Un sinnúmero de personas llegan a este mundo con alguna discapacidad. Quizás sus ojos jamás podrán conocer los colores, sus oídos no escucharán las notas musicales de una canción; o bien, no sabrán lo que es correr por el campo. Pero ahí están; son parte de nosotros y muchas veces un ejemplo a seguir.
Aún con esas carencias, ellos se superan y enfrentan todos los retos que la propia sociedad les impone al no tomarles en cuenta en varios aspectos, tal vez porque no se tiene conciencia de que en cualquier momento la discapacidad puede llegar a la vida del ser humano.
Algunos los llaman “discapacitados”; pero en realidad son personas con capacidades diferentes. Y ese es el caso de José Guadalupe Garrafa Yáñez, casado y padre de un hijo; los tres residentes del poblado de Los Aguajes, municipio de Jala.
La mayoría de la gente lo identifica simplemente con el apócope de “Lupe”… Lupe el de la Meseta, un hombre de 51 años que se ha ganado el sustento dando bola, vendiendo cacahuates y últimamente cantando en los centros concurridos.
José Guadalupe es el quinto de ocho hermanos –Poncho, Hilaria, Eduardo, Domingo, J. Guadalupe, Matías, Clemente y Yolanda–, hijos del matrimonio que conformaban Pascual Garrafa Aquino y Lorenza Yáñez, finada.
De ojos negros, tez morena y pelo lacio, José Guadalupe tuvo una infancia normal, pero las cosas empezaron a complicarse debido a un problema en los pies. “De pronto se me ponían calientes calientes. Me dolían mucho y empecé a perder fuerza en las rodillas”, señala.
Con muchos sacrificios, sus padres consultaron a un especialista, dándose cuenta entonces que había ausencia de líquido.
No había remedio y ante estas circunstancias se vio obligado a utilizar un bordón, cuando frisaba ya en los 16 años.
Tres años después –es decir a los 19– y ante la gravedad de las cosas empezó a usar muletas para poder desplazarse. Pero ahora se le ve maniobrar un triciclo de mano acondicionado a sus necesidades.
El artefacto –confiesa el buen Lupe– fue confeccionado por el señor Pedro López, un diligente radiotécnico proveniente de Aguascalientes, quien llegó a Los Aguajes para ofrecer sus servicios a los lugareños.
Casado con Florentina Santana –con quien procrea a Leonel, de apenas cinco años– José Guadalupe empezó a desplazarse constantemente a Ixtlán, ya sea como lustrador de calzado o simplemente vendiendo cacahuates, porque, “ni modo de no comer; de algo había que vivir ¿o no?”, señala.
Estas actividades, no obstante, le agudizaron el problema en sus pies. Había veces que ni siquiera podía dormir debido a las dolencias y sus rodillas cada vez se fueron debilitando más y más, por eso es que cambió de giro, y ahora se le ve cantando –boleros o rancheras– en los restaurantes, en las fondas, en los centros botaneros o en los centros comerciales, siempre con el afán de obtener unos cuantos pesos para llevar el sustento a su familia.
Ha habido ocasiones en que ha durado hasta casi un mes sin regresar a Los Aguajes. Todo depende de la temporada, es decir de sus ingresos, a veces durmiendo en cuartuchos que le facilita algún compadecido, o bajo los portales de la zona centro.
Para José Guadalupe esta es precisamente una temporada buena, “porque en Navidad no falta el visitante que te regala un pesos, dos o cinco. ¡Por eso voy a Ixtlán más seguido!, subraya esperanzado.
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