(Cuento)
En un país tan pobre en el que ni siquiera la palabra tenía valor, querían poner un dirigente que ideara un sistema para salir de la pobreza económica y verbal, pero ¿cómo hacerlo si no había en quién confiar? De inmediato se postularon dos personas con una idea en común, aquel que creara la composición musical más rítmica sería el ganador, el pueblo estuvo de acuerdo, por primera vez, y como en una carrera de autos, dieron el banderazo de salida al guateque electoral.
Cada aspirante conformó su equipo, encontraron apoyo en sus respectivas familias y poco a poco se integró la camaradería, estaban los comerciantes, los obreros, los negativos declinaron y se aislaron hasta el término de las votaciones, los positivos no decidían a cuál candidato ayudar, así que optaron por colaborar con los dos.
Utilizaron el aroma como distintivo, un equipo electoral eligió el café porque lo relacionaban con el despertar. Al despuntar el día, la mayoría de los pobladores tomaba esa bebida, por eso creyeron que la conocida fragancia atraería los votos de aquellos que se identificaran con el deleite matutino. El otro equipo optó por la hierbabuena, pues en ella encontraban la frescura de la tierra, la brisa y la sanación, pensaron que los votantes de campo que se curan con plantas simpatizarían con ellos al recordar su origen.
Todas las mañanas, ambos equipos salían a esparcir sus aromas, no había rincón que no oliera a esa mezcla extraña. También comenzaron a poner quioscos para regalar bebidas, unos café, otros tés, y las composiciones musicales amenizaban la repartición.
El equipo del café compuso una melodía que hacía bailar hasta a las mascotas, cuando la música sonaba desde los quioscos a través de amplificadores, la mayoría de los pobladores pausaba sus labores para acudir a bailar, el sonido era tan hipnotizante que causaba un efecto similar al del flautista de Hamelín. Las cañas se mecían y silbaban con ayuda del aire, parecían cantar, la voz de la naturaleza era la única que decía la verdad y gritaba la fórmula que los sacaría de la pobreza, pero nadie prestó atención, siguieron bailando.
El equipo de la hierbabuena creó música y una coreografía que consistía en dar un paso cruzado a la derecha, palmada, paso cruzado a la izquierda, palmada, arquear las piernas con giro y agitar la cadera. La gente formaba filas para aprender a bailar el nuevo ritmo, ancianos ejecutaban la danza con ayuda de su bastón, los bebés brincoteaban en los brazos de su madre, y el aroma a hierbabuena inundaba el lugar.
Así pasaron varios días, meses y años. La comida se escaseó, sólo había té de hierbabuena y café, los pobladores comenzaron a adelgazar, pero no lo notaron, la música creada por ambos equipos electorales los hacía olvidar sus preocupaciones, tanto, que ni siquiera recordaron cuál era la finalidad de aquél guateque.
Y chirri chín, chirri chán, a ese país se le acabó hasta el pan. Chapín, chapete, continuó el guateque.
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