El Chavo del 8 era mi programa favorito. Me tocó la fortuna de ver capítulos inéditos, y cuando se anunció el último de ellos sentí que allí quedaba mi infancia, tanto física como mentalmente, pues para 1995 – año en que Chespirito cerró su programa del mismo nombre – yo tenía 13 años de edad.
Como eslabón de la generación “X” y “Y”, puedo decir que desde entonces la televisión no fue la misma. Siendo la pantalla chica el medio ideológico más importante que había, los programas de comedia que sucedieron, con ingente picardía, incidieron en la malicia que distingue a las últimas generaciones.
De hecho en la pantalla grande ya se había dado esta exaltación del habla obscena y la inmoralidad sexual mediante el cine de ficheras; que, por cierto, fue uno de los factores que dio al traste con el glorioso cine nacional de la época de oro.
Con todo y el precedente, Televisa fue incluyendo paulatinamente programas con libretos que manejaban el “doble sentido”, el albur y la displicencia.
La incursión de las mujeres al campo laboral, y el aceleramiento de la dinámica social, también provocó que nuestros padres, quienes se sentaban junto a nosotros a ver al Chapulín Colorado, nos dejaran abandonados a nuestra suerte.
La nueva televisión nos moldeó con sus caricaturas bélicas, la influencia estadounidense llegó para impregnarnos de un individualismo enajenante; y, para rematar con broche de oro, aprendimos a manejar las computadoras y a navegar por Internet, alejándonos del contacto humano que, por ejemplo, se reflejaba en los inquilinos del vecindario del Señor Barriga.
De ahí que el propósito de Roberto Gómez Bolaños siempre fuera evitar cualquier daño social, como lo dijera en una entrevista su esposa, Florinda Meza. Sabía que su programa llegaba a millones de personas y siempre actuó con un sentido de la responsabilidad encomiable.
Gómez Bolaños fue un gran ser humano. Lo sé porque tras su muerte me he dedicado a conocer mejor su vida. Empezó siendo un pequeño Shakespeare escribiendo guiones para otros artistas y que, cuando por fin explotó todo su talento como director, actor y guionista, pudo engrandecerse tanto como el propio literato inglés.
Roberto Gómez Bolaños ya no es pues el Shakespeare chiquito, sino el CHESPIRITO único e inigualable que quisiéramos respondiera a ésta última interrogante que se hacía antes de morir:
“Yo que iba tan tranquilo acercándome al final de mi vida terrenal; de pronto dudo y vacilo: ¿Es verdad que no haya asilo para el alma? ¿Que morir es dejar de existir? Es decir, que la existencia no tiene la trascendencia que me dejaron intuir… Eso no por favor.
Yo con mi libre albedrío me atrevo a decir, Dios mío, que debe haber un error. Y perdóname Señor si con eso te incomodo. Sin embargo de algún modo te lo tengo que decir: ‘No me vayas a decir con que aquí se ababa todo’”.
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