Desde temprano iniciaron mis preocupaciones. Llovía y había que acudir al médico para atender una enfermedad aparentemente complicada. Ni siquiera me dieron ganas de ir al centro para mirar la peregrinación.
Después de haber presenciado la corrida de toros corrí hacia mi casa para redactar la nota. Las premuras del tiempo me produjeron estrés, ¿Para qué voy a negarlo?
Traté de apresurarme con la idea de despejar posteriormente mis tensiones recorriendo los stands y escuchando al Grupo Indio en la explanada de la presidencia.
Pasaba de las diez de la noche cuando me encaminé al centro. La familia se había adelantado, pero habíamos acordado reencontrarnos en los portales del palacio municipal.
Miles de gentes inundaron el centro histórico y así me fue difícil ubicarlos. Y ni cómo llamarles pues el saldo de “mi amigo” se había ago
tado.
Me sentí un desventurado. Solitario y sin dinero. Miraba hacia todos lados y veía a la gente feliz. Me encaminé por entre los puestos, “yendo y viniendo” por la calle 20 de noviembre. No sé cuántas veces recorrí esta arteria, pero a eso de las 11 de la noche logré dar con mi familia. Ahí estaban esperándome, casi al pie de la puerta de acceso a la Casa de la Cultura.
Poco después inició la participación del grupo Indio. Yo escuché de pie las melodías de esta agrupación, pero hubo un momento en que el fastidio hizo presa de mí y volví a recorrer la misma avenida, sin muchos alicientes qué digamos. ¡Ni siquiera hambre tenía!
Esta otra vez desvié mi regreso enfilándome sobre la calle Libertad, desde el Mercado hasta el Capri, para de ahí dirigirme hacia el poniente hasta llegar otra vez a la presidencia municipal.
Todo mundo alegre. Cerveza o cantarito en mano, bandas por aquí, bandas por allá, carritos chocones, tómbola, carpas, puestos de vendimias; y por entre todo el mar de gente me vi caminando dubitativo, pensando y reflexionando…
“¡Pobre gente! – dije para mis adentros –; no hayan qué hacer con su dinero; gastan aquí, gastan allá. Suben, bajan, saltan, bailan, gritan, cantan. Se abrazan, sonríen, gesticulan… Se divierten, se divierten”.
Miré tanto a jóvenes como a adultos gastando el dinero a diestra y siniestra, Contabilicé no menos de 20 bandas musicales. “¡Ira, qué a gusto!”, pensé, mientras veía bailar a una familia.
Por momentos me invadía la ira, tal vez de impotencia por no poder “disfrutar” como ellos; pero solito me consolaba pensando: “Ellos pagan la banda, pero yo también escucho la música.
Total, me aposté de nuevo bajo los portales de la presidencia. Para entonces ya había subido al escenario el grupo Indio. Eufóricos los adultos, y también muchos jóvenes.
Extraño caso el mío. Pensé que mis tensiones desaparecerían, ¡Pero no!; al contrario, todo aquel “ruidajo” me provocó dolor de cabeza, desesperación y no se cuántas cosas más. Yo solito me auto torturé. Si nada me divertía, ¿Qué chingados estaba haciendo ahí?
De esta forma el reloj sonó las 12 de la noche. Sin alicientes emprendimos el regreso a casa. Han pasado ya varias horas y aún sigue zumbando todo ese “ruidajo” en mi cabeza.
Definitivamente, son otras mis condiciones. Creo que ya estoy como la de la Mochila Azul, ¡No me divierto con nada!; ¿Por qué será?
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