¿Por qué el hombre no se reconoce entre los de su especie?
Omar G. Nieves
Se dice que en la antigüedad los hombres confeccionaron armas para defenderse de los ataques de los animales y las bestias salvajes. Por instinto de preservación, pues, el hombre primitivo se agrupó en hordas que peleaban ferozmente contra aquellos felinos.
Después sucedió que el hombre por su superioridad creativa dominó a las bestias, incluso, en algunos casos las domesticó; y aquellas armas que en un principio servirían para controlar el ataque del enemigo animal, se utilizaron ahora para la dominación de los propios hombres.
Se dice que el primer homicidio registrado fue el cometido por Caín contra su hermano Abel. Y desde entonces, las páginas de los libros y los titulares de los periódicos se han teñido de sangre por esa furia nacida del celo que en el corazón del hombre surge por diversos motivos, pero que en nuestros días, se da principalmente por el deseo de poseer.
Y es que tuvo que suceder también que en cierto momento el hombre comenzó acumular ciertos bienes más allá de los de su propio consumo. Esto provocaría la disyuntiva entre los hijos del patriarca por la heredad: ¿Por qué ha de ser el primogénito el sucesor de los derechos patrimoniales?
Se dice que el más fuerte dominó al débil, no sólo en la familia, en la gens, sino entre las tribus, entre los pueblos, entre las naciones. Ya no se trataba de la dominación del hombre por el hombre, sino de las distintas agrupaciones de humanos.
En el esclavismo, el amo dispuso de su esclavo cual si fuese un cosa. (Abro un paréntesis para recomendar Dialéctica de lo concreto, de Karel Kosík, donde aborda el tema de la cosificación de las relaciones humanas). El hombre se vendía como en nuestros días se venden a los jugadores de fútbol, nada más que a los del balompié les falta que los marquen con el ferrete con que se sellaba antes a los esclavos.
Paulatinamente el hombre mejoró las técnicas de producción; y gracias a su capacidad reflexiva, se dio cuenta que quien hacía el trabajo era él, el esclavo; a la postre el siervo; el obrero de hogaño. Empero, el amo, el señor, el capitalista, también ha mejorado sus armas de dominación.
Estas armas híper sofisticadas, están en manos de los poderosos. Algunas son tan imperceptibles, que hasta las tenemos en nuestro hogar. Otras, otras las han dejado circular entre las masas para que se maten unos a otros. Con eso de que el hombre perdió desde ha mucho la capacidad de distinguirse entre los de su propia especie, en las calles andan matándose por el territorio, tal cual en la antigüedad se hacía para el instinto de preservación.
Se dice que como castigo, Jehová condenó a Caín al destierro, a ser un fugitivo en la tierra. Así como andan los que hoy se matan por la disputa del territorio. Por ese deseo de tener que este sistema corrupto propicia.
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