Tomando el pulso de las calles; amplias o estrechas, transito la comunidad en bicicleta… ahí la veo siempre: “la casa sola”, a veces antigua, agrietada y derrumbada por el paso del tiempo; otras ocasiones moderna, de amplios y lindos detalles… pero sola.
Imagino con frecuencia los anónimos dueños habitando sus interiores con risas, calor, aromas, música y alimentos.
Me transformo en intrigada transeúnte: ¿Por qué la gente se fue de casa? ¿Fue la escuela, el trabajo, la salud o nuevos sueños, quizás la muerte?, lo cierto es que a veces, en determinadas horas y días de la semana se llega a sentir que medio mundo se ha ido sin mirar atrás, no a un lugar más bello, tranquilo, con mejor trabajo u oportunidades ni más vasto en recursos naturales o importante sino lejos, muy lejos y sin intenciones de regresar.
Y es que la mayoría dice trabajar para cumplir el sueño de tener o mejorar una casa propia pero en esta época de verdadera prisa y locura aquellos sueños hechos realidad (las casas) se ven reducidos a servicio hotelero sólo para llegar a dormir o ser visitadas por temporada. ¿Cómo se sentirán nuestros sueños cuando son abandonados sin reserva a pesar de haber luchado tanto por ellos?
Pero esto no aqueja solamente a los pueblos pequeños, ya vemos a los hondureños rumbo a Estados Unidos de América, al igual que cubanos, colombianos, salvadoreños, puertorriqueños y mexicanos… ¿Será que nos olvidamos de construir en el día a día un hogar donde respirar, amar, crear, pensar, disfrutar y sentir más allá de las terribles e impasibles circunstancias que nos aquejan y, ahora, nos conformamos con la posesión de cascarones vacíos y dispersos?
¿Quiénes habitarán el terruño mañana? tal vez no los nietos ni los hijos de los dueños de “la casa sola” sino aquellos que busquen el singular lujo de andar las calles de un pueblo a pie o en bicicleta.
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