El cortejo fúnebre detuvo su marcha en el panteón. El reloj marcaba las cinco de la tarde con 25 minutos cuando los familiares del difunto se acercaron al féretro. Todos lloraban. Una mujer hasta perdió el conocimiento y tuvo que ser retirada del lugar. Los sollozos continuaron.
El dolor ajeno tocó mis sentimientos y también derramé algunas lágrimas. Me aparte de la bola y me senté junto a una tumba. De regreso y mientras conducía la Explorer, me puse a reflexionar:
Cuando lloras a tus muertos, lloras por ti y no por ellos… Lloras porque los perdiste, porque no los tienes a tu lado, porque si todo concluye con la muerte, tus muertos ya no están, ni siquiera para sufrir por haber muerto; si la vida continúa más allá de la muerte, ¿Por qué apenarte por tus muertos?
Cuando hayas terminado de aceptar que tus muertos se murieron, dejarás de llorarlos y los recuperarás en el recuerdo para que te sigan acompañando con la alegría de todo lo vivido…
No te mueras con tus muertos, recuerda que donde ardió el fuego del amor y la vida, debajo de las cenizas muertas, quedan las brasas esperando el soplo para hacerse las llamas.
Si dices, que sin tus muertos no podrás seguir viviendo, no digas que porque los amabas tanto, sino por cuánto los necesitabas, (y no es lo mismo amar que necesitar).
Si lo aceptas así, tal vez descubras para tu crecimiento que tu vida consiste en ser tu vida… ¡Y no la de los otros!
No frenes tus lágrimas cuando llegan, ni fuerces el llanto cuando se aleja no dejes de llorar, porque alguien lo reprueba, ni te obligues a llorar porque si no: “¿Qué dirán los otros?”
Respeta tu dolor, y tu manera de expresarlo.
No te mueras con tus muertos; ¡déjalos partir, como parten las golondrinas en otoño, para anidar en otros climas y volver más numerosas y crecidas, en otra primavera!
Las lágrimas que ocultas, el dolor que escondes y la protesta que callas, no desaparecen, quedan al acecho del momento en el que puedan estallar. Es mejor que lo vivas todo en su tiempo y en su hora.
Es común que las personas guarden buena cantidad de culpas para reprocharse ante sus muertos. ¡No lo hagas contigo! Tus muertos no ganan nada, con tus insomnios de remordimientos. Ámalos ahora; recuérdalos con amor, y quizás, si ganen algo…. como otro nacimiento.
Tú y yo solo vemos una cara de la muerte, la del otro lado se nos escapa.
Si desde el seno de tu madre hubieras visto nacer un hermano, creo que lo hubieras llorado como muerto, hasta nacer tú y reencontrarlo.
¿Qué sentirías si miraras la muerte como otro nacimiento? Tus muertos no están en el cementerio. Nunca estuvieron ahí, salvo cuando estaban vivos.
¿Me preguntas dónde están?… No puedo responder por ti. Yo sé dónde están “para mí” los míos; pregúntate tú a ti mismo dónde crees que están “para ti” los tuyos. El cementerio es como un surco donde se arrojan las semillas.
Ningún sembrador vuelve a remover la tierra para buscar las semillas ya sembradas; regresa al campo a la hora de cosechar espigas.
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