PRELUDIOS
¡Ha cometido la osadía!… porque creen que ella se abanica con el ojo del dios huichol, mientras desciende los peldaños como si de un cadalso se tratare.
Será juzgada por unos sinodales de farándula. Petimetres que se dan por bien pagados y servidos, no sabiendo decir otra cosa que el cliché de tales circunstancias: “es una decisión muy difícil” como si en ello pretendieren abarcar una verdad que nadie busca cuando suena a idolatría de performance; en bocas que poco o nada saben paladear la vital fragancia de los seres y quehaceres sin convertirse en parasitas amebas o vampiros del mitotem.
Se pasea por la pasarela, digna, gallarda y altiva; dueña de sí, al compás de unos sedosos bucles que le acarician la mejilla.
Es un certamen de “nuestra belleza”… pero ésta ocasión es algo más. Y lo es no porque se trate de ella y su simple hermosura y ya, (sería ofenderle tratándola así) sino porque todo va confluyendo lentamente, imperceptible a este momento; más allá de las luces, del estudio en la pose y la actuación de los ensayos… más allá del teatro y el escenario que no es lugar para cobardes ni arrebatados.
El diapasón de la guitarra, las cuerdas que vibrantes se afinan; el tenor, la soprano y la sinfónica; el Madeus del minué en un emplazado ritmo casi de baile; la estampa, el portentoso relieve, venusto, de las esculturas intocables que hablan con voz de cantera y de mármol, de plinto y de busto. Todo le abre un espacio vano para que ella caiga, sin recatos, como una semilla fértil. Bien pudiera ser, por un muy breve instante, la encarnación de la mujer libertaria: una Leona Vicario, una Juana de Arco.
Por fin se detiene.
Es momento de silencio.
El aliento conjugado con sus labios abraza las palabras en un sólido cuerpo pronunciado:
—Mi nombre es Geraldine Ponce, soy proveniente de Xalisco Nayarit…
Ha comenzado el insulto. En los chorlitos del jurado no cabe Jalisco en Nayarit, y la Mariquita de Goicoechea
sonríe creyendo que se ha cometido otro celebérrimo error de concurso de belleza.
Poco y nada saben del Nayar o de la investidura del Na’ayeri debajo de la luna llena. Poco y nada saben del
Tsikuri que ni es ojo, ni es de dios; sino el quinto punto cardinal, el centro de las coordenadas humanas. Mucho
menos de la colindancia con Sinaloa y Jalisco, con Durango y Zacatecas que empujan la geodesia hacia las
pacificas costas. Sólo por un programado “hoy” su saber estriba en el clima de las riveras y que las turísticas
playas corren riesgos de “surimi”. Ah, y la picosita salsa huichol que no falte en los cócteles de camarón.
Poco y nada de los esteros y lagos profundos que eran un secreto de tritones negros. El Hostotipak que envuelve el vuelo asiduo de las abejas obreras, no solo en el Nayar sino en todos los territorios.
Y ahí va. Yeraldien lleva, sí, cándida y delegada, las astas del venado azul en el cristalino de sus ojos. El rumor de litorales al dorso, cuando se hunde ya el atardecer. El canto del ave que ulula meciendo la luna en el viento. La flor que huele de noche reventando los aromas desde sus azahares.
Algo, algo me han recordado su porte y presencia natural. Su existencia algo de mí ha arrebatado de golpe. Una simétrica distancia… un volar de nuevo con el alma. Utopía. Poesía.
Me han recordado a Desiréh en el Atajo. Me ha recordado el camino hacia Talpa.
Justificar calificaciones por el vestuario solo demuestra una tácita miopía. A cualquier maltratada muñequita de nenuca se le puede arropar con sátiros linos y sedas, prestadas o compradas, dadas o merecidas.
Sin embargo —y he aquí la diferencia— la mujer puede vestir de misérrimos jirones y hacer de ellos una extensión salvaje, arisca, una dignidad de sí misma. Un aroma de fiera que aunque cautiva y ultrajada, siempre es indomable.
Así que la etapa transcurre entre banalidades del “buen gusto” para la displicente ebriedad de no se sabe quién, o quienes, que están sentados en palcos más elevados que la vulgar tarima del juradito a ras del escenario montado.
