No pretendo ni tributo ni homenaje, eso es para luminarias y lacayos. Promover tal cosa es un signo de mediocridad en artríticos cadáveres que se prestan fáciles a ejecutar honores bofos al pie de mausoleos y monumentos muertos o amellados, con la gesta deplorable de un imperturbable silencio. Y ni Barajas tenía el divo ardid de la farándula política ni yo me tanteo ser ni estar conforme. Ni rezo ni canto, ni luto ni memoriam.
Hay, sí, un gesto que indignado me llama cuando volteo a ver ese cielo rojo inscrito en los paredones del Jomulco atardecido, al encontrar un vacío insustituible en el corazón de la cordillera. Un cielo que nada tiene que ver con las vagas cuestiones ecuménicas, sino más bien con una estatura moral.
La vida me agració, siempre con su generosidad impredecible, otorgándome el privilegio de conocer a un hombre llano, cabal, de pueblo. Antes que a él, conocí primero su huerta de duraznos y de aguacates. Después un solarcito bordeado por lechugas y chiles habaneros; lirios, azucenas y una poderosa azalea centelleante por fuera de su hogar… todo ello daba cuenta de un brazo viril, trabajador. Después le conocí como hombre de partido, íntegro, claro.
Desbordando las líneas, se convirtió en luchador social con una permanente presencia en Jala. ¿Se ocupaba ir a las asambleas en Tepic? Iba. ¿A marchas en México? Era el primero de la lista. ¿Luchar por el rescate de la zona arqueológica en Ahuacatlán? Era de los primeros en romper con el fanático chovinismo regional, ¿Apoyo al magisterio en resistencia? Estaba. ¿Contra los daños de las plantas geotérmicas? Fue a la vanguardia consciente.
Para estas alturas de trato, en mí, ya había pasado a las lindes del afecto personal. Porque no se arredró ni siquiera cuando la Policía Nayarit (esos neofascistas encapuchados que por boca del gobierno hablan siempre de daños colaterales) quemó casi la mitad de su huerta de aguacates en plena flor, impidiéndole a él y a su hijo sofocar el fuego, a punta de culatazos en la nuca, en presencia de una licenciada interventora, como si de un reality de la ley y el orden se tratase. Y a las gestiones para la indemnización de dichos daños, los mismos cuicos le dirían tras bambalinas antes de que arribara a algún palacio, tribuna o institución en la búsqueda del ser oído, escuchado y atendido:
—“mejor ni le busque ruido amigo, porque le podemos imputar lo de la mariguana”.
Pasó, pues, a las lindes del afecto personal porque tenía el digno desdén de los inconformes estando en el epicentro de una tierra apática, en un pueblo inoculado de maledicencias y mañas conservadoras. Me mostró que el rigor del horizonte no debe mecer una cuna de arrabal. Antes bien debe ser en nosotros siempre vertical y ascendente, sin rigidez autócrata.
Como un comandante, como un capitán de navío, marcaba en sus mientes las personas que eran esclavas de sus propios vicios e instintos primitivos, de sus ociosos apetitos, sin restarles nunca ni un solo grado de su humanidad.
No era de extrañar, para quienes le conocimos, que su virilidad tomara el asta de la protesta como único baluarte ante la mediana indiferencia de un pueblo “ciscado”. Y plantó cara a la horrible dictadura de los encorbatados que no ensucian ni la solapa con que se cubren el pescuezo. Plantó cara a la terrorífica dictadura que hoy padecemos, no del lado empequeñecido del David y sus reyes asistidos por los dioses, sino como todo un Goliat.
¿Murió por accidente? Felices coincidencias para los que lo llamaron ‘piedra del zapato’. Como felices para ellos los que mueren encamados, cobijados de miseria y de cariños impotentes; o perecen en los infiernos drogadictos apenas se asoman pubertos a la vida.
¿Lo mataron? ¿Se lo llevó dios? ¿Era peligroso que produjera granos, frutos y peces? Desde luego que lo era… era peligroso que trabajara, era peligroso que produjera, era peligroso que con los hechos hablara; que propugnara por que la biblioteca comunitaria tuviera literatura en verdad, alejada de Harry poter y de los almanaques anuales del Reader’s Digest. Era peligroso como siempre ha sido peligroso soñar a la Martin Lutherking, respirar a la Emerson, vivir a la Faure o a la Neruda, amar a la Flores Magón. Porque aquí, en este estado de cosas, es hasta un deber que triunfe la mafia, la complicidad en la perfidia, la rapiña, el soborno que se arrastra medrando por las catacumbas institucionales.
¿Cómo podemos interpretar la fugaz visita de periodistas que como llegaron se fueron; de funcionarios que mandaron condolencias por escrito, mientras el corazón de la viuda sigue latiendo solo, en la zozobra de un qué fue exactamente lo que pasó, trazando nuevas constelaciones en su cielo nocturno, trozando ramas de roble para seguir encendiendo la leña?… ¿Musculo sistemático? ¿Provocación aleccionadora? ¿Displicencia a través de un pésame fingido?
El hecho que dejó marcado en vida, fue un ejemplo de cómo se lleva el Ideal, de cómo se es un rebelde en estos tiempos. De cómo con la sola presencia se puede hacer en eco claro y contundente. El ‘¡No!’, ante la mala costumbre domesticada de escuchar siempre un “sí señor”.
Ya lo dijo… en vida y en muerte, con palabras más o palabras menos que se decantaron en mi espíritu. “No nacimos pa’ la diáspora ni pa’ l martirio”. Así pues, el fallo de la Justicia no lo otorgará gobierno alguno. Lo otorgará, pronto que tarde, el Pueblo cuando se niegue a vender el último bien que tenemos.
Nosotros, “los poca cosa”, tomaremos las banderas y los nidos de las águilas para hondear la palabra justa, acusadora de las bestias escondidas en la sombra tenebrosa. No tendremos miedo de acusar secretarías, rangos o investiduras lacradas de corrupción.
Ellos, harán lo que mejor saben hacer: matar, mentir, obnubilar, manipular. Nosotros haremos lo que hemos venido haciendo… vivir hasta vencer.
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