Entre la tristeza y el coraje, comunidades rurales ven transformarse su paisaje y su clima.
FRANCISCO JAVIER NIEVES AGUILAR.
De veras que da tristeza… o quizá coraje. O una mezcla inevitable de ambas emociones. Así se siente al observar lo que está ocurriendo en el sur de Nayarit, donde el despiadado cultivo del agave avanza como una mancha gris sobre lo que antes eran tierras fértiles y verdes de milpa.
La semana pasada, varios grupos de trabajadores fueron vistos plantando agave en parcelas ubicadas entre la Curva de Méxpan y el crucero de La Ciénega, dentro del municipio de Ahuacatlán.
Lo que hasta hace poco eran campos de maíz, que durante la temporada de lluvias regalaban al paisaje un verde vibrante y campirano, hoy comienzan a ser campos monocultivos, áridos y grises.

Este cambio tiene más implicaciones que lo estético. Hay quienes comienzan a vincular el aumento de las temperaturas en esta zona —que a veces superan incluso a las registradas en la costa nayarita— con la deforestación agrícola y la transformación de la tierra. Donde antes había árboles, sombra y humedad, ahora hay hileras interminables de agave.
Los manantiales se han secado, las fuentes de agua ya no existen. La milpa ya no volverá. Y aunque es fácil señalar a los agricultores, la realidad es más compleja: ellos no son los culpables.
Ante un panorama económico difícil, muchos optan por el cultivo de agave porque es más rentable. El dedo debe apuntar hacia las empresas tequileras, que con ambición desmedida siguen extendiendo sus dominios, ignorando el daño profundo que provocan al ecosistema local.
Este fenómeno no solo transforma el paisaje: modifica el clima, agota el suelo, colapsa los mantos acuíferos y rompe con una tradición agrícola que durante generaciones dio identidad y sustento a estas comunidades.
Sí, da tristeza. Mucha tristeza. Porque en nombre del progreso económico de unos cuantos, se está hipotecando el futuro ambiental de todos.
El sur de Nayarit está cambiando, y no necesariamente para bien. ¿Hasta cuándo vamos a permitir que la rentabilidad pese más que la vida misma?
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