A las interrogantes lanzadas con rebaba diplomática y predecibles chascarrillos, responde ella contundente. Eso ha llamado mucho la atención por la seguridad que proyecta y que hace sentir; quedando, interlocutores y auditorio, conformes con un territorio más o menos delineado.
Sin embargo más allá del requisito de la seguridad oratoria, hay un tono en realidad intelectivo. Un color que le pinta, lejos de cualquier horizonte, el destino de su propia vida.
Que ha salido crecida de entre acechos de jefes y sicarios carniceros, entre halagos de juniors aburguesados y apátridas consorcios. Parida desde una violencia al estilo del medio oriente o de Ciudad Juárez y que termine hablando de Amor como una dignataria virtud… es casi una burla, es el corolario de los crímenes, al parecer de los jurados, que sonríen, y sonríen, sólo para no dejar caer una réproba máscara.
Espontánea, ahora se les escapa del dominio y la malicia que manipulan.
Las cosas no están en el país, ni en el presente, para ignorarse. La lucha magisterial, los desaparecidos, Oaxaca que ya es otro, Chiapas, Guerrero, Michoacán ‘tentado’… y ella casi como la loca de St Blas, insistiendo en lo del amor.
—No puede ser ella la representante
Se conjuran a baja voz los jueces que obedecen a las alturas de los palcos con un gesto, con una mirada.
La situación es álgida, se insiste en lo del país, y no está para tomarse más riesgos a la ligera, ni delgadas líneas que puedan trozarse. Ni siquiera la luz por el resquicio debe ser vista. Es de noche y no es la aurora. No se quiere ninguna filiación con torcidas ideas del egotismo amoroso. No, mientras no sea el amorcito que pase de las redes musarañas, de las veleidades y fanfarrias.
Hasta para otorgar un tercer lugar se vio mediocre la pantalla:
—y con ustedes el segundo lugar que es para… chanchancháan:… no, no es para ti… no, no eres tú que así lo creías… el segundo lugar, repito, es para… es para ti, que estás aquí… Geraldine Ponce… lo que significa que tenemos ya a la suplente y a la ganadora. ¡¡Felicidades chicas!! ¡Todas son ganadoras!
La controversia acerca de cómo un tercer lugar puede haber definido el primero y de cómo la suplente no es un segundo, ya poco importaba. La crítica y el vituperio se harían enconosos por vías alternas para desquitar el rencor impotente de un populusque por enésima vez burlado.
Sin embargo aquella, más elevada sin corona, se había dado la vuelta con la cabellera que caía eterna como la noche de gótica.
Mas he aquí sus ojos, he aquí su mirada que se mantiene imperturbable mientras todas se abrazan en una armoniosa pantomima de squetch. Cosa que los merolicos del micrófono no pueden dejar de aprovechar:
—Y véanlas amigos, como están en realidad felices por el triunfo de su compañera. Wou esto es en realidad inédito… ¡Eso es lo que queremos ver en México!, la unión de todos los estados, la paz, la armonía. ¿Qué le parece compañera?
—Wou, si, bueno, esto no estaba planeado… me, me da gusto por las chicas y por todos nosotros, que bueno, a final de cuentas lo estamos, emm viviendo.
¿Harían falta más palabras?…
Yeraldien fue, si, una ofensa a sus capacidades de juicio. Fue, si, una bofetada a los altos palcos con una sola palabra… amor.
Algo germinó en mí. Dos días enteros estuve pensando en aquella lejana caricia del alma. No son innombrables Jezabeles ni reprochables Elizondas. No son los días que se me resbalan como los brillosos granos de la arena acordonada en la angostura de los surcos donde ando recogiendo con las manos un fruto que no es mío.
Pasaron los días hasta que fui movido hacia el Ixtlán por una inasible anatomía de Tortora, y terminé convenciéndome de las legiones condenadas, imposibles.
Al regreso, en la terminal de los autobuses, un viejo pela changos está sentado con un balde nixtamalero, nuevo, apergollado en la mano. Parece que no está matando moscas, y cuando gira su rostro me descubre que lo descubro.
—Qué royo mén, ¿qué hay que hacer?
Le espeto haciéndole compañía.
—Qué rollo morro, hay qui’ir a tortiar, o qué
Replica.
