nieto, Ricardo Moreno.
Éste último, por cierto, empezó a ayudarle desde que tenía ocho años. Solamente se calzaba sus “cholitas” y en un dos por tres llegaba a la esquina de Hidalgo y Cinco de Mayo.
Una ocasión, mientras cargaba su canasto lleno de pan, Ricardo dio un mal paso cayendo estrepitosamente al suelo. Ese día no vendieron nada porque las piezas se resquebrajaron. El entonces chiquillo regresó a su casa llore y llore, llore y llore.
Desde hace algunos años, doña Paula Méndez cambió su carreta de madera por un lujoso armatoste rodante confeccionado con acero inoxidable perfectamente equipado para conservar el pan en óptimas condiciones, limpiecito, saludable.
El negocio tal vez no sea la gran cosa, pero al menos da para comer; pero doña Paula no piensa claudicar, “porque de alguna manera tenemos qué vivir, porque ¿Quién nos va a jubilar?, ¡Pues la muerte!, se pregunta y se contesta a sí misma.
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