HUGO VALS
La política es un muladar cuando en lugar de ideas hay estafas, y en esta contienda electoral las hay al por mayor. Los más embaucados son los candidatos. Todos creen que van a ganar, que van arriba en las encuestas, y que tienen asesores que los van a llevar al triunfo.
Creen ilusamente que la gente que traen tras de sí, las brigadas de promoción del voto, trabajan duro por el proyecto. Cuando ni siquiera hay proyecto. Suponen que las fotos que se toman con los brazos arriba y la sonrisa abierta teniendo a la muchedumbre eufórica – detrás o por delante – corresponden a un apoyo sincero de sus aspiraciones.
Ojalá y llegaran al poder para que demostraran otra vez ese arrastre para atraer a las multitudes. La gente va a divertirse, así como se hace en los espectáculos. Quieren ver al líder lucirse, pregonar como el canto de las sirenas que solucionarán los problemas sociales.
En Facebook los usuarios aplauden o replican por instinto. En la red social no hay tiempo para digerir. La línea del tiempo avanza vertiginosa hacia el siguiente candidato, el siguiente espectáculo. En este aspecto quienes son timados son los cibernautas, que no reparan en que tales publicaciones se van puliendo, tras bambalinas, por los distinguidísimos asesores. El candidato apenas si tiene tiempo de verse en la prensa y palpar el cúmulo de “likes” que lograron sus administradores.
De repente, los candidatos ya no sólo dan los buenos días. Ahora son capaces de articular frases más largas, estar al pendiente de las celebraciones y fechas, y demostrar que tienen cultura al escribir con propiedad y sin las faltas de ortografía que todavía se les veía hace un par de meses.
Parece que el imperio anglosajón (EE.UU.-GB) ha tenido éxito en sus pretensiones de exportar su mercadotecnia política. Esa que se vale de una suntuosa caravana que en cuestión de minutos monta el teatro para que la gente se divierta y se lleve algo a casa. Porque eso sí, con las manos vacías no se van; un globo, una calca o una playera es el mínimo estímulo.
Los otros candidatos, los pobres que en lugar de debatir promueven el “voto de castigo”, se ciñen al viejo estímulo del apapacho y la palmadita en la espalda.
El Tío Sam ya vino a soltar billetes y girar instrucciones.
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