Profr. Ernesto Parra Flores
Lo que nos sucede en la infancia nos marca para siempre. Vea usted si no. A pesar de tener viviendo en Sinaloa casi 42 años –tres en cuidad Guzmán y 17 aquí en Ixtlán–, siempre me sueño en este mi pueblo, aun que me vea rodeado de amigos sinaloenses. Y no es para menos; en la infancia, se forjan los grandes amigos con los que disfrutas aventuras mil.
Cuando asistí a la primaria, fui conociendo algunos líderes que me hacían soñar y desear ser como ellos. Había unos muy diestros en el deporte y otros en los juegos tradicionales.
Recuerdo muy bien a Tito Moya, un líder en el balero, sobre todo en los “capiruchos” ¡Era un espectáculo verlo ensartar una retahíla sin perder! Me sentía orgulloso de ser su amigo; amistad que seguimos conservando.
¡Ah! y para las canicas… David el “zurdo”, que a veces, cuando era “mano”, no nos dejaban hacer ni un tiro en la rueda y nos quedábamos asombrados ante su siniestra certera.
Otro caniquero bueno era Benjamín, hoy de oficio talabartero que ha forjado a sus hijos en el oficio. Benja, por cierto, está pasando una crisis de salud, ruego a Dios que lo ayude a recuperarse.
Allá en el fondo de la escuela de “La Pila Colorada”, donde estaban las letrinas de pozo, había un espacio con tierra en donde practicábamos los juegos de temporada. Allí fue donde conocí a esos líderes que ayudaron a formar parte de mi forma de ser.
Cada barrio tenía sus propios líderes –en el buen sentido–, pero lo eran de acuerdo a la edad. Por mi barrio de “El Camote”, había unos adolescentes muy buenos para la bailada; estaban siempre bien informados quién cumplía años, o boda, bautismo y que lo celebrarían en la música de tocadiscos, ¡Y no faltaban a la bailada!
Mi hermano Chayo y “El Veneno” era de estos. Pero el riesgo principal era que, si había algún incendio en los cerros, llegaba la policía y hacía “levantadero” llevándoselos a practicar la acción benévola de bomberos forestales, soltándolos hasta terminar la misión que casi siempre era en la madrugada; hambrientos, cansados y tiznados, ¡Pero bien bailaooos! (Ernesto Parra Flores; enero de 2011).
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