Entrega dedicada a mi prima Lorena que espero que esté ya mejor en su crisis. Ánimo prima te queremos tanto.
4.- Cruzamos la amplitud de la plaza arbolada para comprar una cama y una estufa portátil de tres quemadores. El cuarto que se nos ofreció estaba pequeño, pero por una semana valía la pena la ayuda del cerrajero que vivía junto a la escuela preparatoria Regional. Al señor su esposa lo encerraba para que en la resequedad se curara la cruda. Pobre hombre agonizaba parado y luchando porque nosotros le abriéramos.
Mi prima Lore hizo lo imposible por ayudarnos y nos llevó ese domingo de llegada con la señora Josefina y le decían “la prieta” para apartarnos el segundo piso de la casa donde la prima habitó un tiempo. Quedamos de estar atentos para cuando se desocupara el piso.
Mientras íbamos de regreso para instalarnos me invadía un sentimiento de tristeza y felicidad en el relato de las vicisitudes, en los meses fatigosos para lograr traer así a mi cachorro Camilo abrazado y compartiendo el tiempo juntos con Cati en mi línea laboral y hogar de mis problemas; en los lugares donde las huellas dejaban de ser dolor y depresión. Los viajes serían con el regreso para el calor de casa y las palabras compartidas.
Cruzamos la plaza llena de niños y parejas y los pensamientos seguían clavados al ritmo de los recuerdos malos que iban quedando en el olvido por cuestiones sujetas del corazón. La primera noche dándome vueltas en la humilde cama y Camilo en su cuna azul.
En la primera comida en el suelo y mi niño por fin con su taza roja pudo sin ayuda beber agua y creí que era la odisea más grande que había tenido y esto cubría al ser testigo de cualquier desgarradura. Contemplar el gusto que tenía de recorrer toda la cabecera de madera diez, veinte veces como un ejercicio para recorrer su propio mundo.
La relación fraterna con la leche por medio del biberón elemental y decisivo. Todavía con el miedo de quedarse sólo porque su madre lavaba en un pequeño corral. Desde la cuna percibía la llegada de la noche y la ausencia de su padre que de un salto se lanzaba a las calles solitarias para llegar hasta la ruta que conducía al poblado que significaba escuela.
Una semana y sentía tocar el cielo. Cosas curiosas de aquel tiempo donde se presagiaba el derrumbe del socialismo, los acontecimientos como explosiones inesperadas y El profesor Rigoberto no usaba calcetines ni reloj, creyendo liberarme de una prenda inútil y no ser esclavo del tiempo del humano. Claro que sí usaba calzones. La extraña cotona como recuerdo de Nicaragua y los pantalones desteñidos y los suaves “Top Sailer”.
5.- Nos despedimos de la familia, le pagamos los seis días rentados y nos ayudaron a instalarnos en la calle Rodolfo Romero Topete número 30 que estaba a una cuadra del centro. Subimos escalera y eran cuatro espacios: un cuadrado que fue la sala comedor y la pequeña cocina, otro cuadrado con las mismas dimensiones que fue el cuarto y su baño; el balcón y el cuarto a la intemperie del lado contrario donde estaba la pila y el peligro. Hacía calor hasta en tiempo de frío y sobre todo…alacranes hasta para vender en bolsitas.
Nos fuimos metiendo a la rutina con la lluvia negra pausada de los residuos de la caña quemada, los estertores del chacuaco que bufaba por los turnos de entrada de trabajadores del Ingenio. Del chiflido como alarma exacta de la llegada del intendente Juan Arias. De las mañanas del amigo y repetido huevo revuelto con jamón o con chorizo o con tocino y los obligatorios frijoles que no se podía uno zafar ni en tiempos de lluvia ni en tiempos de sequedad.
Ir al mandado al “súper” de la CONASUPO cuando al cachorrito le encantaba ser el pasajero del carrito del mandado. El leer por la tardes del piso amarillo, acostado al Quijote de la Mancha y los novelista rusos con la exquisita traducción de los españoles. Noticias del Imperio de Fernando del paso, prestado por Rosa mi hermana. El comprar novelas inmortales y héroes y personajes…
… El disfrute de los martes en la compra de la inseparable revista Proceso y Excélsior cada día en los tiempos de los candidatos del 88. Las novelas de amor y desamor. Mi puñado de libros que siempre en mis travesías me acompañaban. El reencontrarme con la escritura y de nuevo escribir un diario del temple y las debilidades del poeta flaco y ojeroso. El volver hacer el peregrino de las hojas y las plumas. La hoja blanca esperando paciente y taciturna mis sentimientos. Sobre todo el descubrimiento en una noche que olía a canela y a frijoles que transitaban de la olla a la cazuela con el aceite hirviendo cuando Camilo por fin se le quita el miedo y la flojera y se levanta ante la orden de que vaya a con su mamá.
Se fue caminando como cinco metros sin saberlo, de pronto se detiene y asombrado me hace señas que ya camina y se fue corriendo y brincando. Se regresaba y se alejaba, así duró como cuatro horas feliz como si hubiera descubierto veinte nuevos elementos químicos. Creo que recorrió en esa noche la distancia que hay entre la tierra y la luna.
Ya pedía con su vocabulario elemental recorridos grandes y salíamos los sábados al mercado para compra de carne y leche con sus derivados, la botana de chicharrones y el ceviche para llevar con la docena de raspadas. Los domingos a la nieve de sabores extraños cuando Camilo nunca me regalaba ni siquiera un lengüetazo porque su argumento era que tenía tos.
Llevarlo al cine sin sospechar que corriendo en la oscuridad podía perder a sus padres o comer pedazos de camarón para perderse en la inmensidad de la plaza. Nos fuimos llenando de rutinas y de visitas de vez en cuando, de la siempre noble y risueña Lore. De mis hermanas Gloria y Rosa con Javier, Rosy y Yeni en el segundo aniversario de la vida de mi cachorro que se comió todo el pastel.
Pepe, el más chico y el más maldito de la familia de Cati, le seguía las huellas a Camilo. Se querían y quieren mucho, la relación afectiva durante días y noches que se regresaba a escondidas en el amanecer porque era una lloradera de nunca acabar las despedidas.
Nos íbamos llenando de rutinas y en la televisión en la era pre azteca trece, en Imevisiòn exhibían series rusas como El Don apacible, A “la misma hora” programas inteligentes y el fútbol italiano en la época gloriosa de Diego Armando Maradona en los domingos tibios con una resaca de tres caguamas por culpa de la música de los sábados de melancolía- golpearme la brutal muerte descarnada después de ocho años de la abuela Guadalupe- y por ganas de vivir con las canciones que hablaban de amor y otras maravillas. De los dos sustos que hubieran cambiado nuestras vidas y quizás quedar en vela, ensimismados en el hoyo de las culpabilidades. Hubiera cambiado nuestras vidas…continuará próximo viernes.
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