Es natural que los uzetenses de ayer no les tocó vivir las experiencias, los bonitos recuerdos y costumbres de los que nacimos antier. Pero claro, ellos han vivido y compartido sus propios recuerdos y experiencias conforme el tiempo viene corriendo al menos trotando acordes con la edad.
Recuerdas que las muchachas de antier hoy convertidas en bellas abuelitas iban al agua al chorrito que había en el arroyo; acarrear agua para tomar y lavar la loza en baldes, tinajas y cántaros de barro.
Aquellos viejos cántaros que dieron alegría a tantos niños cuando eran convertidos en piñatas y no se podían romper por el fino material de que eran fabricados; y cuidado con la descalabrada y las orejas si te caía un pedazo de tepalcate.
En las tinajas o cántaros se ponía un ’jomate’ para toda la familia tomar agua después de comer y se volvía a poner en el mismo lugar; a nadie le daba dolor de barriga, teníamos anticuerpos de acero.
Las lindas muchachitas de antier se iban a bañar a la sanjita de cemento regularmente los sábados lo necesitaran o no; y con el mismo refajo blanco-pardo al ‘Charco de Limón’ a echarse clavados del guamúchil que servía de trampolín y algunos enamorados agazapados, sudando de calor entre el parán o guinea, esperando la oportunidad de platicar con ellas, aunque fuera un ratito.
Mientras otros como buzos sacando camarones de las enormes piedras y convertirse en héroes de las chiquillas; lástima que no era nada fácil tener una cámara fotográfica para conservar aquellas hazañas donde el galán duraban un minuto bajo el agua; un aplauso a lo lejos se oía y una mirada con ojos de borreguito hambriento con el deseo de gritar te quiero, eres mi héroe.
Aquellas visitas de muchachas y muchachos a los molinos (trapiches) a tomar jugo de caña hasta hartarse en un viejo bote cervecero o el jomate mil veces usado y luego el grito esperado del fino amigo ‘’Teto Casillas’, ya está el melado, quien se ‘meladea’, el especialista del cocimiento del exquisito dulzor del melado o de las ‘greñas’ ricas al paladar.

Mirar aquellas chiquillas en un rincón empacando el piloncillo o panocha en cajas de cartón cantando canciones para hacer más liviana la carga, una tierna mirada al fogonero que atiza el horno con el bagazo de la caña, su cara ceniza por el fogón durante todo el día.
En el antier no había, no teníamos agua potable, menos sanitarios y a la hora de hacer las necesidades en el corral había que llevar un garrote para chingar a los marranos y llevar papel periódico, aunque no supiera leer, porque los pinches olotes estaban roñosos.
O ir a buscar ahualamas al Salvial para un rico postre era muy frecuente, guamúchiles a las lomitas con sus roscas color tinto o penitente con el gancho y guanchicol bien amarrado, aunque con ‘’efectos secundarios’’ que hacían correr al vecino o al enamorado; las muchachas decían ya me habla mi mamá, o la búsqueda de las guámaras y cocoixtles que escaldaban la lengua y paladar (hoy en extinsión)
Muchos y bellos recuerdos eran las visitas a bailar a Marquesado (tierra de los resecos) o las fiestas de colaciones y garapiñados en Tetitlán (tierra de los pintos) con el debido respeto, pero en aquellas épocas así les llamaban.
Todas estas experiencias son de los que nacimos antier, los nacidos ayer fueron como el amanecer del nuevo día.
No hay borrador que borre el pasado, pero siempre habrá un lápiz que escriba el futuro de las nuevas generaciones que vendrán a plasmar nuevas páginas con recuerdos hermosos, para mañana platicar con nietos y bisnietos, aunque nunca nos pongan atención.
Con saludos.
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