¡Tengo ganas de ir al Llano!- le dije a mi mamá el pasado domingo -. Habíamos acompañado a mi hermana Pola a que tomara el camión que la llevaría a Guadalajara, y luego allá tomaría otro que la pondría en León Gto. donde radica con su esposo e hijos.
- ¡Está bien, ve! ¡Nomás llévate una botella de agua!
- ¡Sí, por ahí la compro de pasada! – le dije -. Acto seguido le di un abrazo de despedida a mi hermana y partí calle abajo por toda la Hidalgo.
En el trayecto me encontré a mi prima Adelina. Estaba cuidando el negocio de su familia. La saludé y nos pusimos a platicar.
Ya para continuar mi camino hice la payasada de despedirme como nos decían nuestros padres que saludáramos a nuestros abuelos, o sea besándoles la mano. La dejé doblándose de risa y seguí caminando.
Más adelante me metí a una tienda a comprar la botella de agua.
- ¿Acabas de llegar de los Estados Unidos? – me dijo la señora que atendía el negocio, al parecer había notado mi indecisión al no saber con qué monedas pagarle -.
- ¡Sí, tengo poco que llegué, pero soy de aquí – le dije -; y al decir que era de aquí sentí unas ganas enormes de explayarme y decirle también que conocía su tienda desde que vendía tortillas y era un molino de nixtamal; sin embargo la señora se cobró y ya después no me puso ningún interés: al contrario, me dijo que no me iba a robar cuando me estaba dando el cambio como si pensara que yo le tenía desconfianza.
Seguí mi camino y al llegar a la escuela Narciso Mendoza eché una mirada a las ventanas del salón donde había hecho mi primer año, es el primero que está en la planta baja, el que sigue de la casa que creo que era, o es de los Barragán. Se me vino a la mente entonces el miedo y pavor que tuve en aquel tiempo, al alejarme de las manos de mi madre de la falda de su ondulante vestido; los primeros días fueron de sufrimiento y de puro llorar; extrañaba el columpio de las manos cuando caminaba con paso apresurado y yo colgado de sus dedos. Por cierto, reprobé ese año.
Seguí caminado y casi me tropiezo con unas enormes calabazas que un vendedor ambulante tenía vendiendo en la banqueta. Di vuelta hacia el tianguis, caminé por esa calle llena de textiles sin detener mi mirada en ninguna prenda. Llegué hasta el parque y también allí recordé parte de mi niñez cuando corría con los restos de una llanta vieja, por una especie de banqueta que daba vueltas en forma ovoide debajo de la ceiba y demás arboles que todavía permanecen abrazando el parque con sus impresionantes sombras.
También recordé mi etapa estudiantil, cuando estuve en la secundaria Amado Nervo. Pasé por la fragua que está pasando la esquina y se me hizo interesante el oficio de ponerle herraduras a los equinos. Quise tomar unas fotos pero las personas de sombrero que estaban ahí esperando a que les diseñaran y pusieran los zapatos a sus caballos, me intimidaron con sus miradas penetrantes y seguí mi camino.
Y de pronto ahí estaba ella, me encontraba ahora frente a mi Prepa, del color azul del cielo; y recordé el tiempo que tuvimos una relación casi de noviazgo, tres años infinitos; tres años de estira y afloja para convencernos de lo que sería mejor para mí. Ella tratando por todos los medios de enseñarme y prepararme para un futuro mejor. Sin embargo, no logró sus propósitos porque se atravesaron otros proyectos más prácticos a las circunstancias por las que pasaba; y en aquel tiempo en cuanto terminé con ella me alejé a realizarlos. Eran otros sueños más afines con mi realidad.
Decidí ir a la biblioteca; “a ver si está abierta” me dije. Estaba cerrada; entonces me dirigí hacia el Llano y antes de entrar me encontré a mi amigo Rutilo; platicamos un instante y luego me metí a la unidad deportiva. Al dar mis primeros pasos en su interior sentí algo mágico. Tal vez mis pies reconocieron el lugar donde tantos años los sometí a arduas faenas.
Sentí un impulso a caminar como cuando entraba con el propósito de salir victorioso de los encuentros que íbamos a enfrentar con otros equipos de fútbol, pues desde niño en las escuelas se han realizado todos los campeonatos escolares en este lugar; así que mi alma y mi espíritu reconocieron pronto el lugar que pisaba.
Anduve merodeando y mirando caras nuevas que yo esculcaba con la mirada para ver si reconocía alguna de ellas. Así que cuando me encontré con mi amigo Francisco Nieves, periodista del Regional me dio mucho gusto y me enfrasqué a platicar con él:
- ¿Tú también jugabas fútbol? – me dijo -; y yo contento de que me hiciera esa pregunta, feliz le narré parte de mi historial futbolístico. Le comenté y le di nombres de algunos equipos en los que había jugado, ¿Y por qué no? también le dije que me había ido a probar a Guadalajara. No le dije que al Atlas, cuando estaba “El Pillo Herrera” encargado de las fuerzas inferiores, cuando el Diablo Márquez era la máxima figura del primer equipo…
- ¡Entonces eras bueno! – me dijo Nieves -.
- ¡Ni tanto!, porque si no me hubiera quedado en el club – le dije -. Nos despedimos y enseguida me fui a donde vi un grupito de caras conocidas. Esperaban su turno para jugar. Saludé al que se encontraba un poco alejado de los demás; era “Toñazo” – como yo le digo al hijo de Chepón el de los mariscos Rosas -. Ya lo había saludado antes; sin embargo, lo volví a saludar otra vez. Entonces se escuchó mi apodo: ¡Qué tal mi Choco!; y enseguida todas las caras voltearon y después siguieron los abrazos, más abrazos que saludos.
Mi amigo Marshall estaba jugando y se salió del campo para saludarme, me sentí el ser más afortunado del mundo; pero las sorpresas no acabaron ahí porque después me encontré a mi amigo Pillo, el hijo del maestro Silvestre. También estuvimos platicando un rato, recordaba que era un defensa duro de pasar.
Me contó que había tenido un percance jugando futbol de salón, había sufrido una fractura en la cabeza y los doctores habían intentado apagar su estilo de vida, “no les hice caso porque yo sentía muchas ganas de vivir, y heme aquí jugando, ya me siento bien, los doctores a veces en vez de ayudarte te hacen daño”, y era cierto, porque yo también había pasado por esa experiencia, hasta que consulté otras opiniones.
Luego me encontré a “la Manzanita” Álvaro Pérez, vecinos del Barrio de los Indios, y también estuvimos platicando largo rato. Él me puso al tanto de cómo estaban las cosas de manera administrativa en el futbol de Ixtán. Me dijo que después de haber tenido varios equipos de tercera, en Ixtlán el fútbol iba en deterioro; “a ver como realiza las cosas esta administración que va empezando. Ojalá sea para bien porque hasta ahora ha sido un verdadero desgarriate. Algunos equipos mejor han salido a jugar a otras ligas” – me dijo – y así llevamos la plática a su Van, porque me dio un aventón a la casa.
Fue un día muy productivo, lleno de emociones; y para terminar nos encontramos en el camino a un amigo de la infancia. Me refiero a Martín Cambero, el famoso “Copitas”. Nos lo llevamos a la casa, ¡Súbete! – le dije -; teníamos mucho de qué platicar…
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