El Barrio de las Siete Esquinas siempre ha sido paso obligado para aquellas familias que viven por la Tacuba, calle que queda al sur del centro de Ixtlán del Río, un poco más allá de la Morelos y la calle Terán. Sin embargo, en los albores de los 70’s y parte de los 80’s, si se quería evitar esas intersecciones donde convergen las calles que forman las siete esquinas, en ese tiempo zona de tolerancia, se podía caminar por la calle Abasolo y dar vuelta por la Terán o la Tacuba, o de plano pasar corriendo e internarse en la jungla de las cantinas, donde la música y el clamor intransigente de los borrachos se escucha todo el día…
Y esa fue la primera recomendación que doña Lola les hizo a sus seis nietas, entre ellas Andrea – personaje principal de este relato –, cuando en aquel año de 1974 llegaron procedentes de Amapa, Nay.
- ¡No anden pasando por ahí ¡Agarren por otras calles, no importa que rodeen!; ¡No quiero que los borrachos les falten al respeto!; ¡Ustedes, Leonor y Esther, por ser las más grandes deben de ver por las demás, principalmente por Ani y Andrea que son las más chicas! ¡Lupe y Elena, déjense mandar por sus hermanas!, quizá se les haga muy anticuada la manera en que las dirija yo, y no quiero que ahora que han venido a hacernos compañía a su abuelo Chano y a mí, vayan a pensar que las estoy educando a la antigüita.
Así había dicho, al tiempo que esponjaba el pecho y echaba los hombros hacia atrás. Esa costumbre tenía doña Lola, cuando atendía los asuntos que requerían especial atención. Además tenía un diente de oro que con su vislumbre le daba más solemnidad y diplomacia a todas las argumentaciones que exponía; pero lo que le daba un destello de magnimidad a su persona, era su mandil, con el que se abanicaba mientras hablaba, como si con aquella prenda compartiera algún código, o conexión secreta para enriquecer su vocabulario, como si las palabras vivieran en el mandil y de allí brincaran a su paladar para salir después bien claras y límpidas de su boca. Tan es así que a veces se aventuraba a hablar en verso…
Desde un principio las hermanas tuvieron la convicción bien clara de que doña Toña y don Vicente, como se llamaban sus padres, se habían separado de ellas y las habían mandado con su “Mamá Lola” – como le decían a su abuela –, como una alternativa para enfrentar las situaciones antagónicas. Se podía decir que era un respiro ante la adversidad de luchar y poder sacar adelante a la familia que era muy numerosa.
Por ese tiempo el Río Santiago se había salido de su cauce y había inundado la ciudad de Santiago Ixcuintla y también a Amapa, y además casi no había trabajo; así es que, con todo el dolor de sus corazones, doña Toña y don Vicente tuvieron que dividir en dos partes a sus hijos.
Y con ese dolor hicieron madres prematuras a sus dos hijas, Leonor y Esther. A ellas les cedieron parte de la responsabilidad que les partía el corazón. Sin embargo, la división de la familia hizo que las hermanas estrecharan más sus vínculos entre sí y que en vez de sentirse separadas llegaran a sentirse más unidas; y hasta la fecha Andrea ve como a dos ángeles a sus hermanas Leonor y Esther, porque han sido ellas los pilares que la han sostenido desde niña.
De ese modo hicieron mancuernas. Andrea y Ani se hicieron inseparables, lo mismo que Leonor y Esther; Lupe y Elena. Por supuesto que las seis hermanas pronto se adaptaron a la rutina de su mamá Lola y las más grandes pronto se acomodaron a trabajar en el restaurante de la Central Camionera del “Tres Estrellas de Oro”.
Así fue como desde aquel extremo del Barrio de las Siete Esquinas se escucharon nuevos gritos de júbilo, nuevas manifestaciones de alegría y de andar contentos, que salían de entre la algarabía de los niños que jugaban a la pegadilla, o que ahora a “Los Encantados”, y que ahora a “La Cuerda”, no, mejor al “Bebeleche”, y a un sinnúmero de juegos más que las nietas de doña Lola y don Chano habían traído desde su natal Amapa; y así fue como tomaron por asalto aquella parte de la ciudad y en un periquete hicieron suyas las esquinas de la calle Justo Barajas y la Tacuba.