Es Antoine, el viejo compañero del camino a Talpa.
Ya en el autobús, vimos como un muchacho de camisa roja, abierta, llamaba a una colegiala ninfeta con los ademanes de la mano, en el otro lado del rio, bajo las olivas sombras de los carrizales que recorren el margen de la curva de Mexpan. Y se nos hizo evidente el desquite en el hueco de la higuera.
—detalles como esos son los que uno puede ver, sin querer, en los caminos.
Le digo.
—Ey vale. Y hablando de caminos ¿Qué, tienes planeado ir a Talpa este año?
Directo pregunta.
—No sé, muchas cosas me han estado recordando el camino estos días, en especial el Atajo. De ahí en fuera es poca la motivación. Ya conoces mi credulidad. ¿Y tú, apoco ya andas echando planes?
—yo sí, pa’ irle agarrando ventaja. Y si se hace, voy a ir otra vez de paria mochilero, con los mismos horarios.
—Me vuelve a sonar interesante.
Contesto antes de bajar del autobús.
LOS PREPARATIVOS
El primer punto de ensayo a larga distancia lo ejecutamos a Coapan, por el camino de Jala la vieja. Pactamos la hora de salida a las 11:00 am del medio día, entre Antoine y yo, para ir adaptándonos a las condiciones del viaje. Es impresionante la atmosfera, rayando en lo legendario. Cuervos posados en el tronco seco de un árbol duro de morir, vigías o guardianes de luto del último cariz invernal; la arena gris, húmeda bajo la sombra del zacate quebrado, la resolana, ascendiendo tan lenta como un vapor de aliento por toda la meseta; altas y esbeltas higueras replegadas al muro de los cerros, que no escatiman la sombra ni el humus de sus propios higos; entre un etcétera más, que hizo consumir el par de horas adecuadas para las viandas que habíamos preparado a la suprema sazón de los frijoles.
En un dos por tres brincamos la cerca del callejón, y en un deportista seis ya estábamos en la mera comilona. Después el reposo… y cual cosa de alucinación leguminosa, empezamos a ver cómo en lo alto del cerro aparecían tímidas las musas, al principio. Después, propias ellas, displicentes ellas en medio de esta marginalidad casi desierta. Soberbias y desnudas ¿Quiénes son?… ¡no podía ser!, simplemente no podía ser. Desiréh encabezaba el desfile entre las piedras, contoneándose por los pétalos que Baubo le había tendido como una Cuatlicue para descender alfombrada; le seguía nada menos que Yeraldien cayendo en su fugaz verticalidad de epazote. Con ellas el cordero degollado hasta el consomé de barbacoa, la vuelta del carnero dócil a sus manos de subsuelo. Y luego una retahíla de carnes lujuriosas y sueltos estupros.
—Oye Fran… ¿ya las viste?
Dice quedito el viejo, recostado, con una paja apretada entre dientes.
Asiento a mover mi cabeza, en cuyo silencio pasmado se interpreta un sí.
Aunque, bueno, en honor de la veritas he de anotar que yo vi a Desiréh y a Yeraldien, pero Toño ha visto a Olga Brinsky y a Tongolele encabezando sin nostalgia alguna el aquelarre de las musas.
Reposado el mal del puerco, con tranquilidad retomamos la brecha y pasamos por entre las cortinas de raíces colgantes a los lados del camino; entre tierras de barbecho a punto de arado, hasta llegar a las afueras de Jala y sus buganvilias, por el puente del arroyo. Acordamos no ir a Coapan debido a la premura del tiempo; sin embargo ubicamos el norte de la brecha que se abre empedrada.
Alrededor de una hora y cuarenta minutos oscilamos, con todo y mochilas y cacerolas colgando, entre la terminal de autobuses y el parqueadero de los sitios afuera de la lateranense. Ni un solo taxi a la vista, en todo ese tiempo, me hizo exclamar una quejumbre citadina de: “¡ah rranchito!”. Y Toño recordándome que era pueblo mágico por los hoyancos de pedregal donde ahora caminábamos.
—Eso de los pueblos mágicos se parece a la fiebre del oro norteamericana y gachupina… ¡todos quieren ser mágicos!… o patrimonio de la humanidad si se puede… ¡ah rranchito!–. Rezongué.
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