Sexta y última parte
Rigoberto Guzmán Arce
9.- Después del decepcionante pero inesperado subcampeonato –final perdida contra el Atlante en la Apertura 2007–, no sabía si llorar o reír. Con el juego somnoliento del Pumas en el primer partido quedaron cero a cero y en el regreso pierde el equipo con un golazo de un tipo apellidado Ovalle.
Aunque no se crea, preferí en ese partido ver el resumen del primer tiempo mientras ese domingo asamos carne en la terraza y jugamos baraja en compañía de algunas personas queridas que nos vinieron a visitar.
Cada vez que iba al baño, prendía el televisor y con cierto nerviosismo veía el marcador. En el segundo tiempo la pantalla de mi emoción marcaba el empate a uno y sentí que el sexto estaba en las posibilidades de ganarlo por algún error del adversario. Pero de nuevo me levanté y fui al lugar del nervio auténtico: las luces de la victoria y el nombre del Atlante en medio de todo y los jugadores del equipo peregrino y nostálgico corrían y se abrazaban entre ellos y el técnico Guadalupe Cruz.
En aquel diciembre de la bruma no me dolió porque Atlante jugó todo el campeonato con deseos de victoria encabezados con un verdadero goleador, el venezolano Maldonado. A seguir en la brega y la directiva aguantó por otro tiempo más -¡no por favor!- al corajudo “Tuca”.
Por lo menos se había cumplido no irnos a la categoría baja y ya nuestro sueño y nuestro aliento se compaginaban para los fervientes aficionados de todo el país, más bien en la república universitaria.
Me gustaba disfrutar bajo los pequeños árboles que daban sombra para leer los periódicos, antes de que comenzaran los partidos de las ligas europeas mientras los gatos adormilados disfrutaban de las diez de la mañana que sólo las mariposas lograban despojarlos de su tranquilidad cuando iniciaba la cacería en el territorio de los felinos.
Hacían piruetas en el viento y era una danza de alegría y tragedia, parte de la cadena alimenticia. Se acordaban los gatos que eran cazadores ancestrales que ya se estaban aburguesando por roer los huesos de pollo, digerir sopa de fideo con tortilla y gordos de carne.
Dejar de leer el Mural y El Informador con su revista dominical “Día Siete” para emocionarme de la dialéctica de la velocidad y la precisión del fútbol inglés, de la soberbia contundencia del español y el rompecabezas italiano; de la fortaleza alemana que no hay descanso en las jugadas y de belleza inocente del holandés.
Un fin de semana sin fútbol no es drama, es un verdadero trabuco para resistir el recuerdo del balón. Nos vamos al llano a presenciar lo rudimentario en donde se juega más por la boca que con los pies. Vamos para formar parte de la porra guerrera del equipo “El Rosario”, y tristes y felices nos la pasamos durante el partido.
El profesor José Luís Llamas Berúmen, originario de Guadalajara, avecinado en Ixtlán y felizmente casado y viviendo en El Rosario, municipio de Amatlán con Bertha Parra, siempre fiel como porrista que nos vemos en Jala, en Ahuacatlán, en busca del gol perdido y el trofeo que siempre se le niega a nuestro equipo amateur.
Mientras los universitarios futboleros, con el corajudo, van avanzando en el Clausura 2009 y en semifinales se enfrentan al Puebla del pelón mediático Chelis y ganan fácilmente. Pero, en el regreso en CU, empieza el drama a extender su manto negro cuando el Puebla les mete dos goles a cero y desde “Campomar” comienzo a deletrear mentadas y los camarones se me hicieron trapos en el acto desesperante del encuentro.
Llegué a la casa y ya no quise ver el partido cuando desde el cuarto de Ulises, grita Camilo y sube el volumen. Reacciono en prender la televisión y veo en cámara lenta el gol del pelón valioso Darío Verón en tiempo de compensación para ganar por mejor posición en la tabla general.
Recordar el juego eficaz de Leandro Augusto. Presentí que nadie ya le podría ganar e este equipo estimulado por el destino agónico. Los jugadores del azul y oro comenzaron a fraguar rasurarle el bigote al hombre corajudo que les asusta.
