Ahuacatlán; agosto 17.- (Redacción).- Esperando el despacho de unas “tortillitas”, la señora María Elena “N” preguntó si sabía de algún lugar donde necesitaran una empleada doméstica. Chabela, quien iba junto con ella, reanimó la plática: “No le hace que paguen poquito, queremos trabajar; lavar ropa o planchar…”.
Después de un pícaro comentario, las dos mujeres expusieron sus problemas: una no tiene marido, y la otra soporta a uno holgazán que, aparte de no trabajar, tiene varios vicios.
En Ahuacatlán, como en otros pueblos de esta porción del estado, desde hace tiempo las mujeres han desempeñado una doble responsabilidad: realizar los quehaceres domésticos y velar por el sustento de sus hijos. Para ello el sexo débil se ha tenido que ser fuerte asumiendo esta doble faceta de padre y madre que trabaja incesantemente desde que sale el sol, hasta más allá de su crepúsculo en la tarde.
Las madres solteras se cuentan por montones en nuestros pueblos. Algunas fueron abandonadas, otras con dignidad dejaron a sus esposos cuando se vieron engañadas, y otras más quedaron viudas. Ahora piden trabajo, y sin generalizar, también están las que buscan pareja; uno que las mantenga, o que por lo menos se haga cargo de los escuincles mientras crecen.
Las mamás solteras son muy afanosas. Son capaces de realizar labores que cualquier otra mujer no haría. Llevan a cabo trabajos muy complicados; como trabajar en el campo; o muy sencillos, como vender productos por catálogo.
Por todo lo anterior, es lamentable que las autoridades no establezcan programas para ayudar a estas señoras. Talleres y cursos que las capaciten, empleo temporal o proyectos productivos que las incentiven.
Es penoso decir que cada año crece el número de madres solteras.
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