La idea surgió de repente: “Hay un par de asientos disponibles”, nos dijeron. Las ansias de conocer aquel pequeño poblado del estado de Jalisco se habían intensificado con el éxodo de los peregrinos; ¡Se decían tantas cosas!
Había que adecuarse a las condiciones. Se realizaron los trámites, preparamos todo y a eso de las dos y media de la madrugada del martes partimos a Talpa en uno de los autobuses que salieron de Ahuacatlán.
Asientos 41 y 42; autobús No. 58 de la línea de Autotransportes Perla. Sentía que me había subido a un tráiler. El lugar se prestaba para los bamboleos, idóneo para sacar empachos.
Aún así pensé que dormiría en el camino. No lo conseguí. Tomamos la carretera que conecta a Magdalena con Ameca. No sé cuántos pueblos atravesamos, pero pasaba de las ocho de la mañana cuando arribamos a aquella población, famosa por su virgen milagrosa; es decir, a Talpa.
La mañana templada, pero los rayos del sol poco a poco fueron haciéndose más intensos hasta caer sin clemencia.
Tuve que preguntar a un agente de la policía hacia dónde se ubicaba el templo y en qué lugar se recibía a los peregrinos que acudían a pie. “Allá por la gasolinera”, me dijo. Quería estar presente cuando arribaran mis paisanos de Ahuacatlán; pero creo que llegamos tarde, pues la gran mayoría ya estaba reposando en algún lugar. Algunos aún con su burrita en mano, visiblemente cansados.
Así, llegamos a la calle Independencia para luego encaminarnos hacia el oriente, hasta llegar a la basílica. Decidimos descansar en la plazuela; aunque luego se me antojó visitar una fábrica de guayabate y así conocer el proceso para la elaboración de esos famosos ates.
Después me metí al mercado para conversar con una agradable mujer que me explicó cómo se elaboran los famosos chicles de Talpa.
En la plaza o sentados en las aceras avisté a muchos paisanos. Calculo que fueron no menos de 700 ahuacatlenses los que se desplazaron hacia aquel rinconcito del estado de Jalisco: Talpa, Pueblo Mágico.
“A las 2 de la tarde se inicia con la peregrinación”, nos informaron. Habría que desplazarse de nuevo hasta la gasolinera. Se me hizo eterno. Caminamos como un kilómetro; pero a mí se me hicieron como 700 y hasta pensé que me faltaba poco para llegar a Ahuacatlán.
A la hora indicada inició el recorrido rumbo a la Basílica. Al frente la réplica de la Virgen de Talpa cargada por los propios peregrinos. Un poco más atrás la danza Azteca y enseguida el contingente encabezado por el alcalde Agustín Godínez, junto con regidores y funcionarios, destacando por supuesto la presencia del titular de la Parroquia de San Francisco de Asís, Pedro Guzmán.
El Regional estuvo transmitiendo en vivo; pero durante el recorrido me di cuenta que Talpa tiene todo lo necesario para olvidarse de la ciudad y reencontrarse consigo mismo; un lugar donde se entiende el concepto de fe.
Miles de personas provenientes de distintas partes de la república acuden a Talpa para darle gracias a la Virgen del Rosario por el favor que les cumplió, pagar sus mandas; en la mayoría de los casos pedir por la salud de algún ser querido. Madres con sus bebes en brazos, niños, adultos mayores que se apoyan en una burrita (bastón de otate) y jóvenes hacen el viaje a pie, así duren dos, tres, cuatro, cinco o más días, incluso semanas.
El templo es pequeño y está lleno de arreglos florales, la fila de peregrinos que esperan ver a la Virgen es larga. Lágrimas corren por las mejillas de algunos, después del tiempo y de lo que pasaron por el camino, ¿el motivo?, cumplieron su manda.
Las casas del pueblo son de adobe con tejas rojas, tienen en su patio buganvilias y plantas trepadoras. Las calles están empedradas. A cada paso hay una fábrica de rompope y de rollos de guayaba. Son típicas las figuras de colores hechas de chicle. Las nueces y los arrayanes se venden en el centro de la plaza en carretas.
Todo está muy limpio a pesar de la cantidad de gente que la visita en esta temporada; sin embargo, por eso las fondas ubicadas a un costado de la plaza y los restaurantes lucen llenos y se aconseja paciencia pues vale la pena probar la rica birria de chivo, el agua de arrayán y los antojitos mexicanos que ofertan.
“Viroteees!”, se oye gritar al vendedor de bolillos, cargando sobre su cabeza una rueda de palma, sin detenerla con sus manos. “Vamos a darle gracias a la Virgencita”, se escucha decir a una mujer bonachona. El sonido de las danzas y los mariachis se escuchan durante casi todo el día.
Detrás del templo está el Museo de la Virgen del Rosario, donde se puede observar la historia del lugar, fotografías antiguas, imágenes religiosas que estaban antiguamente en el templo, y los diferentes vestidos de la Virgen hechos de seda y bordados con hilos de oro, además de diferentes dibujos y narraciones de los milagros hechos por ella. El sitio es una manifestación física de la fe y de la obra religiosa de Talpa.
Gentes que acudieron a pie, en bicicleta, a caballo o en moto; también en vehículos particulares y en autobuses, como fue mi caso.
A las tres dio inicio la misa y ya por la tarde el Ayuntamiento ofreció un evento cultural con la participación de los mariachis juvenil e infantil, el floreo de reata de los pequeños charros de la Casa de la Cultura y el ballet folclórico de Santa Isabel.
Llega la hora del regreso. Ray habría dicho que el retorno sería a las siete de la noche. Era menester comprar algunos rollos de guayabate y otros ates. Agua para hidratarse.
Talpa –concluyo– es un pueblo maravilloso, que se mueve y vive gracias a la fe de las personas. Los paisajes, la gente amable y la experiencia de peregrinar quedan de recuerdo para toda la vida.
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