La final llegaba y el Pachuca era la aparente víctima pero, Enrique Meza experimentado en títulos y finales y Christian Giménez tenían el conocimiento y la inteligencia.
Dos partidos y los combates por el metro y la zona iniciaron. Gana el Pumas en ciudad Universitaria con gol de Dante López y el domingo en el Estadio Hidalgo prosigue la batalla.
Estamos sentados en la sala de Doña Emma y Don Chepe, huéspedes nosotros cada vez que podemos ir a El Rosario, está Ignacio Aguiar -aquel que fue testigo del segundo título con las dos cubetas de caguamas–, mi compadre Pepe y mi comadre Lore. Trepidante con los gritos de Martinoli el de la palabra “sobresaliente”.
Noche difícil pero noche gloriosa de Dante y Pablito Barrera. Cuando faltan pocos minutos para que termine el partido, me salgo a la oscuridad y escucho los gritos y gritos pero no se termina el partido. Se fueron a tiempos extras y creo que fueron para mi reloj del corazón como de una hora cada uno.
Tres a dos el marcador global y aúllo como un perro solitario y ya me incorporo a la sociedad de la alegría. Saludo con el golpeteo de las palmas de la mano y ese domingo de permiso me sabe a gloria y duermo como si no le debo nada a nadie.
10.- He visto jugar en un Estadio al equipo cuatro veces en la vida. Espero verlos de nuevo. La primera vez fue cuando trabajaba en Ixtapa y un domingo fui a las extintas librerías del centro de Guadalajara, la famosa, siempre limpia y con novedades “El Topo” a gastarme toda la quincena en los títulos rusos, franceses y marxistas. En busca de la amistad de Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Honorato de Balzac y poetas como Pablo Neruda. Los encontré en cada anaquel, los ojeaba, palpaba las callosidades de la encomienda de escribir y desde la inmortalidad los llevé a mi primer librero que tanto disfrutaba: Una tabla de madera colgada con clavos.
Eran los tiempos cuando jugaba García Aspe y en el Estadio Jalisco le ganaron a los Leones Negros de la UdeG por dos goles contra uno. Tuve la dicha de irme caminando tranquilamente a la casa de mi hermana Gloria que vivía a unas seis cuadras del Estadio. Desde su casa se podía admirar al coloso de la calzada Independencia en estado de reposo ante el tráfico cotidiano o bullicioso cuando los domingos jugaban las Chivas.
En otra ocasión cuando vivíamos en Etzatlán y en los tiempos de Jorge Campos y Claudio Suárez. Cati disfrutó. Camilo disfrutó más, y Ulises menos porque llegando al graderío junto a las bancas, se quedó dormido.
Pumas contra Chivas, marcador una a una. Qué manjar de vida los partidos. El escenario donde al terminar el encuentro se quiere uno quedar más tiempo. Tenemos la tonta necesidad de imaginarnos la repetición, las jugadas por el instinto de la televisión que se nos ha metido hasta el fondo de nuestros ojos.
El último juego fue cuando en estos rumbos apareció un hombre legendario, producto original de Tuxpan, hasta el tuétano con venas y sangre tecolote. Su nombre Martín y su apodo de mil batallas y millones de lágrimas “El Radio”.
Trajo al equipo Tecos de tercera división profesional a mi pueblo y llevó cientos de aficionados de todos los equipos a Zapopan al Estadio Galerías, nido del tecolote burgués, el de los Leaño.
En uno de esos viajes fue para ver al equipo de mis amores futbolísticos perder un gol a cero, gol de un novedoso futbolista que después hizo historia: “El Hachita” Ludueña.
Testigo fuimos de los desplantes de “Hego” Sánchez porque ante la porra tecolota que le mentaba la madre se las devolvía de manera subliminal al frotarse el pelo con la señal famosa de la ofensa maternal.
11.- Los que han jugado este deporte, saben que todavía somos el niño que corremos en cualquier lugar tras un balón. Lástima que otros corren tras del dinero, televidentes y compradores incautos. Mientras tanto sigo con mis siete.
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