IXTLÁN DEL RÍO.
Domingo de mañana recibo mensajes conmovedores y fatales. Falleció José Guerrero Ballesteros a la edad de 87 años y una inmensidad de recuerdos me brotaron desde mi alma que cada vez se cansa más por las generaciones que se van y con ellas también mis vivencias. En el tiempo relativo me hurgo para evocar un ejercicio en donde también siento el dolor de las familias.
Nació el 26 de septiembre de 1935, en la calle Madero 181. Sus padres Concepción Ballesteros Parada, conocida como Conchita y Arnulfo Guerrero Muñoz, padre biológico; de crianza Pedro González Miramontes, «Pedrucho». De niño con sus aventuras y ya de adolescente en 1953 estudia cursos por correspondencia en la prestigiosa Hemphill Schools para radio técnico, carrera importante ante la avalancha que se venía en la tecnología de difusión. Contrae nupcias con una joven bella, Otilia Franco Ballesteros y procrean seis hijos: Juan, Beatriz, Arturo, Concha, Antonio y Sara. Antonio falleció de joven. Viven por el Barrio de los Indios, calle Moctezuma, y allí nace su primer taller. Responsable, pronto logra atraer a los clientes que requieren darle vida a los radios, aparato muy de boga, para concursos, eventos, noticias.
En 1967 vuelve a la calle de sus amores en Madero 259, esquina con Jiménez. En ese año trajo los aparatos para las antenas que captarían la señal de televisión, junto con amigos y colaboradores. Ixtlán recibe los magnos eventos del siglo XX. Nuestras vidas cambiaron por los pioneros, gracias a Pepe El Gato, me imagino el apodo por sus ojos de color y bien parecido. Operador del cine Ixtlán y reparaba los aparatos. Seguía con su taller para la atención a radios, amplificadores, televisiones ya a colores, estéreos. Al cerrar el cine, se concentró en su taller, Madero 81 norte, y colaboró en los dos gobiernos de Héctor Javier Sánchez Fletes.
Pepe era bohemio, existe una fotografía con un grupo de amigos, todos jóvenes con su botella y vasos en el Apolo XI, Bar Natos. Le encantaba tener amistades, yo lo veía en las fiestas, comer y beber felizmente. Lo conocí de joven, bien cambiado con sus pantalones de pinzas y de camisa fina. Amante del dominó, escuchar música y brindar. Se quedó viudo, recibía amistades en su taller y casi siempre tenía compañía, se escuchaban las fichas en la mesa, jugando con el maestro Balta Douglas, su amigo Lupe Ibarra.
En algún mediodía, o tarde, noche, el saludo y la conversación. Aquellos años maravillosos. En los últimos tiempos le llegaron las enfermedades y dejó su taller. Sentado en una silla de ruedas en su puerta veía pasar el tiempo o llenaba crucigramas. Quería tener la vitalidad de antaño.
Hasta siempre don Pepe, siempre te apreciamos y respetamos todos los que te conocimos, gracias por lo que hiciste por tu familia, tu barrio, tu comunidad y en otros lugares porque ibas a reparar aparatos a otros cines. ¡Gracias Pepe! Nunca te olvidaremos.
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