Tierra de mis sueños, amores y sin sabores de mi niñez y de juventud, de añoranzas y realidades, de encuentros y desencuentros, tierra entrañable y extrañada; bien llamada ciudad Ixtlán del Río, Nayarit, con un tono de aborigen. Tus ruinas no me dejarán mentir. Bonito valle que solo el creador o la naturaleza, según el pensamiento, solo en ti encontró el clima y la tierra propicia para desarrollarse esta bella y por demás venerado y recordado Ixtlán, con sus cañaverales, sus maizales y arrozales que dieron y dan vida y sustento a muchos ixtlenses.
Cuando regreso a ti mi querido y siempre bien recordado pueblo, mi Ixtlán del Río, mi tierra, recuerdo mi infancia, parte de mi juventud, a mi familia, mis raíces, a mis amigos, mi querencia; todo lo antaño en que te desarrollabas; la gente que conocí en mi infancia y juventud. Cuando regreso, vuelvo a la realidad imaginada miles de veces, en mis sueños, en mis nostalgias. Conozco muchos lugares, pero como en el que nací solo hay uno y se llama Ixtlán del Río.
Sigues siendo un pueblo con amabilidad, alegre y tranquilo, según el punto de vista con el que se mire y se catalogue. Tus casonas antiguas, algunas llamadas “palacios” por su majestuosidad, tus calles empedradas, aunque día con día llega la modernidad que hacen cambiar tu fisonomía.
Así me gustas, pueblito sencillo sin muchas pretensiones. Cómo extraño tus plazuelas tan hospitalarias, bella, a veces flanqueada por frondosos árboles que con su sombra generosa da refugio a gente en días soleados, calurosos y morada de pájaros que con su algarabía te dan un toque de vida, repletas de gente los domingos.
En una de esas plazas o jardines –como le llamábamos– está la parroquia del Apóstol Santo Santiago, patrono del pueblo; con su grandes patios que algunas veces corrimos cuando niños, sus campanadas muy notorias llamando a misa; esto es en toda la semana. El repicar de las campanitas de tu reloj cada vez que te visito, recuerdo mis ayeres y mis andares.
Recuerdo a don Bartolo cuando en misa cantada acompañaba a los sacerdotes. Me tocó escuchar más de una ocasión el órgano que se encuentra en el interior en la altura y por el centro admirar los grandes candiles que hace que la parroquia tenga una iluminación extraordinaria.
Los domingos por las mañanas, saliendo de misa para los niños casi en fila nos íbamos al mercado. Hoy podemos decir el “mercado viejo” en donde al frente por la Morelos y Aldama con la edificación antigua estaba la Esc. Sec. Amado Nervo, que primero fue por cooperación.
Íbamos al mercado a comprar los churros de don Modesto, la gorditas de masa de maíz ahogadas en manteca después en aceite, acompañadas con un rico atole que vendía en una de sus esquinas la familia de don Manuel Hernández “El Campanero”, de oficio albañil y excelente para tocar la armónica, de esas que tienen muchos agujeritos en cuadritos, bonitas y con entonación las melodía que tocaban. Buen pulmón tenía don Manuel.
Conforme al tiempo, también se compraban los chayotes cocidos o el chinchayote, que es la raíz del chayote. En el tiempo de lluvias los cacomites o el camote del cerro, también llamada “huele camote”. En fin, lo poco o lo muchos que se nos daba de “domingo”, ahí quedaba en el mercado. No había otro aliciente para gastar el dinerito dominguero, como ahora lo hacen los chiquitines y jóvenes en los juegos eléctricos que más de las veces les quitan el dinero en forma descomunal y les quitan la inspiración natural, de esa que tuvimos cuando niños.
Regresar a mi Ixtlán y aprovechar para ir al mercado donde venden muchas cosas, como los tradicionales churros, las gorditas, los jugos, los virotes bien doraditos, un buen plato de menudo de con Amelia o Patricia, emparentadas entre sí. Hacer las compras del mandado para la merienda, las clásicas carnicerías, pescadería con lo mejor de agua salada y dulce, comprar la verdura y las frutas.
No olvido –en tiempo de calor– el exquisito tejuino, los raspados y las aguas frescas. Lo más reconfortante es ver a mis familiares, estos en sus casas; y por las plazas, el mercado o calles a los grandes amigos y amigas que dejé en mi pueblo. Y no olvido a las muchachas que fueron mis novias y que hoy, al igual que yo, cuentan con su familia. Ixtlán del Río hasta la tumba te llevaré porque me diste lo mejor para vivir.
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