4.- Nos pegaba el viento frío arriba del “torton” maderero que se deslizaba por la terracería a la entrada de Ameca. A quince minutos estaba El Sabino, destino final después del tiempo estrujado de insomnios y un rosario de casualidades. El transporte largo iba con el tormento de un motor que rugía rumbo a la sierra de Quila. Todo me parecía maravilloso hasta los nervios por no poder conciliar el sueño en Guadalajara y acompañado de Isaías, el primo aliado de la infancia, la aventura, la tristeza y la alegría.
Nos enfilamos a reconocer el terreno de la nueva vida por la región Valles. Llegamos y el caserón que estaba a unos metros de la capilla, era la escuela. Un largo pasillo con piso de ladrillo dividido con pequeños maderos y costales de harina o azúcar eran los muros de las aulas. Un cuarto amplio que requerían prender el foco para que se dieran las clases.
Triste panorama pero, para mí que venía de la guerra de la soledad todo me parecía fácil de remediar. Ya no se convertía en tragedia este pueblo de calles torcidas, llenas de huizaches, soberanas huellas de los arroyos. Una comunidad pequeña donde los vericuetos eran tan pronunciados que la vegetación se comía al caserío de humedades y oscuridad por el follaje repentino.
Me presenté con los profesores, sus nombres pronunciados con la clásica tristeza del auxilio. Luís Sardina Martínez con los ojos de suplicio y Alberto Casián, hombre de pasividad extrema. Se hizo el enroque ya acordado desde lejos por el supervisor que Luís se iba al pueblo cercano de El Texcalame para fundar otra Telesecundaria. Reporte del primer día de clases fue el simple reconocimiento del gusto de estar aquí.
Regresamos a la ciudad desconocida para comer algo y despedir al primo con una copa de camarones por la Avenida principal Flavio Romero de Velasco. Se pasaron los minutos viendo pasar los autos por los cuatro carriles que los separaban el encementado y las jardineras con palmeras en la parte central cuando nos acordamos que teníamos una prima… la prima Lorena que trabajaba en educación especial.
Nos fuimos caminando y recorrimos el cuerpo urbano y el centro de portales, amplia plaza y presidencia esquinada y locales que quise tanto con el paso y el rumor del tiempo. Entramos a la Secundaria número dos para esperarla. Los niños también esperaban a la maestra Lore. Nos hicimos pasar como maestros que venían desde las oficinas centrales de la ciudad de México a revisar solamente a la maestra.
Los niños comenzaron inocentemente a quejarse de que la profesora se enojaba con ellos y ya no les hablaba durante la semana. Y nosotros solemnes escuchábamos las quejas. Nos acostamos atrás de un salón para contemplar la belleza de las montañas del oeste y el paso silencioso y reposado de las nubes. Escuchamos la voz de la prima que llegaba y asustada preguntó por lo que sus alumnos le habían descubierto a los funcionarios del centro que esperaban impacientes. Se asomó con espanto y resignada a su suerte…
“¡Méndigos primos, méndigo Beto y Chay! ¿Por qué me asustaron tan feo? Nos reímos ante el alivio de la prima y los niños sin entender la escena. Nos despedimos. Regresé a la comunidad descubierta y dormí en el cuarto de los profesores que estaba cerca de una huerta. Toda la noche escuchando animales nocturnos que a pesar de mis constantes sobresaltos podía escuchar la respiración de otros hombres y reconfortaba.
Mi primer día de clases fue con la alegría de un martes que pronto sucedió entre la combinación de presentación y algunas reglas de convivencia para llegar a la academia. Los alumnos absortos por mi estatura y mi verbo fácil que me portaba que hasta por los codos hablaba.
Fui conociendo a los hermanos y señores Felipe y Javier, hombres de campo y labranza. Uno serio y formal que me habló bien de Fidel Castro y el otro dicharachero que traía todo el día la frase para hacerte reír. Una alumna sobresalía por la vocecita de entonación larga y aguda en las últimas letras de las palabras y los ojos chispeantes, que ante dudas preguntaba hasta de más. Siempre con el libro abierto y trabajando como hormiguita.
Recuerdo su imagen, risas, inocencias y actriz en mis obras de teatro que inventaba. Su nombre delicado y amistoso: “Me llamo Esmeralda Núñez García y mucho gusto de conocerlo profesor Rigo”.
Me tocó el grupo de segundo año en el amplio cuarto con el foco prendido todas las horas de áreas y lecturas en el lugar que era el comisariado ejidal en reuniones de domingo. Cada paso, cada historia y cada medida para cubrir los cinco días de la primera semana.
Repuesto de los sucesos iniciales y de la palpitación de madrugada, enfilo para mi primer fin de semana sin tantos cientos kilómetros recorridos y horas largas del regreso. Llego al ingenio de Tala en una hora y el camión azul y blanco de pasajeros con las iniciales ATE- Ameca, Tala, Etzatlán- hartamente conocido por la ruta odiada y amada hasta el puerto de mis dolores de estómago, con eso de levantarse a las cuatro quince de la mañana cuando había que regresar los domingos y encantos por llegar y abrazar a mis amores.
Camilo acostado boca abajo con la pelona resplandeciente tratando de levantar la cabeza castaña para guiarse por la voz que lo llamaba cariñosamente. Mi mujer como siempre viendo telenovelas al por mayor junto con Marcela y Lilia. La solidaria Ema como siempre cocinando o lavando algo entre el lavadero y el carrizal o colgando ropa en el corral zona natural de gallinas y perros y gatos.
Don Chepe cuidando la pequeña tienda mientras Toto salía de la bruma musical y Pepe listo para jugar baraja a la edad de catorce años. Semana tras semana viajes y retornos en la procesión de los fines de semana angustiantes y de fortaleza donde la luz del vivir juntos en Ameca era el final del túnel sobre la soledad que se desvanecía.
Pasando el primer aniversario de Camilín, después del treinta de enero, echamos una maleta, dos bolsas de plástico, un puño de biberones con el termo, una mesa de tres patas y la otra herida y corta con sus tres ladrillos nos dirigió Ignacio con la camioneta blanca apodada “la patona” a nuestro hogar que se ansiaba en el cuarto de una casa de un señor cerrajero que mi prima Lorena nos había conseguido y emocionados llegamos no en un domingo cualquiera… Continuará el próximo viernes.
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