Entre banderas de papel, calles empedradas y el eco de las balas al aire.
FRANCISCO JAVIER NIEVES AGUILAR
Al descorrer las cortinas del tiempo, nos trasladamos a las décadas de los 60’s y 70‘s en Ahuacatlán, un pueblo que vivía con intensidad las Fiestas Patrias en el mes de septiembre.
Las calles empedradas, aún sin pavimentar, se vestían de gala con banderitas de papel en los colores verde, blanco y rojo, que no solo adornaban el centro, sino también los barrios. En aquellos tiempos, aún no existía ninguna colonia en el lugar.
Lo más esperado, como siempre, era la noche del 15 de septiembre.
La plaza pública «Prisciliano Sánchez» se convertía en el corazón del festejo, con la gente reuniéndose desde que caía la noche para presenciar el Grito de Independencia.
A veces, la celebración era animada por la orquesta de los hermanos Llamas, cuyo sonido hacía vibrar a todos los presentes.
Una tradición que marcaba aquella época era el portar pistola. Tras el grito, muchos apuntaban al cielo y disparaban varias veces.
Aunque parezca peligroso desde la perspectiva actual, en ese entonces se celebraba con cuidado y respeto, sin mayores incidentes.
Entre las muchas anécdotas de aquellos días, hay una que permanece en la memoria colectiva: durante un Grito de Independencia, el presidente municipal de turno olvidó vitorear a Josefa Ortiz de Domínguez, la querida Corregidora.
Al darse cuenta de su olvido, rápidamente recordó la imagen de la heroína en las monedas de cinco centavos y, sin perder la compostura, exclamó: «¡Viva doña… Viva… ¡La del cinquito!». La plaza estalló en carcajadas, sellando ese momento en la historia de Ahuacatlán.
Así era Ahuacatlán en aquellos años. Septiembre traía consigo no solo las celebraciones patrias, sino también un sentimiento de comunidad y orgullo que resonaba entre las balas y las risas, con un pueblo que sabía celebrar sus raíces.
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