Los colores invadirán el cielo. Los cuerpos se sacudirán por los sorpresivos estruendos. Millones estarán en pequeñas plazas en municipios, capitales, palacios de gobierno y presidencias punicipales.
Hará fresco, como cada 15 de Septiembre. Millones más mirarán el televisor esperando el momento culminante. Los Ángeles, Chicago, Nueva York y varias ciudades más en el extranjero replicarán la ceremonia.
En las embajadas y consulados los representantes de México sacarán sus mejores “trapos” para recibir a los compatriotas. Algunos por razones de horario se nos habrán adelantado en el camino. En la capital de la República, el Zócalo y varias delegaciones serán el continente de auténticos fenómenos de masas. Es el gran día del país. ¡Viva México!
La esperanza se fortifica, las tristezas y el pesimismo van contra corriente. ¿Quién puede negarse a un festejo a la patria? ¡Viva México! Nos miraremos a los ojos, chocarán las tasas atole, las botellas de cerveza, los tequilas o lo que sea.
Algunos comerán quizá una tostada o un tamal en una verbena popular, otros espléndidas viandas traídas del otro lado del mundo. Los fuegos de artificio, en los que México destaca, las amistades, los amigos, los tragos harán de las suyas y algunos festejos se prolongarán quebrando la noche. La fiesta cumplirá sus propósitos. Sin embargo, en mí por lo menos, hace años que al rito le gana el alma.
Motivos personales para festejar de verdad que no faltan. La familia, los buenos amigos; pero en lo que a mi se refiere no existen condiciones para “celebrar”; pero tampoco me gusta el papel de “aguafiestas”.
Una fiesta nacional no es un recuerdo personal de gozos, es otra cosa. Al final de cuentas se trata de recordar y enaltecer aquello que nos une, lo que nos es común, la patria como algo deseado. Allí es donde mi alma se cuartea. Me encantaría poder gritar ¡Viva México!; pero ésta vez creo que no lo voy a conseguir.
Hay muchas cosas que quizás me impidan gritar “¡Viva México!”; ¿Pero para qué?, ¿Para que siga existiendo este país de las grandes desigualdades sociales?; ¿Para que los políticos nos sigan pisoteando con sus discursos insulsos e incoherentes?, ¿Para que los Patrones nos sigan explotando de manera inmisericorde?
Hoy alrededor de cinco millones de familias no tienen techo propio. Ese país ordenado y próspero vería descender con rapidez sus niveles de desempleo y subempleo. Veríamos menos rostros angustiados en las calles, menos menores convertidos en mendigos profesionales, menos familias rotas por la emigración a Estados Unidos, todos ellos mexicanos atrapados por la miseria. Ellos y yo ¿qué podemos festejar?
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