Fue una mujer adelantada a cualquier expresión social. Su enorme empatía, que le permitía entender los problemas de sus hijos, sobrinos, alumnos y de cualquier persona que se le acercara, la convirtió en una de nuestra mejores consejeras. Fue, además, una madre para muchos. En su casa asistió a algunos jóvenes que ahora son buenos profesionistas.
Era la mamá desprendida de sus bienes materiales que nos facilitaba su cocina para cocer frijoles, enseñarnos a cocinar e irnos al cerro a pasar el día o la tarde con los amigos. Era la única a la que no le importaba el desgaste de sus muebles cuando tenía visitas desconsideradas que trepábamos los pies en su mesa de centro. No se fijaba en nimiedades; pues por encima de todo estaba el ser generosa.
Y en eso de la generosidad, mi tía Luisa siempre fue la número uno. No se fijaba en cuántos éramos, o si habría que improvisar alguna comida con tal de atendernos. Siempre habría un planto para nosotros. En platillos nadie la superaba. De hecho en mi última visita a Tecuala, de donde era originaria, lo comprobé: no hay mejores cocineras en Nayarit que quienes viven la costa norte. Desde temprana edad se les enseña a realizar todas las labores del hogar.
Por fortuna nos dejó su receta para el pozole. Para las tostadas y los mariscos. El Charro, como conocemos a Luís Nieves, cada que venía de León o de dónde sea que estuviese, le pedía un pozole “para empezar”. Ella, como lo dije, era complaciente con todos. Pensaba en Karina como una hija con agallas para salir adelante por sí sola; en Iván como el que más necesitaba de sus cuidados, pero al que también lo veía con enorme admiración por sus talentos potenciales —como el bailarín, el conductor, el gimnasta y su don para hacer amigos—. Y qué decir de Karla, la nobleza en persona. El reflejo de ella misma en generosidad.

Y así como en su familia fue el soporte para hijos y esposo —mi tío Charro que permaneció fiel a ella durante toda su vida—, en la escuela lo fue para sus alumnos. Sobre todo para aquellos que tenías problemas familiares. Realmente mi tía Luisa Mancillas se preocupaba por ellos. Hacía suyos sus problemas y se los traía a su casa.
En su familia también fue el pilar que guiaba a sus hermanos y hermanas. A ella recurrían hermanos y sobrinos ante cualquier emergencia, y siempre le encontraba solución.
María Luisa Mancillas Romero, nació el 3 de febrero de 1962 en Tecuala. Allá pasó su niñez y su juventud. Estudió Trabajo Social y luego ingresó a la DGETA. Fue en éste lapso cuando conoció a Luís Humberto Nieves Aguilar, a principios de 1984, mientras que ambos tomaban un curso en San Juan de Abajo, municipio de Bahía de Banderas. Se casaron y permanecieron un tiempo viviendo en Tecuala. Luego de 8 años aproximadamente se vienen a Ahuacatlán, estando ya Luis Nieves su primogénito muy orientado al fútbol. Con el tiempo éste pueblo fue de su agrado que llegó a instalarse en su corazón. Sí, su ombligo, su esencia, su personalidad y habilidades las adquirió en Tecuala, que también está de luto; pero aquí dejará su corazón la maestra María Luisa Mancillas, aquí estarán sus recuerdos, su amor por sus hijos y su esposo. Por nosotros sus sobrinos, quienes la queremos mucho.
Descanse en paz.

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