FRANCISCO JAVIER NIEVES AGUILAR.
Es sábado por la tarde en Ahuacatlán, finales de los años 60, y el otoño empieza a dejar su huella. El sol se oculta, y la plaza principal adquiere un brillo especial.
El kiosco luce impecable, como si estuviera posando para una postal, y el cielo comienza a pintar tonos naranjas y violetas, que anticipan una noche tranquila.
Unos niños corretean por los pasillos de la plaza, sus risas y gritos llenan el ambiente.
Poco a poco, la mayoría se agrupa en la esquina oriente, frente a la escuela Plan de Ayala. La tensión crece cuando dos chavalos se enfrascan en una riña improvisada. “¡Hay tiro, hay tiro!” se oye entre el gentío, y el bullicio crece.
A unos pasos, junto al Cine Encanto, una camioneta amarilla destaca en la semioscuridad. Don Félix Robles está dentro, y parece observar la escena desde su propio refugio.
Decido caminar por el Portal Quemado y, al avanzar, noto la presencia de las hermanas Bermudes, quienes venden antojitos mexicanos en la esquina de Libertad y Allende.
Cerca de ahí, los jóvenes se reúnen en un rincón apodado “El Mirador”, un sitio habitual para las charlas, risas y coqueteos de los sábados por la tarde.
Más adelante, don León Vigil vigila su carreta, una verdadera tentación cargada de cacahuates, pepitas, pepinos y dulces que atrae tanto a chicos como a grandes.
No muy lejos se divisa la entrada del Cine Encanto, que hoy proyecta «El Charro Negro». La entrada aún no está abarrotada, pero algunos aficionados al cine comienzan a formar fila, en espera de elegir entre balcón o luneta.
Justo a la entrada, una señora mayor reposa junto a la puerta, dormitando mientras la brisa nocturna acaricia el lugar.
Tres pasos más y aparece el señor Jacobo, su canasto repleto de golosinas que ofrece a los transeúntes.

Casi enfrente, el señor Montero atiende su carrito de hot dogs, el aroma a pan recién tostado se mezcla con el olor de la noche.
Pero no todos los sonidos son tranquilos. Desde la cantina “La Colmenita”, pegada al cine, se escuchan gritos y risas estridentes.
Alguien canta con voz quebrada “El hijo desobediente”. Quizá no sea la mejor interpretación, pero le pone toda el alma, como si su vida misma fuera el tema de la canción.
La señora Lola Estrella comienza a recoger sus cachivaches después de una jornada en la que vendió o rentó cuentos y revistas a los ávidos lectores.
El reloj de la plaza marca los “tres cuartos para las 8”, y la noche cae por completo sobre Ahuacatlán.
El clima es templado, el ambiente apacible. Es un pueblo que guarda sus historias en cada rincón, donde cada sonido, cada aroma y cada rostro forman parte de una pintura viva que parece eterna
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