Omar G. Nieves Cosio
“Voy tocando, y en cada palabra busco una posesión… Mi técnica y mi disciplina han sido muy duras. A mis alumnos no les paso un solo error”.
Maestro del bolero; del romanticismo musical que acoplado con la poesía forma bellas canciones. Don Gustavo Ruiz Parra es hoy un Nayarita que se dedica a evocar los tiempos de la gloria de este género musical, que llegó a conquistar a miles de corazones y a reconciliar a muchos más.
El 26 de noviembre de 1928, nació en Sentispac, municipio de Santiago Ixcuintla, Gustavo Ruiz Parra; hijo del músico violonchelista José Ruiz Barbosa y de la señora Epifania Parra García.
Corría el año de 1936, cuando la familia tuvo que mudarse a la cabecera municipal de Santiago para inscribir a su hijo en la escuela. Ahí fue donde el pequeño Gustavo conoció a sus primeros amigos que lo impulsaron a tomar la guitarra, los hermanos: Salomón y David, ambos de apellidos Tarabay Rivera. Para en ese tiempo, don José Ruiz Barbosa ya había dejado el bajo para tocar la guitarra en un mariachi de la región.
En la escuela, la maestra le decía a Gustavo que se pusiera a tocar la guitarra, debido a las aptitudes musicales del menor; pero éste, en cambio le respondía: “mejor póngame a cantar”. Así, en 1937 los maestros formaron el cuarteto “Águilas Nacientes”, donde Gustavo cantaba y Salomón, David y Jorge Aranda lo acompañaban, llevándolos por varios puntos del Estado. Hasta que un día los escuchó el gobernador Agustín Olachea, quedando sumamente admirado por este grupo de pequeños artistas.
Sabiendo de los vicios que adquirían la mayoría de los músicos, don José Ruiz se opuso a que Gustavo siguiera el mismo camino. Así que sumado al gusto de éste por la mecánica, el joven entró a un taller para aprender dicho oficio. Sin embargo, cuando el padre se salía de la casa, Gustavo aprovechaba para agarrar la guitarra, afinarla, y comenzar a cantar melodías junto con Salomón.
Debido a un disgusto familiar, y a las expectativas de Gustavo por conocer otros lugares; en 1942 se sale de su hogar para ir a la Ciudad de México a trabajar en un taller mecánico. En aquel lugar, el joven Nayarita consiguió un empleo como operario de un taller; y una vez enrolado en la dinámica de la ciudad, un amigo lo invita a una fiesta para el 15 de septiembre; solo que “El Norteño”, como bautizaron a Gustavo, no tenía ropa apropiada para la ocasión.
… “En esa época toda la gente andaba de traje”, comenta don Gustavo, “así que en ese rato nos fuimos a una tienda y nos compramos un casimir”… Estando en la fiesta, una linda muchacha le llama a un dueto que pasa por el lugar para que toquen algunas canciones; y hace cantar uno por uno a todos los presentes. Cuando le toca el turno al “Norteño”, el dueto se entusiasma con la voz del intérprete y lo invita a formar un trío.
De esta manera, con el apoyo de aquella joven mujer, quien estaba dispuesta a pagar lo necesario para que “El Norteño” entrara al grupo, “El Tuerto” y Raúl los enseñan a tocar las maracas, le confeccionan un bigote postizo – pues Gustavo era muy chico de edad – y se lo llevan a Cuernavaca a su primer presentación.
Era la primera vez que Gustavo ganaba en una sola noche 500 pesos; así que de lleno se comenzó a dedicar a la música… Un día, el papá de Gustavo fue por él a la capital de la república y se lo trajo a Santiago. Pero no tardó mucho en conocer a Honorato Altamirano, “El Cuaco”, quien le propuso que se robara la guitarra de su padre para irse con él a Mazatlán en el tren.
Estando en Mazatlán, Gustavo tocaba la trompeta y otros dos la guitarra. Entonces, cierto día al “Cuaco” lo invitan a tocar en la orquesta “Morelos”, de Manuel Gallardo, pero Gustavo no logra impactar con su instrumento, a lo que éste responde: “yo mejor les canto”; y así, pasando la prueba, desde entonces se dedicó a cantar en dicha orquesta.
“El Cuaco” se fue a Culiacán, y deja solo a Gustavo; quien en una ocasión se metió en una cantina, parecido a un burdel, en donde conoce a Crecencio Ceja, un trovador que sonaba la guitarra con excelencia. Junto con Crecencio, Gustavo canta “10 minutos”, canción que fue la primera de muchas que comenzaron a interpretar.
“Crecencio fue quien me enseñó a tocar bien la guitarra, el requinto. Yo le pedí que me adiestrara porque tocaba muy bonito, así que estuvo yendo al hotel para practicar”, recuerda don Gustavo.
Después, Gustavo les llama por teléfono a sus viejos amigos de la capital donde había iniciado su carrera artística, con la intención de reincorporarse al grupo. Pero pronto, “Los Trovadores del Puerto” lo escucharon y le ofrecieron mayor renombre, uniéndose a ellos. En Cuernavaca “Los Romanceros”, de más prestigio, le hablaron a Gustavo, quien siguió subiendo de nivel.
“Íbamos a Acapulco, Jalapa, Mérida, Tijuana, y otras plazas importantes. Yo diario estudiaba, y gracias a la disciplina que practicaba, formé parte del “trío Orizaba”, “trío México” y “Los Pepes”, señala don Gustavo.
En este ambiente bohemio, don Gustavo conoció a Capulina cuando tocaba con el trío “Los Trincas”, y a Tin-tan antes de ser cómico. Así como a Paco Miller, Carlos Lico, “Los Panchos”, “Los Diamantes”, “Los Chapulines”, Rosa Carmina, Katy Jurado, Virginia, Pepe Jara, Flavio Estrada, entre otros artistas que se reunían en “Indianilla” en la ciudad de México.
Ahora don Gustavo es la cabeza principal del “Trío Ahuacatlán”, que forma junto con el doctor Santiago Varo y Félix Robles Ibarra. Y pese a que son decenas y decenas de discípulos que ha formado, solo uno, solo uno puede decir que es como su sombra: Irvin Varo; quien toca con excelencia rasgando todas las cuerdas; casi al mismo tiempo, con precisión, con armonía, subiendo y bajando tonos.
Don Gustavo improvisa las notas de acuerdo al estado de ánimo que tenga. Puede tocar doce horas sin parar y sin repetir una sola canción. Yo me quedo con una: “Dios no lo quiera”, gracias don Gustavo.
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