Reposando en el portón del templo parroquial, Jesús y Andrea parecen despreocupados. Ella se recuesta un poco sobre una maleta; y él divisa los autos que pasan por el frente.
Andrea se endereza al ver llegar al reportero. Jesús parce asustarse. Mira con desconfianza al “intruso”, piensa que se va a llevar una reprimenda imaginando quizás que se trata de alguna autoridad. Se tranquiliza un poco al ver a la niñita, mi nieta.
Se inicia una serie de preguntas y respuestas y ellos van tomando confianza. Siete valijas conforman su equipaje, además de algunos bolsos donde guardan algo de fruta, ya pasada.
Asegura Jesús que provienen de Michoacán, de un pequeño pueblito cercano a Zamora, pero no aporta más datos. Intenta eludir el tema, como si algo ocultase.
Mientras Jesús responde a las preguntas, Andrea saborea una lima. Ella sonríe constantemente. La ausencia de su dentadura no le causa ninguna pena. Parece ser presa de un desajuste mental, con actitudes infantiles pese a sus 25 años.
Jesús casi le dobla la edad; 47 años tiene. No son casados, pero desde hace un lustro y medio hacen vida marital. Ella es originaria de otro pequeño ranchito del estado Michoacán. Se conocieron, se entendieron, dejaron familia y todo y se lanzaron a la aventura.
Desde entonces han recorrido varios estados de la república. La vida nómada parece ser su modus vivendi; y así fue como anteanoche llegaron a Ahuacatlán. Pernoctaron en un local cercano a la gasolinera y al aparecer el alba se adentraron en el centro histórico.
Deambularon un rato por la zona del mercado, recorrieron el Parque Morelos y, a eso de las siete de la mañana se apostaron en la puerta principal del templo de San Francisco de Asís.
A su lado colocaron un pequeño recipiente para solicitar la ayuda de los peatones, y más concretamente de los feligreses.
Jesús viste pantalón negro de mezclilla y camisa azul a rayas. Se ve más decente. Ella porta pantalón corto de vestir en color beige y playera verde, sucios, pelo desaliñado. Da la apariencia de estar peleada con el agua y con el jabón.
Aseguran que su meta es llegar a los Estados Unidos “a como dé lugar”; pero no llevan prisa. “Yo sé hacer trabajos de jardinería, lavo carros, doy bola a los zapatos”, señala Jesús, aunque por su aspecto más bien se inclina por el ocio.
Pasa una hora, dos, tres, cuatro, pero Jesús y Andrea ahí siguen, despreocupados, displicentes; bostezan al estilo Bartolo el de las Pastorelas. A ellos no les va ni les viene lo que digan o hagan Peña Nieto, El Peje o La Josefina. Es su mundo… un mundo alejado del estrés. Solamente se preocupan por comer; ¡Pero al parecer ni eso!
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