Pero el tiempo pasa y es cruel; y aunque a veces queremos que pase sin sentir tenemos que admitir que el tiempo que pasa de esa forma es el que nos hace más felices. No obstante, también es el que nos roba lo mejor de nuestras vidas, nuestra niñez y juventud.
Es así como Andrea, irremediablemente fue arrastrada por el tiempo y de pronto se vio que tenía catorce años de edad y que estaba trabajando en la menudería del mercado; por ese tiempo ya estaba en la secundaria, y la señora Paty, la dueña de la fonda la estimaba y le daba oportunidad de que estudiara al mismo tiempo que le ayudaba en las faenas de su negocio de comida…
Por otro lado, a Andrea los años le habían acentuado su mirada discreta y pizpireta que desde niña había tenido, se le había realzado también un tímido gesto atractivo que alternaba a la perfección con sus brillantes pómulos que hacían juego también con su discreta sonrisa, y con esa leve sonrisa casi imperceptible cultivó la amistad y estuvo siempre rodeada de amigas.
Sin embargo, otro brinco que por naturaleza da el ser humano y que tiene relación con las mariposas que retozan alegremente en el estómago y que también se relaciona con el universo, porque se puede tocar la luna y las estrellas con sólo estirar la mano hacia el cosmos, esa etapa en la que el noviazgo es el único culpable del encantador sufrimiento y fatigas, con lo que el ser humano goza el amor de una manera gatuna; esa etapa le llegó a Andrea; y esa etapa la alejaría algunos meses de sus amigas.
Tenía 17 años, ya había salido de la secundaria y junto con sus amigas cada domingo iba a misa, salían de la Iglesia y se ponían a dar vueltas en la plaza, se cansaban de caminar y se sentaban en los jardines a comerse una paleta o una nieve, o si no, se subían a los portales a tomarse unas chabelas; hasta que un día una amiga se hizo un novio, después otra se hizo otro, y otra otro, y así se fue quedando sin amigas, hasta que se vio sin compañía. ¿Y ahora qué?, se preguntó, ¿Qué hago?…, “no voy a dar vueltas yo sola como tonta”, se dijo, así que mejor se fue a su casa, y se regresó temprano, ¡Ahora madrugaste!, le dijo su abuela cuando llegó.
Y así estuvo madrugando a la casa todos los domingos; hasta que un día, después de salir de misa, y después también de haberse despedido de la última amiga que se había ido a dar la vuelta con su novio, se dirigió hacia la carreta de don Miguelito a comprar unos dulces para su mamá Lola. Fue ahí cuando sintió la mirada en la espalda, una mirada fuerte que la hizo voltear.
Era él, Antonio, un muchacho de mirada triste pero con un magnetismo muy especial en los ojos. Ese magnetismo le cautivó a ella, y en el mismo instante en que vio ese brillo resplandecer se enamoró de él. Cayó hechizada ante la mirada de Antonio. Se puso de mil colores y ya no supo qué hacer. Un escalofrío le recorrió el cuerpo y se sintió desfallecer…, y esa frase hecha que dice, “cayó rendida a sus pies”, tantito así estuvo de hacerse literal esa vez.
- Hola, por qué tan solita, le preguntó él.
– Mmm, nomás, le contestó ella.
– ¿Quieres que te acompañe?
-No sé – le respondió ella -.
Él la miró un instante… un instante que se le hizo eterno a Andrea. La estudió, sabía que la había impresionado. Después, muy seguro de sí mismo le dijo:
– Qué bonito vestido traes, y esa flor que lo adorna es muy bella, pero más bonita eres tú, ¿Cómo te llamas?
– Andrea – dijo ella -.
La acompañó a su casa, su mamá Lola estaba sentada en una silla afuera en la banqueta, y se lo presentó: “es mi amigo”, le dijo…
A los dos días le pidió que si quería ser su novia. Andrea dijo que sí y esa noche no pudo dormir, permaneció soñando despierta, recordando uno por uno todos los incidentes que le ayudaron a revivir los instantes más hermosos de su existencia. Sí, porque a sus 17 años, haciendo un balance de su vida, eso era lo mejor que le había pasado.
