Las mentes más brillantes en el mundo, entre las que destacan Byung Chul Han, Yuval Noah Harari y el Papa Francisco, discuten sobre cuales deben ser los valores fundamentales que debemos observar y tener muy presentes para hacer frente a la realidad que vivimos, asumir nuestras circunstancias, aprender a vivir con ellas, observar el futuro y sobre todo, nunca perder la esperanza.
En esta crisis todos estamos perdiendo algún tipo de recurso ya sea material o intangible, de valor determinable o invaluable por su naturaleza, y la más peligrosa de las pérdidas quizás pueda ser la calidad humana, tal parece que la solidaridad se agota conforme pasan los días, los actos humanitarios son menos y el rencor social va en aumento.
En un escenario donde todos somos enemigos de todos, ha permeado la idea de que la salud propia depende del prójimo, sin hacer mayor reflexión, generando prejuicios y linchamientos mediáticos, condenándolos por su irresponsabilidad sin matices que tiendan a explicar y ayudarnos a entender la necesidad de las personas.
La paradoja perversa que nos azota hoy en día es que tenemos mucha información y muy fácil de acceder a ella, pero muy poca capacidad de procesarla, metafóricamente podríamos decir: “el agua nos inunda y no sabemos nadar.” Esto provoca infinita desesperación, la saturación de la información que a diario consumimos va en diferentes sentidos, las visiones, opiniones u orientaciones de quienes la producen es contradictoria, muchas veces generando en las personas confusión absoluta.
Ya lo advertían los textos antiguos, el castigo más miserable para el ser humano es la confusión y la falta de identidad, no tener noción de quienes somos, que ocupamos, que queremos y hacia dónde vamos como sociedad en la algidez de una crisis principalmente sanitaria pero que desencadenara muchas más, ocasiona los conflictos que nos aquejan, poca o nula cooperación, caos en el humor social, sensibles a la reacción, intolerancia y odio, además, si le sumamos la consigna sistemática de los medios oficiales para trasladar la culpa y responsabilidad hacia los ciudadanos no existe margen para la reconciliación social.
La solidaridad, que es uno de las virtudes supremas del hombre y la mujer, el acto de bondad por excelencia de las personas, ha quedado en el olvido, los esfuerzos por juntar despensas, más allá de los réditos electorales que pudiesen llegar a significar, eran necesarios para un segmento de la población vulnerable, hoy esa efervescencia por la ayuda, se va extinguiendo.
Los planteamientos de gobierno, que no significan una estrategia de contención, es evaluar si regresamos al confinamiento, restringiendo de nueva cuenta la movilidad de las personas, creyendo que con esto se puede controlar la tendencia a la alza de los contagios por COVID-19, los argumentos a favor es: “no hay otra” el multicitado “quédate en casa” se ha vuelto una “letanía” injusta y discriminatoria si se adopta textualmente, nuestra realidad no permite que gran parte de la población pueda darse ese lujo, no por un tiempo prolongado.
La poca paciencia y la intolerancia por esperar a estrenar plenamente una “nueva normalidad” hacen que estigmaticemos a los transeúntes como individuos irresponsables, oprobiosos, inconscientes, trogloditas civiles, bellacos, perversos, “valemadristas” y cualquier otro calificativo que sugiera maldad, incluso, que ha llegado a pensar que son seres que odian a su propia familia, sugiriendo que procuran la muerte de sus propios familiares.
Imaginen ustedes si esos calificativos que les adjudican a la gente fueran ciertos, desde cuando nos hubiésemos extinguido como especie; el odio se ha desencadenado, y no necesariamente entiende de clases sociales, ideologías, y preferencia de ningún tipo, más bien creo que es por el miedo y la incertidumbre de no saber las dimensiones del virus al que nos enfrentamos.
El tiempo avanza y seguimos sin encontrar el camino. Cito a los clásicos, una frase de Séneca: “Cuando no sabemos a qué puerto nos dirigimos, todos los vientos son desfavorables”. No importa si tenemos un golpe de suerte si no sabemos qué queremos y a dónde vamos, difícilmente obtendremos el éxito, es tiempo de darle preferencia a la brújula sobre al reloj.
En esta etapa transitoria de la pandemia, donde a diario estrenamos récords de contagios, donde diario hay nuevos picos, reflexionemos, es momento de cooperar sin coacción, de practicar la tolerancia virtud del éxito según los griegos, generar empatía con la necesidad del otro y no ver en cada individuo el enemigo a vencer.
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