Profr. Misael de Santiago Velasco
Deseando que se encuentren de lo mejor, les cuento que desde la infancia fui amigo personal del profesor Trinidad Alberto Espinosa Galindo, allá en mi bonito Ixtlán del Río. Lo digo con orgullo, y además fuimos condiscípulos desde la primaria hasta la Normal, formadora de profesores.
Por eso abrí el baúl de los recuerdos sobre anécdotas de ixtlenses ya sea nacidos o avecindados y entre ellas, el profe Trini me platicó unas cosas de don Ramón Pérez, un señor que era peluquero y que con su guitarra deleitaba con bonitas canciones a parroquianos del pueblo, papá de tres colegas profesores Modesto, Tomas y Plácido. Por lo curioso de la plática se los comento.
En la Guerra Cristera –1926 – 1929 y algo más– llegaron al pueblo de don Ramón las tropas defensoras del culto católico, luchaban en contra del gobierno, o sea de las tropas federales. En estas refriegas uno y otro bando llegaban a los pueblos a hacer saqueos y llevarse a la gente para reforzar sus tropas.
Se llevaban armas, víveres, ganado, caballos y algo más que les sirviera para aguantar la lucha armada. En el corral de la casa de don Ramón, allá en Ayutla, Jalisco –pueblo camino a Talpa–, las tropas cristeras vieron un brioso caballo. De inmediato incursionaron en el corral; y cuando ya lo tenían lazado, se presentó el dueño y pregunta, “¿Qué pasa?”. Le contestan: “Nos vamos a llevar el caballo”.
Ramón no se amedrentó y dijo: “El caballo no se va solo, yo también me voy con ustedes. Déjenme ensillarlo y agarrar mi rifle”.
Así, don Ramón, sin querer se fue con los Cristeros. Fueron varias regiones del estado de Jalisco que tropas una tras la otra, con varias refriegas con muertos por bala o colgados. La guerra intestina por la religión hacía sus estragos, muertos por todos lados. Las ramas de algunos árboles sirvieron para colgar a uno que otro cristiano.
Ramón, en la lucha cristera contra las tropas del gobierno, se había forjado una idea: Tan luego se pudiera, huiría con todo y caballo. Lo tenía bien arrendado –o sea buena silla–. La lucha cristera no era su lucha. Lo que quería era su caballo. Era tanta la estima por el animal que hasta iba a arriesgar su vida, dado que si lo atrapaban, lo fusilarían por desertor.
Tan luego se presentó la oportunidad, Ramón, ya teniendo a su caballo ensillado, sigilosamente se retira de donde estaba descansando la tropa cristera; y montado en su brioso animal, agarra el cerro. Camina por días y por noches y como pudo, a salto de mata se fue a una región donde no estuviera dura la lucha armada cristera. Después consiguió trabajó con ese buen caballo de estima. Pudo haber sido vaquero o ranchero; y con el tiempo, Ramón llego a vivir en Ixtlán del Río, en donde forjó una gran familia.
Sus hijos fueron mis amigos Modesto, Tomás y Plácido. Con este último estuvimos juntos en la escuela, aunque en diferentes años. Él también terminó sus estudios para profesor en la Normal Básica, CNR –Centro Normal Regional– de Cd. Guzmán, Jalisco a principios de los años 60.
Don Tomás, de apellido Pérez, vivió junto con su familia muchos años por la Justo Barajas, casi esquina con la Hidalgo. Era peluquero y de vez en cuando guitarrero. Iba a las cantinas a deleitar a uno que otro borrachito o a dar serenata a una que otra muchacha del pueblo.
Con los años perdí la huella de los Pérez. Lo único que se, es de que siguen viviendo en Ixtlán y o por la geografía mexicana.
Este relato es de la realidad de un joven que queriendo mucho a su caballo de estima, arriesgó su vida hasta de enfriar alguna bala de máuser con la espalda o ser colgado de la rama de un árbol o de un poste. Iba de huida de una lucha que no era de él, como la fue la guerra cristera; lucha intestina entre mexicanos.
Esta publicación es para enviar un mensaje a los grupos o asociaciones interesadas en difundir lo que fue y es Ixtlán en todo sentido. La publicación en periódico es importante. Saquen del baúl de los recuerdos sus anécdotas y denlas a conocer. Habrá quien, ya sea del pasado o jóvenes que sepan quienes fueron sus familiares y paisanos. Recuerden, el recordar es vivir.
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