En la mañana, en la tarde y en la noche, a toda hora y en todo lugar se pueden encontrar brigadas de promoción del voto que andan de casa en casa tratando de convencer a los que son mayores de edad para que les favorezcan con el voto.
Con playera y gorra, o en bici, o envuelto en botarga; no hay sorpresas, todo se vale con tal de llamar la atención y de cumplir con una encomienda que en la mayoría de los casos obedece a una recompensa de algunos 100 o 200 pesos diarios; todo depende de qué tan persuasivo quiera y pueda ser el candidato o el partido participante.
Son los propios candidatos quienes tocan las puertas, sudando la gota gorda, chamuscados por el sol, agitados por el calor, estremecidos por querer causar la mejor impresión. “¿Y si la riego? ¿Y si es de otro partido? ¿Y si me insultan?”; son preguntas que rondan en sus cabezas, pese a que con tiempo fueron aleccionados para no detenerse en ningún lugar, no meterse hasta la cocina y tratar de ser formales en la presentación; pero no tanto como para provocar la apatía.
Un altoparlante tras otro pasa con melodía pegajosa, rítmica, invitando a todos a votar el tres de julio. Un caso para la chunga es cuando se juntan los anunciantes. Una mezcla de jingles es la que se forma cuando pasan así, en caravana.
La mayor parte de la ciudadanía confundida. Las últimas encuestas levantadas apenas el fin de semana pasado no arrojan resultados definitivos, como quisieran los candidatos. ¡Qué gran incertidumbre! ¡Cuánta angustia que ni veladoras, ni rezos, ni hincadas en el templo logran quitar! Y es que ni los ciudadanos saben por quién votarán y a quién votarán. Lo único cierto es que todos tratan de pepenar lo que “venga de ahí” o de “allá”. Da igual ir a un concierto, es decir, mitin político, donde esté Roberto Sandoval, Martha Elena o Naranjo. Mientras haya camiseta o música para divertirse bien vale la pena escuchar a los candidatos que cantaron palinodia, o que harán promesas para las calendas griegas.
Así se puede ver a Juanito y a María en uno y otro acto político. No hay identidad partidista. En el mejor de los casos puede que haya algo de afinidad por el actor político, más actor que político. En el peor, un fanatismo deslumbrante que ciega la razón y que se exterioriza por un vocabulario ruin, una crítica punzante o un egocentrismo absurdo.
Éstos últimos, que son minoría, desgraciadamente son los que más protagonismo tienen en el escenario político. Son personajes que saben la vida y la trayectoria de cuanto funcionario ha habido en la historia política de Nayarit, y que con ese pírrico mérito se sienten los politólogos del siglo XXI.
La indecisión, pues, sigue prevaleciendo en los ciudadanos, lo mismo que los discursos huecos y trillados en los políticos.
No hay distingos de propuestas cuando el método se olvida. De ahí que todos los partidos sean iguales; como dos gotas de agua. Si se recogieran los discursos de todos y se metieran en una licuadora no saldría una mezcla heterogénea, saldría exactamente el mismo contenido; aunque, hay que reconocer, con diferente sazón. Todo depende de cuanta enjundia – léase gritos – se impregne al hablar.
Las verdades evidentes, o también llamadas “de Perogrullo”, dichas como las estridencias de la “Señorita” Laura dejan la misma impresión que ese programa del canal de “las estrellas” que lleva su nombre. El político trata de llegar al corazón. ¿Para que esforzarse en ser racional si a la gente no le gusta perder el tiempo?, es decir, en ser racional.
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