Tres amigos salieron de excursión a la montaña. Llevaban abundantes provisiones e hicieron un alto en el camino para la merienda. Sacaron los sándwiches, queso y jamón; pero ninguno de los tres había llevado nada para beber.
No muy lejos se oía la voz de un río cristalino, aunque suponía un cierto esfuerzo llegar hasta él y buscar agua. Como el sitio donde estaban les pareció ideal para acampar, decidieron quedarse allí y dejaron a la suerte la decisión de quién iría a buscar agua.
- Yo no voy –dijo con verdadero disgusto el muchacho a quien le tocó en suerte bajar al río–.
- ¿Por qué? –dijeron los otros dos muy extrañados–.
- Seguro que, mientras voy por agua, ustedes se comen todo y no me dejan nada.
- Te prometemos no comer ni un solo bocado hasta que regreses.
- No les creo, me están engañando. Seguro que todo esto lo han planeado para quedarse con toda la comida.
Por fin, a regañadientes y no del todo convencido, el muchacho agarró las cantimploras y marchó en busca del agua.
Pasó una hora y el muchacho no volvía. Pasó otra hora y nada. Como ya estaba cayendo la tarde y temiendo que estuviera perdido, decidieron salir a buscarlo.
- Comamos algo rápidamente, no vaya a ser que nos fallen las fuerzas, pues no sabemos por dónde andará –dijo uno de ellos–. Tal vez nos toque pasar la noche en vela. Dios quiera que no le haya pasado nada y que lo encontremos pronto.
Cuando se iban a llevar a la boca el primer pedazo, salió el compañero de detrás de un matorral diciendo:
- ¡Lo sabía, lo sabía! Estaba seguro de que iban a engañarme. ¡Si tocan la merienda, no voy por el agua!
Cuántas veces, por pura desconfianza se dejan de hacer muchas cosas buenas y todo basado en prejuicios que tanto daño hacen.
A esos prejuicios se les llama también fantasmas en la mente porque son puras imaginaciones que nos aturden y nos llenan de miedo. No les hagamos caso.
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