Algunas esposas se quejan de que su marido comete muchas faltas: llega tarde a casa, no se preocupa de los niños, no va a misa, se embriaga. Y puede que tengan razón.
Este tipo de problemas conyugales hacen que muchas mujeres regañen a sus esposos. Ellos tienen que aguantar esos arañazos continuos de los reclamos y reprimendas: “¿Por qué llegaste tarde?”, “No te pongas a jugar así”, “¿Por qué no vas a misa?”, “¿Por qué tomas?”.
Pobres niños también aquéllos que deben aguantar el regaño permanente de una madre perfeccionista: todo lo rompes, todo lo deshaces; ¿por qué no estudias, por qué tienes esos amigos, por qué no comes?
El regaño es una de las mejores formas de lograr nada o muy poco, y sobre todo de indisponer a la otra parte.
Si pretendes que tu marido cambie y lo señalas todo el día, verás –si no lo has visto ya– que lo pones en tu contra, que no consigues nada, y a lo sumo si consigues algo, será a regañadientes; además el efecto negativo del regaño es acumulativo, el corazón se va llenando de amargura, de resentimientos, y eso, algún día puede explotar.
El gran novelista ruso León Tolstoi se casó con una mujer muy bonita, pero muy regañona. Podrían haber creado un magnífico hogar, pero crearon un infierno. Cuando tuvo 82 años Tolstoi no se sintió capaz de seguir soportando la infelicidad de su hogar, y una noche de octubre de 1990, en medio de una fuerte nevada, se marchó de casa en medio del frío y sin saber a dónde ir. Once días después murió en una estación de ferrocarril, y la última petición fue que no le permitieran a su esposa irlo a ver.
Ella decía después a sus hijos: “Creo que yo estaba loca, yo fui la causa de la muerte de su padre”.
De todos los sistemas seguros, infernales inventados por los diablos del infierno para destruir el amor, ninguno tan eficaz y mortífero como el regaño. Como la picadura de la cobra, nunca falla, siempre mata.
Pero, “es que tengo razón para regañar, porque mi esposo hace esto y aquello, es descuidado, no se preocupa, etcétera”. Sí, puede que tengas razón muchas veces, pero, ¿qué ganas regañando? Nada, al contrario, muchas veces empeoras la situación. Intenta otro camino. Debes saber que tu marido, como todas las personas, como tú y yo, hace las cosas cuando está motivado para hacerlas.
Si logras que tu marido quiera hacer algo o dejar de hacer algo, si logras motivarlo, ya la hiciste. En ese sentido se logran más cosas y mejores, con un beso lleno de afecto, que con un regaño; un premio logra más que un castigo, Tú tienes, como mujer, mejores artes, más eficaces, para lograr las cosas; la próxima vez que quieras regañar detente y piensa: ¿Cómo haré para que mi marido quiera cambiar? Pero por favor, ¡no lo regañes!
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