
– Miren quién va llegando, es el Escanio, – dijo San Luis Gonzaga, a las demás imágenes del Templo de Santo Santiago Apóstol, de mi querido pueblo -.
Otra voz se escuchó:
– Es el Lucas – así le decía su mamá que porque nació el 18 de octubre -.
Bueno eso imaginé al ver las miradas de esos santos que me conocen desde niño, y a medida que caminaba, hasta la parte de adelante, levantaban la mano saludándome. A nuestra Señora del Carmen se le iluminaron los ojos, pues fui su fiel devoto. Me miró como al hijo prodigo. Don Bosco se le dibujó a un más su sonrisa bonachona. Quien de plano se hizo como que no me vio, fue la Virgen de Guadalupe.
Sí; previo a mi presentación en la Casa de la Cultura, visité el Templo – como lo hago cada vez que estoy en mi pueblo – y los años se notan en sus puertas, en sus muros, en los nichos de los santos, las bancas. Sí; el templo y yo estamos viejos.
Siguiendo el ritual me persigno. Hago alguna oración y recorro con la vista todo su interior y siento que a los Santos les fluye la alegría por mi presencia y escucho cuchicheos entre ellos:
– ¿Te acuerdas que en una ocasión cuando estaba en segundo grado de primaria hacía la pinta? Se venía aquí al templo y dejaba su bolsa con los útiles escolares tras la puerta principal, hasta que Mena, el campanero, fue con su chisme con doña Leonor, su mamá”. Percibí unas risitas “burlonas”. Una voz le dijo a nuestra Señora del Carmen:
– Velo, te ve con mucha ternura, ¿Será porque ya está viejo?
Sí; yo era cucaracha de la iglesia, fiel devoto de nuestra señora del Carmen. Portaba mi escapulario y a diario leía en casa, del callejón Jiménez, el devocionario, pese a la deficiencia de la luz y de mi miopía.
Mi madre me llevaba a los novenarios de las personas que fallecían y las mujeres me admiraban pues ya lo sabía rezar y era quien llevaba la voz cantante.
Leía la revista de “Vidas Ejemplares” que relataban la historia de los santos. Muchas personas – entre ellas Juanita, de Zoatlán, sobrina de mi padre encargada del templo – opinaban que estudiara para sacerdote. Así que yo pedía a Dios me enviara un mensaje si podría ser su servidor.
Cierto día, cuando me arrimé a recibir la comunión, una hostia cayó sobre mi hombro. Me apené; y más porque a mis espaldas y a mis lados escuché murmullos desagradables de las mujeres. Saqué por conclusión que Dios me indicaba que no serviría para sacerdote. Las confesiones y la comunión fueron menos frecuentes.
[pullquote]El templo de mi pueblo encierra energías, magia. Es mítico[/pullquote]
A propósito de Juanita, un día que visitamos Zoatlán, al oscurecer la acompañamos mi madre mi hermano y yo al templo – en el atrio está el panteón -. Ingresamos. Estaba completamente oscuro, y ella tentaleando sobre el altar en busca de cerillos para encender velas, tocó algo y gritó: “¡EL NAHUAL, EL NAHUAL!”, y todos salimos corriendo. Yo me caí. A mi madre se le salieron las zapatillas. Era un señor que estaba en el interior. Quizás el sacristán.
Allí escuché por primera vez la palabra Nahual. Se dice que es la capacidad de algunas personas por transformarse en animal, o realizar actos de brujería.
Según tradiciones cada persona al momento de nacer tiene ya el espíritu de un animal que lo protege y lo guía. En las leyendas es común escuchar que quienes practican la brujería salen por las noches a hacer sus fechorías o a hacer curaciones convertidas en lechuzas.
¿Te acuerdas – escuché la voz de don Bosco – cuando asistías a la doctrina?; y me refrescó la memoria. Esa instrucción que impartían las catequistas como las hermanas Contreras – entre otras damas para hacer la primera comunión – era por pasos: El Ave María; el Padre Nuestro; y concluía con el Credo. Era el momento para el sacramento de la primera comunión.
Continuaba en el interior del Templo observando al Arcángel, al Ángel, a Santo Santiago, y seguía recordando. Cuando adolescentes los domingos a las 11 asistíamos al templo – en la sacristía – a instrucción. Nos decían Tarcisos, que es Santo protector de los monaguillos.
Los jóvenes de la ACJM y Tarcisos, teníamos para distraernos salones de juegos de mesa y Pin Pon. Esto en la planta alta del portal redondo, donde don Nacho Ramírez – cuatro ojos – tenía un comercio.
Mi madre me había regalado una chamarra muy bonita que sin duda la sacó fiada de con las Hernández. Apenas la estrenaba y se me olvidó en ese local. Regresé y no la encontré. La reprimenda fue fuerte. Mi madre me dijo que nunca me compraría otra; y lo cumplió. Así era ella.
Volví a estrenar chamarra cuando pude comprarla con lo que ganaba por llevar agua a las vecinas del hidrante que estaba en Zaragoza y Allende.
El Templo me parece mágico, mítico. Recuerdo a las mujeres a la derecha y los hombres a la izquierda. Al estar en su interior se percibe el murmullo de quienes a través de los años han ido a hacer oración en agradecimiento o alguna petición.
Hay aromas, ecos de los evangelios, las palabras en latín de los actos religiosos como “dóminum vobicum”, que decía sacerdote al iniciar la misa y el cantor y las personas que sabían latín respondían: “El cum Spiritu Tuo”. O el “Pater Noster” y las letanías de “Ora pronovis”. Todos ello se hace presente mientras estoy relajado. Hasta el confesionario parece que me hace una invitación a la reflexión, al arrepentimiento.
“¿Qué me diste pueblo mío?/ Quiero gritar que te quiero/ que la distancia me cala/ y ansío estar contigo.
Pudiera ser el barrio/ o el angosto callejón/ que me incita el corazón/ Ixtlán, ¡cuánto te extraño!
¿O tus calles empedradas/ recuerdos de niño, jugueteadas/ sabor a barro en tus jarros/ o el agua fresca de tinajas?
¿El descanso en tus jardines/ el tañer de tus campanas/ caminar por tus portales/ o la nieve de garrafa?
Recuerdos del primer beso/ con candor de enamorado/ como tal, no tiene precio/ y sí, gran sabor a melado.
Cuando el hálito de vida exhale…/ que mis cenizas mortales, se dispersen en tus campos…/ Será tan sólo un abono/ por este amor que pregono, / pues a pagarte no alcanzo/
¿Qué me diste pueblo mío?/ Quiero gritar que te quiero/ que la distancia me cala/ Y ansío estar contigo”. escanio7@hotmail.com
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