Sin embargo, no lo lograba comprender y pensaba que todo había sido un sueño, ya se había pellizcado bastantes veces y aunque sabía que estaba despierta volvía a pellizcarse una y otra vez; y en cada pellizco veía la realidad, y en cada pellizco escuchaba la declaración, “Andrea, ¿Quieres ser mi novia?” “Andrea, ¿Quieres ser mi novia?”, de los labios de Antonio…
Duro varios días ese sonsonete retumbando en su cerebro, pero después se le borró y lo cambió por otros, cuando comprendió por fin que en realidad así era, que había aceptado a Antonio como su novio; ¿Pero cómo está eso de que ahora tengo novio si siempre he sido muy tímida?, y de esta interrogación que se hizo surgieron los nuevos ecos, “Antonio y yo somos novios” “Antonio y yo somos novios”, y luego, “soy la novia de Antonio” “soy la novia de Antonio”, después, “es mi novio” “es mi novio”, y todos los ecos los alternaba según los pasos que daba.
Había ocasiones en que la condición de las banquetas influía en el tipo de eco que repicaba en sus sienes. Si la banqueta era de cantera, más difícil de caminar en ella, de manera espontánea se repetía el eco más fácil, “es mi novio” “es mi novio”; y si la banqueta era nueva muy lisa y ancha que no presentara desigualdades, el eco era, “Antonio y yo somos novios”, el más largo.
Así pues, Andrea vivía en otra dimensión, más allá de la luna, y sin despegar los pies 30 centímetros de la tierra. Pero volvamos a la realidad:
Es viernes, y aunque ya casi son las seis de la tarde, en la calle Aldama, a un costado del mercado, el furioso tacleteo de las máquinas de escribir todavía se escucha; el golpeteo que provocan los dedos ágiles de las alumnas de la Academia Comercial “Juan Escutia”, evoca las bofetadas de las primeras gotas de lluvia cuando cuerean el empedrado y dejan pintadas en las banquetas una mancha gorda y oscura, rastro agónico de su breve existencia.
Sin embargo, aunque estamos en el mes de septiembre y es tiempo de aguas, ya va para cinco días que no llueve; quizá por eso la gente que pasa por un lado de la escuela levanta la mirada hacia las nubes pensando que el tacleteo que escucha es el de las primeras gotas de un chaparrón que se viene. Mientras tanto, en la esquina que hacen la calle Aldama y la 5 de Mayo, recargado en la pared del mercado y con visos de haber estado impaciente, Antonio se alegra porque ve que ya van saliendo las alumnas de la Academia, entre ellas, Andrea.
Es septiembre, el mes de las fiestas patrias y aunque ya van a cumplir tres meses de novios, Andrea todavía sigue en la luna; y como el explorador que se une a una expedición y teme perderse sin dejar ningún rastro, Andrea ha tomado la decisión de llevar un pequeño diario, un diario donde capturará el tiempo, por si alguna vez se aleja poder regresarlo de nuevo hacia ella, y de ese modo volver a vivir y a sentir los besos mentolados de Antonio…
Y es ese pequeño diario el que vamos a leer ahora:
Cinco de Sep. de 1982…,“Querido diario” – empieza diciendo –, “ya casi esta aquí el 16 de septiembre y ya no aguanto las ganas de pasearme por la plaza del brazo de él, y aunque todos los días lo veo cuando salgo de la Academia, nomás me deja en la puerta de la casa y ya siento unas ganas inmensas de verlo otra vez, ha habido ocasiones en que he corrido a la esquina sólo para verlo que se aleja; querido diario, ¿será esto el amor?, ¿Por qué es tan intenso y hace sufrir?, ¿Por qué Dios no hizo otra manera más sutil de amar?, ¿Por qué duele mucho cuando se adora tanto?”.
