Caminé; con los pies descalzos hundidos en el fango. Un suspiro implacable emergía de mi ser al compás de la música; mi cuerpo humedecido, más por mis ríos lacrimosos que por el fino canto de la lluvia. Las fúnebres golondrinas cesarían en escasos segundos, apresuré el caminar; muerto estaba, muerto sin ella. Su orquídea púrpura llegaría sin atraso. Diez metros de distancia. Puños de tierra, gotas de agua, golpes de piedra y notas de esperanza. Su ataúd sellado. Mis rodillas al suelo, mi mano frágil apuntando el cielo, ante la mirada expectante, descendiendo de mis dedos la última orquídea púrpura en la tumba de mi madre.
Eran las tres de la tarde; continuabas tocando tus delicadas cuerdas, araña de rincón. Tu sonido taladraba mi memoria, las reminiscencias de un momento hosco, peor que la nostalgia. Las melodías de aquella noche; araña violinista que con tus notas mortales me arrebataste la vida de mi madre. Quise callarte, quise ahogar tus gritos agudos con tambor y flauta.
Te estaba buscando para matarte.
Regresé por las vías del tren. La noche me regaló el silencio, tu ausencia la soledad. Volver al pasado, pensar en ti mamá. En el suéter azulado de botones carmesí; cuando cumplía cinco años, me arrebataste el frío del alma, hiciste de esa mitad de mi vida, un festín de alegrías. Y yo, no pude ser siquiera la araña de patas largas que desafinara el canto del maldito violonchelo. Regresé sin ella menos que vivo. Corrí lejos, sin saber a dónde, sólo porque; qué sentido tenía volver a cruzar la puerta si tú no estabas detrás de ella Me perdí entre árboles y flores, subí a la montaña más alta y fijé mi vista en el infinito. Me pregunté si ahí podía encontrarte, cómo y cuándo. Miré una luz cerca de la nada; bajé con miedo pero curioso. Me despojé de todo cuanto pude, desnudo me sumergí en el lago, en un archipiélago a la inversa, en un oasis en el desierto de mi insensible corazón. Vuelve, cobíjame de nuevo con aquel suéter azulado de botones color carmesí.
Continúe buscándote, intérprete vernácula de llanto y penar; porque no fue la araña bananera ni la viuda negra, no, fuiste tú, mujerzuela de ojos encantados. En alguno de tus conciertos nocturnos, sin que ella pagara un boleto para escucharte, inyectaste en su sangre tus notas mortales, desde sol hasta mi. Ni con quiebres o falsetes pude detenerte. No había un antídoto contra ti. Ella moría de loxoscelismo visceral y mientras tanto, tu seguías rechinando con fuerza tus sublimes cuerdas.
Te escuchaba. Pronto te mataría.
En el mes de julio te perdí madre, a principios de diciembre extrañé los cánticos de la noche añorada. En febrero te escribí cartas, poemas y canciones de amor, entregadas en un sueño que no fue más que eso, la ilusión de un pensamiento perdido. En mayo recordé tus humildes manos bendiciendo un ramo de tulipanes amarillos delineados con luz magenta.
Sentado en lo desconocido, me fumé un cigarrillo de conciencia. Golpeé la taza de café contra la mesa, me acerqué al espejo recién creado, me miré; me miré pálido, esbelto y demacrado. Cuándo habían pasado ya siete años. Ahora corto cada pétalo de esas flores, dejando al paso un camino, tirando una vida, olvidando la penitencia. Retrocede, bendice una vez más con tus manos humildes, estos pobres tulipanes amarillos de luz magenta.
Te encontré escondida en mi traje de noche, un esmoquin negro que combinaba con el contorno funesto de tus labios, me detuve a escuchar la armonía, te tendí la mano para bailar juntos. Pasos fugaces en una pista de pasión. Entoné tu música. Me moví a tu ritmo. Cantamos. Me negué a tus besos, esos besos que matan. Levanté la mano cuando la pieza llegaba al final. Te alejaste, atrevida, me llamaste a tu rincón, me acerqué lentamente, me miraste y te lanzaste sobre mí.
Dulcemente, te destrocé.
Me despido de ti, después de tanto, después de todo. Ahí está madre, el fin de nuestra historia. Con la orquídea púrpura marchita, con el suéter desgastado de botones carmesí, con unos cuantos tulipanes amarillos. Sin saber quién era, sin saber caminar, dí mis primeros pasos, ahora sólo, ahora libre.
Sin ti, caminé.
A mitad del camino, un frío glaciar recorrió todo mi cuerpo, revise mi antebrazo, mi piel erizada, me congelé. En qué momento me besaste.
El eco de tus notas me tatuaron la existencia.
Mis letras lloran, mis manos sangran. Se cayó el telón titiritero, araña violinista que con tus notas mortales me arrebataste la vida de mi madre.
NECESITAS SABER…
La araña violinista, araña de rincón o de los rincones, cuyo nombre científico es loxosceles laeta es el miembro más peligroso de esta familia de arácnidos. Es nativa de América del Sur, pero ha sido introducida en América Del Norte y América Central. De entre sus características físicas se podrían destacar su tamaño, suele ir de 8 a 30 mm con los pies extendidos, es marrón y tiene marcas en el lado dorsal del tórax con una línea negra que parte de ahí con forma de violín, cuyo cuello apunta a la parte posterior de la araña.
Es principalmente nocturna, su actividad incrementa en las noches calurosas. Sus lugares predilectos durante el día son los rincones oscuros, se esconde el lugares polvorientos y poco aseados. Se puede identificar su presencia debido a exoesqueletos y telarañas. Es una de las arañas más veloces pudiendo alcanzar hasta 15 km/h. Su veneno es mortal, la toxina que inyecta produce loxoscelismo, su acción es esencialmente proteolítica y necrótica (disuelve los tejidos causando muerte celular), puede penetrar el hígado y vías biliares, matando también proteínas. En la piel se puede observar una úlcera necrótica o bolsa de líquido, con notoria irritación en la zona circundante, el área de la mordedura se siente dolorosa. En casos graves se presenta celulitis, linfangitis, lesiones cutáneas, anemia hemolítica, amputación, etc.
RECOMENDACIONES…
Primeros auxilios y prevención.
En caso de haber sido picado por la araña violinista se recomienda colocar un poco de hielo en la zona y ejercer presión, controlar la temperatura del afectado, acudir inmediatamente al centro de salud más cercano.
Todos podemos prevenir la presencia de la araña violinista, con un aseo riguroso y profundo de aquellas zonas en que regularmente no se limpia. Poner especial atención detrás de los cuadros, esquinas, adornos de pared, ropa colgada, camas o donde haya objetos acumulados. En general mantener limpio y ordenado el lugar donde se vive, inspeccionando zonas vulnerables con frecuencia.
En México ya se han tratado casos graves de picaduras de esta araña, el más reciente ocurrió aquí en Nayarit, donde gracias a la aplicación del antídoto lograron salvar la vida del pequeño de apenas 10 meses.
No seamos víctimas de las notas mortales, no construyamos el escenario donde toque y cante ésta araña violinista, actuemos antes de que afine sus cuerdas y comience a sonar la melodía de la muerte.
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