Entre herramientas encuentro al maestro Pablo Torres, al profesor José Isabel Ramos y don Joaquín Villalobos que es un experto en trabajar con estas placas de cantera. Utiliza como apoyo una base de madera, un taladro perfora los dos orificios después de medir dónde se instalará y señala con un lápiz de color el contorno en la pared para seguir delineando con los tornillos y que no se patinen en las cavidades.
Metódico cubre la parte de atrás de la placa de silicón y va sellando con las rondanas y aprieta con suavidad porque en caso contrario se quebraría la cantera delgada y fina en sus leyendas con muchos patrocinadores que la verdad son pocos los que han cumplido.
Don Joaquín muy metódico en estas tres placas que se colocan en una atardecer de horizontes rojizos entre la calle Zaragoza y la Allende y finalmente reemplazar la placa del Monumento al General Eulogio Parra, que está deshojada en su escrito de letra negra y abundante.
A pesar de las invitaciones en Facebook y que pocos acuden al llamado de la historia, seguimos en la ruta de la nostalgia, de los recuerdos y la transmisión oral de las generaciones pasadas cuando mi madre y mi abuela me contaban de aquellos años cuando en la pequeña ciudad se conocía toda la población.
Me siento en una burbuja del tiempo como una máquina delicada y estoy en estos lugares que imagino cuando salían y entraban con sus maletones toscos los que se hospedaban en este hotel Madrid, pidiendo los novedosos taxis de Jesús González, Antonio y Braulio Muro para tomar el tren de la tarde en la lejana estación por el camino de terracería.
En esta casa en 1918 comenzó a funcionar el hotel Madrid, propiedad de la familia Ortiz González, atendido por la señora María González Jaime y el señor Antonio Ortiz Sánchez. El hotel fue muy solicitado por el buen servicio y comodidad que brindaba a viajeros y visitantes.
En la repartición de la tierra (1933-1935) con la reforma agraria, los asesores agrarios y representantes de las fuerzas armadas se hospedaron aquí. Dejó de funcionar en 1965, cuando sus propietarios lo vendieron a la señora María Rivera, procedente de la Estación Barrancas, quien lo convirtió en casa particular. El señor Alfonso Ortiz, fue diputado y dueño de la cantina “la Colmena” ubicada en la esquina del portal redondo.
Sufrimos mucho para la foto del instante, en esta estación de la melancolía, en nuestro vagón de la imaginación, ya que mi pobre cámara no funciona y me desespera a pesar de los intentos, por eso recurrimos a Paola Reyes que con gusto nos toma varias en su celular y pronto las manda por WhatsApp, me quedo en interrogación.
Cruzamos en donde era el campamento de la SAHOP, que por cierto a pesar que es un espacio en comodato del gobierno municipal, lo tienen abandonado cuando sería un lugar maravilloso para que se convierta en un museo regional.
En este lugar estuvo la sastrería “La Moda” mejor conocida como “La Sastrería de Los Mejía”. Sus dueños fueron los señores Gabino y Manuel Mejía. Fue de las primeras sastrerías en instalarse en Ixtlán. Se distinguió por hacer trajes a la medida y por hacer los uniformes militares de varios batallones. Funcionó desde la década de 1930 hasta el año de 1955 cuando cambió su domicilio a la ciudad de Tepic sobre la Avenida México, adoptando el nombre de “Sastrería Mejía”.
De esta familia surge el destacado Pbro. Enrique Mejía Razura, también oriundo de esta ciudad. Creo ver salir a mi tío Antonio de joven, de clásico bigote, con sus dos trajes de color negro y luego irse a charlar con sus amigos del alma: Víctor Chávez y “Manolete” en una tarde como esta, nomás la diferencia es que, aquellas eran reposadas y aquí en el centro es puro barullo cuando los autos y las motocicletas se disputan la calle pavimentada.… continúa mañana
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