Francisco Javier Nieves Aguilar
De joven, don Antioco Hernández Ramírez la picaba a galán. Varias jovencitas andaban “tras sus huesos”. Tenía buen porte, era alegre, dicharachero y muy trabajador. Era la envidia de muchos hombres.
Hoy, a sus 94 años de edad, el señor Hernández se encuentra afectado del sentido del oído. Tiene dificultades para escuchar, pero su vista no presenta muchos problemas; por eso es que constantemente se le ve circulando por las calles de Ahuacatlán montado en su minicuatrimoto, un tanto anticuada.
La mayoría piensa que esta es otra de sus tantas virtudes, pues, a esa edad realmente es asombroso maniobrar cualesquier tipo de vehículo, ya no se diga una cuatrimoto.
El cuarto de una familia de 11 hermanos, hijos del matrimonio que conformaron el señor Juan Hernández y la señora Severiana Ramírez, don Antioco, pese a su avanzada edad, es un hombre dotado de un sentido común irrefutable. Es buen conversador, aunque e veces es necesario alzar la voz para que pueda escuchar.
El pasado 13 de octubre llegó a los 94 años –Nació en 1916–; pero parece ser que tiene vida para rato. Camina despacio, eso sí; sin embargo afirma que no le duele nada, salvo el pie derecho que se lastimó debido a un descuido cuando intentaba estacionar su pequeña cuatrimoto.
El paso del tiempo le impide recordar muchas cosas, incluso los nombres de sus hermanos, pero trae a su memoria a Francisco y a Guadalupe, a Estéban y a Marsi, a Martín y a Juan, así como a Josefina, Piedad y Cuca, todos de apellidos Hernández Ramírez.
Su padre perteneció al primer comité ejidal de Ahuacatlán capitaneado por Don Albino Cosío. De él aprendió a amar y a defender la tierra, sustentado en los consejos que en su tiempo transmitió a los ejidatarios el General Lázaro Cárdenas.
Verdad o mentira, pero Don Antioco afirma que se casó “varias veces”, muy enamorado; “pero a las mujeres hay que tenerles miedo”, dice, sonriendo, para luego explicar que es “hombre separado”.
Y en efecto, Don Antioco vive solo en una finca de la calle de Oaxaca, en el centro de la ciudad. Ese es su gusto, pues siempre ha rechazado las peticiones de sus 12 hijos –seis hombres y seis mujeres—quienes le han insistido que se vaya a vivir con alguno de ellos.
Allá a mediados de los 40´s quiso probar suerte en los Estados Unidos. No le fue nada bien, “Vine tronado”, dice él. Quiso emplearse en los campos de cultivo de Texas, pero la suerte no le ayudó. Tuvo que regresarse a México para establecerse en Guadalajara, a petición de su esposa y de sus hijos.
Durante varios lustros radicó allá en la capital Jalisciense; pero constantemente se desplazaba a su pueblo natal; y no hace muchos años regresó a Ahuacatlán para quedarse.
El cultivo de caña le dio buenos resultados. Con sus ahorros pudo comprar la casa donde actualmente vive. Hoy es dueño también de una parcela de naranjas que se ubica precisamente al pie del antiguo molino de cañas denominado “Los Limones”, entre La Ciénega y Ahuacatlán.
Contrariamente a lo que se pudiera suponer, Don Antioco Hernández come de todo. Dice que le encantan los chicharrones y el menudo. En ocasiones acude al mercado público municipal a desayunar algún jugo, un chocomilk; y al mediodía él mismo se prepara la comida: sopa, caldo de pollo o res, frijoles, en fin.
Por la noche se zampa su café con galletas; pero no suele desvelarse. Se acuesta a eso de las ocho de la noche y dice no tener problemas de insomnio. Y al levantarse enciende su cuatrimoto y sale a su parcela o simplemente a visitar a algún amigo ante la admiración de los peatones, pues para su edad, desplazarse en estos artefactos es simplemente algo fuera de lo común.
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