Nazario Ávila Bañuelos nació el viernes 25 de junio de 1954, en Atemanica, municipio de Tequila, Jalisco. Desde su nacimiento, su abuela materna, Jerónima, lo apodó “Chayito”, hasta que Luis Ávila Rivera (Don Luis) y María Guadalupe Bañuelos Ramírez (Doña Lupe), se percataron de que en el acta de nacimiento decía Mario y no Nazario como ellos decidieron, en el Registro Civil se había realizado un cambio involuntario causado por la aparente sordera del encargado del Registro Civil o tal vez por una jugada del destino.
Mario decía que le fue mejor con el nombre que le dieron en el Registro Civil, pero esas cinco letras no parecían haber surgido de una confusión, fue como si La Divinidad, en un susurro, diera orden del nombre correcto que debía llevar en su recorrido por la faz. Aunque al escritor tampoco le desagradaba el nombre ideado por sus padres, ya que su significado se relaciona con el nacimiento, la nobleza y la victoria, características que identificaban su peculiaridad como artista y como ser humano ante la vida.
Desde los cinco años comenzó a radicar en Tepic, Nayarit, se consideró Nayarita y amó esta tierra en la que echó raíz. Con el tiempo se dio a conocer como Mario Coz, ¡y vaya que toda su vida luchó con “coces”!, su voluntad aguerrida, inquebrantable, de acero, lo ayudó a sobresalir profesionalmente y a ganar gran parte de la batalla que emprendió contra la Espondilitis Anquilosante. Siempre sostuvo que no se rendiría y cumplió su palabra, buscó y encontró fórmulas alimenticias y terapéuticas que le ayudaron a prolongar su existencia para seguir con lo que más amaba: la escritura. No cabe duda de que Mario fue y será un ejemplo de tesón y constancia ante la adversidad.
Sin importar la opresión de la enfermedad, continuó escribiendo “de chorro” o “de corridito”, como si tomara dictado de todas sus ocurrencias: poemas, cuentos cortos y largos en los que se puede apreciar una narrativa rica en detalles que recrea hasta lo considerado insignificante, de ahí la creación de su corriente: el hipernovarrealismo. También dentro de su especialidad destacaban las crónicas del pueblo y de actividades gubernamentales, además de la cotidianidad llevada a prosa o verso.
Creó una variedad de obras teatrales entre las que destacan: “Los Faifes”, “Botines del hombre rana bajo la cama”, “Los muertos también son ciudadanos”, “El país de los bárbaros”, “El cora que quería ser inglés” y «El tigre de Álica», este último es considerado teatro del género histórico. Publicó los libros: “Bocadillos Universitarios”, «Los días que nos fue como en feria», «A la mitad del camino», «Crónicas en la olla plus,» y «Aunque nos tumbe la mula», pero gran parte de su obra permanece inédita.
Fue ganador de varios premios estatales y menciones honoríficas, por el género de la crónica y el cuento. Becario de Bellas Artes y Literatura, 1979-1980, bajo la tutoría de Tito Monterroso, quien afirmaba que Mario podía tener un futuro prometedor. Durante su estancia en la Ciudad de México colaboró en Diorama de la Cultura, de Excélsior y acudió al taller de poesía de Carlos Illescas.
Siempre cargaba en uno de los bolsillos de su camisa, una pequeña libreta en la que hacía anotaciones con una peculiar caligrafía cursiva para que no las descifraran los que veían de reojo, posteriormente desarrollaba esas ideas principales en su computadora. Era un gigante de la escritura reconocido en su tiempo, pero no en la magnitud que merecía.
Es difícil imaginar que Coz o La Pluma de Oro, como lo apodaban algunos, haya tenido dificultades para aprender a leer. De niño se desesperaba porque no encontraba la ilación de las letras. Un día de tantos, acostado en una carretilla, con la cabeza descansando sobre su brazo izquierdo y con el derecho sosteniendo un libro, miró fijamente una de las páginas, quería descifrar las maravillas ahí contenidas, y ¡puf!, logró hacerlo, comenzó enlazar letras, palabras, frases y oraciones, a partir de ese momento no paró de leer y conformó su gran biblioteca personal.
El jueves 30 marzo de 2017, a los 62 años, el gran Mario Coz terminó de actuar su papel estelar en este escenario de la vida, fue un hombre tan planificado que hasta supo el momento exacto de su retiro de la faz, como sólo lo hacen los seres trascendentales. Logró despedirse de su familia y ordenar cuanto pudo, y tomado de la mano de la mujer con quien compartió 34 años de casado, dio su último suspiro en ese cuerpo físico con el que obtuvo gran aprendizaje.
A TI COZ, MI PADRE
Ser magnífico, que diste luz, ya has dejado de cargar tu cruz, ahora a la eternidad vuela libre, ¡sí!, fuiste hombre de gran calibre, tus obras quedan en nuestro corazón, pero tu partida generó desazón. Dicen que el tiempo heridas cura, o también lleva a la locura, ¡tranquilo!, preocuparte no debes, prometemos que seremos fuertes.
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