Once de septiembre: “Querido diario, estoy emocionada, desde ayer dieron comienzo las fiestas, hoy sábado la plaza estuvo llena, ya está toda arreglada con muchos colores de la bandera, las bandas se escuchan por todo lado. También hoy…, ¡Y ah!, no sé cómo decir de tanta emoción que siento, hoy Antonio me echó a la cabeza el primer confeti, dimos vueltas por toda la plaza y me sentí volando del brazo de él, ¡Ay, no quepo en mí de dicha!, si así van a ser todos los días no sé qué va a ser de mí, no puedo más, mi corazón se va a parar, imagínate, morir en sus brazos, que bella muerte sería”…
Doce de septiembre: “Querido diario, hoy domingo no se podía caminar de tan lleno, las bandas toque y toque y la gente baile y baile en un mar de confeti, estaba tapizada la plaza, los chiquillos lo andaban juntado en bolsitas y lo andaban vendiendo otra vez. Antonio los regañó y yo también, pero no entendieron y siguieron juntándolo. Se ve más guapo cuando se enoja, ji, ji”…
Catorce de septiembre: “Querido diario, ayer no escribí porque no tuve tiempo, además llegué cansada. Trabajé todo el día en la tortillería, de cajera; don Salvador Benítez me dijo que si le ayudaba, ya había trabajado con él en la lavandería y ha sido muy buena persona conmigo. Le dije que sí. Ayer no pude ver a Antonio, ni hoy tampoco, no he ido a dar la vuelta a la plaza pero mañana sin falta voy, es quince de septiembre, día del grito, y ahí estaré otra vez del brazo de él. Cuánto lo extraño. Ayer lo soñé, soñé que me había llevado serenata y que me cantaba esa canción que Agustín Lara le compuso a María Felix, María Bonita se llama, ¿Sabías que así me dice Antonio, “Bonita”, dice que soy su Bonita”.
Diecisiete de septiembre: “Querido diario, ahora te voy a escribir llorando, y quizá sea la última vez que lo haga, mi corazón está sangrando, y las letras que escribo van bañadas con sal y sangre. Antier lo esperé y no llegó, y noté algo raro en mis amigas. Me decían que nos fuéramos a la casa; lo esperé y lo esperé y él no llegaba. Me empecé a preocupar, pues él siempre llegaba a tiempo, mis amigas Crucita y Malena ya lo habían mirado; pero no me dijeron nada para que yo no sufriera.
Me decían que nos fuéramos a la casa pero yo no hice caso, pues quería mirarlo; y seguí con esa ilusión de verlo, pues ya lo extrañaba. Efectivamente lo miré; pero con una mujer que llevaba abrazada dando la vuelta en la plaza. Me pasó por mis narices, y sólo me miró con esa mirada de niño cuando se les sorprende haciendo travesuras; esos ojos que me gustaban tanto no los vi.
No me dijo nada, sólo se alejó del brazo de ella; sentí, querido diario, que toda las ilusiones que me había hecho, y ese gran amor que sentía por él se transformaban en dolor y en rencor. No podía creerlo, mi mente y mi corazón no concebían tanta maldad, ¡Me traicionó, querido diario, me traicionó!
Me vine, y ni siquiera me importó caminar sola esas calles oscuras llenas de borrachos. Llegué con mi mamá Lola y me preguntó por qué tan temprano si era el día del grito, y no le respondí; hasta mucho rato después le expliqué con una mentira. Después de eso me dirigí hacia la cocina a llorar mi decepción y desengaño, a repetirme una y otra vez, ¡Por qué me había engañado, por qué!
Miré una botella de tequila reposado que era de mi hermano Chano, que en ese tiempo estaba en la casa. Me la empiné; y tomé y tomé hasta que sentí que no podía sostenerme. Mi abuelita extrañada y con sueño me veló toda la noche porque me caí y me golpeé la frente y además me vomité. Me dijo que me iba a mandar al rancho con mis padres, que por qué había hecho eso, que si ya éramos más que novios. ¡Noo! – le respondí entre balbuceos –, sólo fui su novia, ¡Pero ya no lo soy! ¡Ni nunca más lo seré! ¡Él me dejó por otra! Otra mujer más vieja y fea, yo era su bonita. Así me llamaba él, él fue el amor de mi vida, mi amor a primera vista, querido diario”… Fin.
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