Claroscuro
Rigoberto Guzmán Arce
A la memoria de mi padre Manuel Guzmán valle “El Chiquila”
1.- El barrio de la calle La Primavera y las Siete Esquinas todas las noches de albañiles de mitad de año y el resto de campesinos. Maduras solteras que no salen de las iglesias y tienen santos preferidos para remedios de sueños no cumplidos. Tradicionales señoras por los viajes al mercado viejo del domingo. Se desgastan las calles de empedrados y los vientos de la mañana de niños lombricientos.
Los días y las noches no se distinguieran sino fuera por la fiesta de la prostitución a fuego lento y otras veces bocanada de ardientes horas de locura. La costumbre de los horarios cercanos se inunda de música desde boleros rancheros cantados por Javier Solís, pasando por el tránsito de los tríos hasta modernos e inacabados dolores de madrugadas multiplicadas.
Muchos comprenden que los rostros y los que portan máscaras no son nuevos. Los pobladores han visto tanto que están tranquilos en la procesión del año natural por la Casa Venecia. El presente es constante que los pobladores de este rumbo los creen perpetuo a pesar de los fracasos del abandono.
De nueva cuenta la orgía de los minutos que se hacen cómplices de las horas torrenciales cuando las heridas se tornan honores y el lenguaje se desparrama para contar las historias que cada una tiene su relevancia para forjar lo que sucede en alguna noche adentro y fuera de “La Casa”.
Las prisas acabadas cenizas por respeto a los tiempos del destino. Un mundo disfrazado de euforia que se esconden y que se encuentra de pronto en algún local y en las esquinas. El mundo del alcohol y las mujeres. Por eso existe un mural en primera cantina que nos da la bienvenida, atrás de la barra donde se acomodan las botellas de ron y aguardiente: Un diablo con una mujer desnuda en el paraíso. Los transeúntes, hijos del amanecer chocan con cuadros grotescos productos restados del dinero y el placer.
Mientras el pueblo que comienza a extenderse, aquí en este lugar, los ojos ya no se asombran de nada. Es entendible aquí que los asesinos dejan lagunas de sangre y gente arremolinada en torno al herido para saber mórbidamente los pormenores y seguir enfrascados con la versión más original del hecho, uno más de los tantos en el mes, en la semana, en el día. Ser testigos de lo que sigue.
Llegan los flacos y gordos policías con la perrera, el del ministerio o la oxidada ambulancia. Las alabanzas y traiciones, la inocencia de alguna palabra mal dicha en las frases de borrachera o alguna conversación o reclamo con la persona equivocada. Ser estadística de cliente, herido, difunto, golpeado, robado. Que alguna prostituta te haya vaciado todo, hasta los bolsillos.
Las preocupaciones aquí pronto se olvidan, “la cruda” pronto se cura; la vergüenza queda sepultada en los ritmos elocuentes. Los avanzados del barrio esperan pacientes que lo inesperado ocurra. Se sientan afuera de sus casas para saber quiénes son los mecánicos, profesores, carniceros que tomaron por asalto “el Bule”, o lo que es lo mismo, pero se pronuncia con más categoría: La Casa Venecia.
Aquí se vive a orillas del mar del delirio en un barco de embotamiento de vidas perdidas de proa y mástil rotos que se siente la desgracia solitaria. Aquí desfilan cada día y noche mujeres convertidas en carne de presidio corporal ante los postores que pagan más y la cartera ya no da velocidad en la carrera de la atracción monetaria disfrazado de belleza física cuando alcoholizado se sienten Pedro Infante o el cantante de los Freddys o el joven que se cree rocanrolero como algún músico de Los Beatles.
Los parroquianos en busca del tiempo de la paradoja donde los relojes detengan manecillas o donde se regresen para revivir los tiempos idos de la juventud lejana. Los hombres en su laberinto. La destrucción del alma a base de tragos o el encuentro con su pasado para hablar a solas en el baño o llorar enfrente de las paredes carcomidas. Para abrazar desconocidos y declarar amor a las damiselas que, de súbito, consumen la copa de licor o la cerveza oscura como el local a media luz roja que penetra tu soledad de pobre diablo.
El barrio siente que ya ha vivido todo, los pleitos por cualquier cosa en cada una de las cantinas. La hilera de locales que son entre cenaduría y lugares de alcohol. En cada parte del barrio, desde la periferia hasta el mismo centro todo se relaciona a este movimiento. Los que rentan casas a las trabajadoras del placer, los que les cuidan los hijos y los llevan a la escuela, las que planchan y lavan a las mujeres jóvenes que son las recién llegadas, las señoras que preparan comidas para las desveladas que sólo viven para bañarse, peinarse y arreglarse para la juerga de la noche que sigue. Todo en un cronograma de actividades y en valores entendibles que para nosotros, de los otros barrios ni siquiera imaginamos.
En una pequeña industria de servicios en la calle La Primavera, Morelos, Justo Barajas; el lugar de las Siete Esquinas. La pequeña escala de la costumbre donde ya era indispensable las relaciones sociales con música de fondo todos los días y todas las noches. Los pobladores no concebían otra vida que no fuera como esta. Miles de historias engarzadas por el destino implacable que hasta se transformaban en compadrazgos, primeras comuniones, bautizos y demás normas religiosas y sociales.
No supe cuándo conocí los primeros escarceos, las primitivas vivencias, el trastorno emocional de un lugar impresionante que no imaginaba que existiera entre jugar vaqueros, ir al cine, el divertirme con Doña Blanca esta cubierta de pilares de oro y plata con mis primos. No supe de su existencia cuando mi vida giraba en el mundo de las escondidillas en el pozo del cerro de Cristo Rey, en el Río Chiquito o en la pegadilla alrededor de la cuadra.
Mi mundo giraba a “los quemados” o el “pégate con dos” o a “las cebollitas”. Tuvo que venir el encontronazo, el rompimiento infantil con la terrible realidad. La culpa la tuvo los viajes que hacíamos al río grande, las idas a la presa y por ir a comer pepinos cruzando el puente de piedra. Aquella tarde que oscureció regresando del río y al pasar por la casa grande de ventanas altas y empinadas… continuará el próximo viernes.
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